Por una de esas calles, que desemboca en una de esas plazas, de cuyo nombre afortunadamente todos nos tenemos que acordar, no ha mucho tiempo que pasé a tomar café en un bar. Un bar con solera que, cual si fuera un museo, nos muestra en cada pared un reguero de recuerdos de ese Barbate pasado.
No hace mucho que me pegaba una vueltecita gaditana por el Barbate añejo, tranquilo y sereno que entre arterias sombrías te envuelven en un manto de ternura y recuerdos del ayer. Por una de esas calles, que desemboca en una de esas plazas, de cuyo nombre afortunadamente todos nos tenemos que acordar, no ha mucho tiempo que pasé a tomar café en un bar. Un bar con solera que, cual si fuera un museo, nos muestra en cada pared un reguero de recuerdos de ese Barbate pasado. Y aunque algunos personajes dan verdaderamente miedo verlos, mejor ahí postrados en una instantánea y en blanco y negro.
La cuestión es que nada más entrar, llegando tarde y con un grupo de compañeros esperando, me topé con otro grupo más longevo. Unos amigos de siempre, de los buenos momentos, de los amargos sinsabores, de los enfados, los abrazos, las risas y las pasiones. Antes incluso de poder saludar a este grupo, una coincidencia el verlos que se estaba repitiendo mucho y eso me alegraba, directamente me lanzaron un dardo envenenado. Una cuestión a la que yo, que conozco cómo se las gastan, más me valía pensar con astucia.
Mi posición era la de un senador romano, algo que venía al pelo precisamente, alguien ganaba y alguien perdía dependiendo de si bajaba o subía el pulgar.
Mi posición era la de un senador romano, algo que venía al pelo precisamente, alguien ganaba y alguien perdía dependiendo de si bajaba o subía el pulgar. La pregunta era sencilla. La respuesta no tanto. El origen epistemológico y racional del vocablo saeta. Así, sin anestesia. Unos decían una cosa, otros otra. Salí por la vía de Tarifa e intenté no dar ni quitar razones.
Me dirigí a una sala contigua donde me esperaban y me incorporé a la plática. Pero mi mente estaba puesta en lo que me habían preguntado o, más bien, el por qué me lo habían preguntado. Tiré de 3G y las nuevas tecnologías me echaron un cable. Lo encontré, aunque no estaba claro. Entonces interrumpiendo la charla a la que me había sumado me dirigí al parlamento anterior. Ellos seguían con el mismo tema. Intenté mediar y poner orden y, aunque di con respuestas a la solución, era imposible, cada uno llevaba su razón.
Gente que se conocen cada gesto, pero que tienen la inmensa necesidad de verse y tratarse en reunión. Tomarse un vaso y seguir disfrutando de la charla y la relajación que te da una vida cargada de vivencias.
Volví otra vez a donde me esperaban y ahí, ávidos lectores, me di cuenta de lo que estaba pasando. La charla, el debate, el poder hablar, discutir, discernir, incluso acalorarse por un tema tan banal, era tan absurdo que me inspiraba una pícara sonrisa. Qué mejor forma de pasar la tarde que charlar con amigos, posturas diferentes, cabezonerías distintas… pero amistad de siempre. Gente que se conocen cada gesto, pero que tienen la inmensa necesidad de verse y tratarse en reunión. Tomarse un vaso y seguir disfrutando de la charla y la relajación que te da una vida cargada de vivencias.
En aquella tarde, en aquellas calles, en aquella plaza, en aquel bar, me quedé charlando con un grupo de esos… unos amigos de siempre, de los buenos momentos, de los amargos sinsabores, de los enfados, los abrazos, las risas y las pasiones. Ojalá duremos tanto juntos como aquellos discutidores pachangueros.