La música de Duke Ellington recibe al visitante envolviéndolo en un ambiente intimista, o puede que sea la música de Miles Davis, de Charlie Parker, de Stéphane Grappelli o de cualquiera de los grandes músicos y voces del jazz. De esta forma, se transforma el tiempo. El pasado y el futuro no existen, o más bien, se quedaron atrapados en un presente continuo. Como la fotografía del concierto memorable ofrecido en Vigo por el vibrafonista Boby Hotcherson y el pianista Tete Montoliu en 1987 que cuelga de la pared, o la portada del único disco grabado por el grupo Matto Congrio, obra de Tino Lorenzo, el mismo artista que firma el gran cuadro que preside la zona de la barra del Bar Hipólito. “La portada está aquí precisamente por ser del mismo autor”, comenta Hipólito Aballe, propietario de este establecimiento, enclavado en pleno corazón del barrio de As Travesas, en la Avenida de Castrelos, justo en frente del Pabellón Municipal de Deportes.
No sería extraño que mientras uno se estuviese tomando un café, una infusión o una caña apareciese el mismísimo Marcel Proust con su eterno abrigo, se acomodase en un rincón y, dejándose llevar por la serenidad del momento, nos contagiase del ritmo cadencioso que imprimió a la memoria una magdalena remojada en té. Porque, lo mismo que À la recherche du temps perdu, el Bar Hipólito es una reflexión sobre el tiempo, la memoria y las artes. Un tiempo que se expande en un solo instante, dejando atrapada en sus muros, en sus rincones, en fotografías como la del Instituto Santa Irene erigido en medio de un paisaje yermo, la historia de varias generaciones que pasaron por este lugar que alcanza ya la categoría de emblemático.
Los orígenes del Hipólito se remontan a 1959, cuando Hipólito y Trinidad, los padres de su actual propietario, abrieron el bar en este barrio que comenzaba su expansión al calor de la recién inaugurada factoría de Citroën. “Un bar de comidas para obreros”, recuerda Aballe, donde se servían al principio vinos y bebidas para aquellos que traían su propia comida de casa para que se la calentasen en la cocina, y donde también se recogían los recados, al ser uno de los pocos sitios de la zona que disponía de teléfono. El Hipólito era un punto de referencia para los que, hasta no hace mucho, en parroquias como Matamá o Valladares, decían que “bajaban a Vigo”. De esa época, se conserva su estructura primitiva: una zona cerrada por antiguas mamparas de madera y cristal, donde se servía el menú casero y que incluso llegó a ser también lugar donde algunas empresas del barrio repartían sus nóminas a sus empleados; la leñera/carbonera, que abastecía a la ‘lareira’ contigua, y un gran espejo, que recuerda a los viejos cafés de los años 50, que el primer propietario compró para presidir el fondo de la barra y que hoy ocupa un lugar privilegiado. n