A Messi vuelve a acecharlo la mirada de instinto asesino

“Prometo
traerla” escribió el papá del niño que estaba en brazos de su mamá, en
un bar rosarino ubicado cerca del Monumento a la Bandera. Un escrito
más, entre tantos, de los que
podrían garabatearse en los manteles o servilletas con dibujos
publicitarios que abundan en las mesitas o decoran las paredes de esas
casas de comida. Sólo que el comensal que había tomado la lapicera se
convirtió en el epicentro del lugar apenas los demás
concurrentes descubrieron de quién se trataba. Fotos, autógrafos,
saludos y deseos de éxito completaron la escena.

Lionel Messi en
persona, junto a su esposa Antonella Roccuzzo y al hijo de ambos,
Thiago, había desayunado sin guardaespaldas ni agentes de prensa
o publicitarios, la semana pasada. Allí, entre los concurrentes, como
si fuera uno entren tantos más.

Leo
ya regresa más asiduamente a su ciudad natal. De a poco, fue
desapareciendo la imagen de un joven quizá más identificado con el
estereotipo del estilo de vida europeo antes que
con el de cualquier habitante de suelo sudamericano. Las poses
marketineras y la avalancha de imágenes en publicidad gráfica o
televisiva vendían un producto de chico modelo y ejemplo a imitar, como
si fuera un ser perfecto y no falible como cualquiera de
los humanos. Las otrora antinomias con la figura de Maradona parecen
haberse reducido a lo que eran: una simplificación de manual. De
repente, Messi se empezó a caracterizar como una persona de carne y
hueso, sin idealización ni fantasía. Uno como cualquier
otro, al que de tanto en tanto se le ocurre compartir en familia un
encuentro sentados a la mesa de un bar.

En
la transición de la adolescencia a la juventud, aquel tímido e
introvertido Leo, de quien no podía esperarse más que escucharle un par
de monosílabos antes de introducirse en
su mundo virtual de la play station, pareció dispuesto a fabricar un
camino de ingreso al mundo adulto envuelto en una burbuja.

La
“Pulga”, en aquellos años, habitaba en “Messilandia “, un mundo ideal
de esos que aparecen en la pantalla grande para calmar a los padres
frente a la ansiedad de los chicos en
las vacaciones.

Cual
si fuera un Rey Midas contemporáneo, todo lo que tocaba Lío se
convertía en oro: contratos millonarios en euros, publicidades pagadas a
precios estratosféricos y presencia permanente
en el universo mediático, aunque a él pareciera no importarle. Frases
prefabricadas, hechas a medidas por corporaciones de asesores de qué,
cuándo, dónde y cómo decir y obrar, brotaban de la tierra cual hongos
bajo la lluvia para ofrecer sus lecciones del
buen ser y parecer.

Entre
2012 y 2013, Messi comenzó a transitar otro camino más acorde al mundo
real. De repente, aparecieron hechos en su vida cotidiana que lo dejaban
en una posición incómoda
y a la cual había que enfrentar en vez de ningunear. Problemas con el
fisco español, que involucraban a su padre por una presunta evasión
impositiva y lavado de dinero; fotos comprometedoras en una fiesta
realizada en Las Vegas y apariciones en la prensa chimentera;
la ida de

Pep Guardiola – su lanzador y protector futbolístico – del
Barcelona. Un combo que produjo un cuadro de stress en el que los
especialistas coincidieron en que terminaron envolviéndolo en una
seguidilla de lesiones de origen psicosomático.

 

Antes
de esos dos años, en 2011, Leo sacó de sí mismo una mirada de instinto
asesino – metafóricamente hablando – que lo mostró en una postura
desusada de acuerdo al canon que lo
identificaba. Fue un 28 de mayo, en Wembley, durante la final de la

Champions League contra el Manchester United. El partido estaba igualado
en uno (Pedro y Rooney), hasta que Messi tomó el balón en posición de
atacante por la derecha, dejó una marca atrás
con un leve movimiento y definió con un disparo que tomó comba luego de
pasar a un defensor y convertir en estéril el vuelo del arquero Van der
Saar. De inmediato, la carrera frenética, con dos pataditas de descarga
y un grito visceral, de desahogo, sólo finalizó
al momento de fundirse en un abrazo sentido con sus compañeros del
Barça. El 3-1 final, de David Villa, decoró las cifras para que el
blaugrana se quedase con su cuarta “Orejona”.

Un
mes después, ya de regreso al país, la “Pulga” estuvo lejos de haber
satisfecho las expectativas durante la Copa América. Por momentos, sus
performances fueron desconcertantes
y la Selección sintió la ausencia de liderazgo. Las críticas
antinómicas respecto de que había un Messi en Barcelona y otra con la
albiceleste recrudecieron. Sólo a partir de 2012,

 
a partir de los triunfos frente a Colombia (2-1 en Barranquilla) y
Ecuador (4-0 en Buenos Aires) por las eliminatorias, comenzó a gestarse
empatía definitiva con el hincha argentino. El techo de esa relación de
afecto y reconocimiento se palpó en Mendoza,
con el 3-0 a Uruguay, ocasión en la que Leo brilló al tope y dejó su
sello en el Malvinas con dos goles.

A
menos de un mes para el debut mundialista en Río de Janeiro, Messi
porta la máxima carga de esperanza de todo un país sintoniza en clave
futbolera. Será su tercera Copa del Mundo
en mayores, luego de Alemania 2006 y Sudáfrica 2010, y la que más
expectativa creó dadas las condiciones previas. Hoy, más que nunca el
equipo gira alrededor de él, como supo pasarle al fenomenal Barça de
Guardiola, sobre todo en 2011, cuando se corrió el
techo de rendimiento hacia arriba. El amesetamiento visible con el
blaugrana en este año tuvo causas visibles: el recrudecimiento de
lesiones musculares, el bajón tras la muerte de Tito Vilanova, la
eliminación en la Champions más la Copa del Rey y la Liga
española perdidas. Ahora, ya de lleno en la Selección, el foco está
puesto en un solo objetivo: la final del 13 de julio en el Maracaná, el
mismo escenario en el que se debutará ante Bosnia.

Esta
semana, en la que los entrenamientos en el predio de la AFA, en Ezeiza,
fueron programados a partir de este lunes, encontrará a Leo en el
inicio de la puesta a punto definitiva
para llegar a Brasil al máximo de su potencialidad. Allí festejará su
cumpleaños 27, el próximo 24 de junio, un día antes de cerrar la primera
fase contra Nigeria, en Porto Alegre. Una edad cercana a la que tuvo
Diego en México’86, ya que tres meses después
del Mundial celebró sus 26 en el techo de su gloria.

Negarlo
sería apostar al vuelo bajo, todo lo contrario a las metas que tanto se
plantearon Maradona como Messi en sus respectivas carreras.

Quizás
el jueves de la semana anterior, rodeado de la admiración de los
parroquianos, cuando Leo tomó la lapicera y escribió el ya famoso
“Prometo traerla” sobre la imagen de la
Copa del Mundo, esa frase haya salido desde su propio inconsciente, el
cual lo pudo haber sorprendido. En otro momento, a lo mejor, hubiera
utilizado una frase hecha y protocolar, al estilo de “haremos lo
posible”. En éste, no. Es que la mirada de instinto
asesino está allí, latente. Y esperando por volver al lugar justo y en
el momento indicado para hacerse manifiesta.

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