Amy Andersen, la ‘coach’ del amor de Silicon Valley

Ha caído la noche, suena salsa y el aparcamiento está lleno de Porsches. El bar es una vorágine de la riqueza más inconcebible, de la frustración sexual y del síndrome de Asperger en grado leve. Un grupo de mujeres de 40 y 50 años deambulan vestidas con ceñidos trajes de cóctel. Sus uñas y sus peinados a lo Jackie Collins les dan un aire de depredadoras. Un grupo de veinteañeros pálidos y desgarbados beben cerveza en un rincón y parecen un poco aterrorizados.

Bienvenidos a la noche de los solteros en Silicon Valley. La noticia de que yo iba a asistir a una reunión de búsqueda de pareja había recibido una severa mirada de mi mujer. “Es por trabajo”, le expliqué, “para comprobar qué hace vibrar a nuestros megamandamases digitales. La organiza esa especie de profeta del amor que enseña a los ‘tecnochiflados’ hipermillonarios a hablar con las chicas”. Se trata de Amy Andersen, la fundadora de Linx Dating, de 37 años. Ella se llama a sí misma portera del amor e instruye a ejecutivos de empresas como Apple, Google, Facebook y Amazon sobre la manera de encontrar pareja. Sus clientes van desde programadores de 23 años (“llevan una vida completamente virtual, no saben cómo relacionarse”, comenta Michael Norman, que trabaja junto a Andersen) a ricachones de vuelta de todo de más de 50 años.

Su servicio ‘premium plata’, que incluye ocho presentaciones a otros clientes de Linx Dating en un plazo de hasta dos años, cuesta unos 15.500 euros. Los paquetes ‘vip’, cuya tarifa inicial es de 39.000 euros, ofrecen consultas sobre guardarropa y entrenamiento para citas, y es posible que lleven a que Andersen recorra el planeta en busca del compañero adecuado.

El acto social al que asisto se celebra en un restaurante de un campo de golf propiedad de la Universidad de Stanford y mi prioridad es observar los rituales de apareamiento de Silicon Valley en su estado natural. Encontrar pareja para toda la vida es una de las muchas facetas de la existencia que este lugar pretende reinventar. “Tal vez en ningún otro sitio haya más triunfadores jóvenes, brillantes y escandalosamente bien pagados que estén sin compromiso”, escribe The New York Times. Se calcula que solo el lanzamiento de Facebook en Bolsa debió de crear un millar de millonarios. Sin embargo, esta parte de EEUU es también conocida por el desigual porcentaje entre sexos. Los hombres suman hasta el 90% de los inversores de riesgo del Valley y el 90% de los ingenieros de Twitter. En marzo se constituyó una empresa de nueva creación, llamada Dating Ring (anillo de contactos), para resolver este desequilibrio llevando a San Francisco mujeres solteras desde Nueva York, donde, según parece, hay superávit.

Karen Rosenthal, de 40 años, es abogada. Ha venido a la fiesta con Aundrea Cozzo, que trabaja en Google y tiene 28. Les pregunto sobre el panorama. “¡Dios mío!”, exclama Rosenthal, “la mayor parte de estos hombres están obsesionados con su trabajo y con convertirse en el próximo Mark Zuckerberg”. Es posible que sean ricos, pero tienden a andar escasos de lo que Andersen llama recursos sociales. “Y si son extrovertidos, inteligentes y divertidos, saben que son un chollo de lo más disputado”, opina Rosenthal, “y eso es aún peor”.

Amy Andersen, la fundadora de Linx Dating de 37 años, se llama a sí misma portera del amor e instruye a ejecutivos de grandes empresas sobre la manera de encontrar pareja.

Cozzo está buscando a alguien “tranquilo y seguro de sí mismo, a quien le guste la familia, con sentido del humor… Es necesario que haya química”. Rosenthal lleva más tiempo en Silicon Valley y su lista de la compra no es tan larga: “Sería genial que no estuviera metido en drogas». A continuación llega Maggie Wheeler, que tiene 39 años y dejó un trabajo en Apple hace dos meses. Está un poco achispada, pero sostiene que empinar el codo le hace ser sincera. Su marido la dejó porque trabajaba demasiado. Le gustaría empezar de nuevo, pero dice que la hiperactividad de los varones supertriunfadores de Silicon Valley la está volviendo loca. Se pasan toda la semana trabajando y luego, el sábado y domingo, haciendo triatlones, o yendo en bicicleta, o tripulando aviones, ¡o hablando de trabajo por pura diversión! “Lo único que quiero es alguien que esté conmigo, ¿vale?”

Parece que los hombres lo pasan mejor. Un tipo de unos cuarenta y tantos, un poco calvo y con muy buena pinta, que enseña iniciativa empresarial en Stanford, está aquí “para conocer a mujeres que no sean estudiantes”. Otro, Nikil Viswanathan -de 26 años, ha trabajado en Google, Facebook y Microsoft, y tiene un máster en inteligencia artificial por Stanford- quiere que eche un vistazo a su página web (nikilster.com). Ofrece una versión animada de sí mismo bailando al estilo Gangnam con un esmoquin de raso.

El tipo más feliz debe de ser Richard Greenwood, que hace algo relacionado con publicidad en internet. Tiene 53 años, lleva barba y va vestido como un profesor de geografía en un crucero. “¡Afrodisíaco!”, canturrea, en referencia al interés que ha despertado en las 300 mujeres que revolotean por aquí.

La historia de cómo Andersen fundó Linx Dating es parte del folclore de Silicon Valley. Estaba soltera y salía con un inversor de riesgo. Sobre el papel, daba el tipo perfecto de macho alfa: treinta y tantos años, guapo, con un físico atlético, con sentido del humor, etc. Estaban en el Harry’s Bar de San Francisco, cuando la noche dio un giro desagradable. “Empieza a mirar como por encima de mi hombro y le pregunto: ‘¿Qué estás haciendo?’, y él responde: ‘Comprobando la MO'”, recuerda Andersen. “‘¿El qué?’ ‘La MO, la Mejor Opción’, me dice”. En otras palabras, estaba observando sin ningún disimulo si había alguien mejor que ella. Fue entonces cuando a Andersen se le vino a la cabeza que a los machos de Silicon Valley les irían bien unos cuantos consejos sobre romanticismo. “La obsesión por la MO es algo generalizado entre los tipos de esta zona”, explica Andersen. Y son vulnerables al síndrome de la mujer explosiva: supermodelo olímpica con doctorado en astrofísica.

Los tecnólogos empedernidos presentan diferentes problemas. Su obsesión es escribir el código informático perfecto, para no necesitar nunca relacionarse con alguien de carne y hueso. En cierto modo, la soledad se convierte en una medida de su éxito. Un hombre así tendrá un coeficiente intelectual imbatible, pero es probable que sea necesario afinar sus habilidades sociales. “Es el tipo de cosas que le podemos enseñar a base de entrenamiento”, subraya Andersen. A cambio de sus honorarios, ella hará que el cliente tire toda esa ropa que no ayuda a ligar (sudaderas, zapatillas de deporte malolientes, etc) y que se compre un vestuario nuevo. Realiza asimismo simulacros de citas en los que ofrece recomendaciones sobre cómo establecer contacto visual y muestra la diferencia entre un abrazo cálido y una torpe palmada en la espalda. Además, escriben guiones. “Luego Amy se sale de lo escrito”, dice Norman, “y ellos se quedan paralizados, porque no hay un código que puedan seguir”.

“Los hombres de Silicon Valley están obsesionados por ‘la MO’, la Mejor Opción, la más joven, más rica y más guapa. Y son vulnerables al síndrome de la mujer explosiva: supermodelo con doctorado en astrofísica”

Entonces, ¿padecen alguna forma de autismo? “Sí y no”, aclara Norman, “hay una concentración de individuos dentro de ese espectro”, pero también otros que han estado tan ocupados con su trabajo que olvidaron cómo relacionarse. “En cuanto a los primeros, tenemos que ayudarles a que se reconecten y enseñar a las mujeres a tratarlos. Respecto al segundo grupo, se trata más bien de conseguir que dejen el teléfono a un lado”, explica.

En parte, se presta este servicio rastreando Facebook en busca de posibles contactos: “Las llamamos: ‘Hola, soy de una agencia de contactos. ¿Está usted soltera? Parece que podría ser interesante para un cliente mío. ¿Me permite contarle un poco más acerca de él, o de ella?'”. La gente reacciona “de una manera muy positiva”, asegura Andersen.

Gracias a una nueva tribu de trabajadores tecnológicos hedonistas, San Francisco tiene fama de ser una ciudad de fiestas. Abundan el despilfarro, los aviones privados y el desenfreno: en una juerga de triste memoria se exhibieron un tigre de 270 kilos y un mono que posó para Instagram. “Es ideal para las relaciones sexuales ocasionales”, se leía en un artículo reciente.

Sin embargo, Andersen teme que las citas digitales estén generando una mentalidad enfermiza. Según ella, muchos hombres de Silicon Valley, principalmente los financieros, tendrían que echar el freno. Pero el volumen de parejas potenciales disponibles está alimentando la obsesión por la MO, creen que siempre debe de haber alguna chica «aún más joven, más rica, más guapa».

¿Acaso no existe Linx Dating porque las personas que viven aquí no son capaces de utilizar las herramientas de tecnología avanzada que han construido para mantener unas relaciones sanas? Michael Norman no lo cree así. “¿Por qué no buscar la ayuda de un experto para la decisión más importante de tu vida?”, argumenta. Andersen parece más prudente. Recientemente pasó por delante de la sede de Apple y vio a los empleados que esperaban para volver a casa. “Habían trabajado 10 horas y estaban haciendo cola mientras llegaba el autobús. Vuelven a San Francisco y se van a la cama”. Así pues, ¿las aplicaciones de citas han sido realizadas por gente como esta? “No deja de tener su guasa”, reconoce ella, “muchos las crean para conocer a alguien”.

Vuelvo a pensar en la fiesta, con estos engreídos conseguidores de cualquier cosa en sus vaqueros de diseño, con estos tímidos ‘tecnochiflados’ en sus camisetas que no han pasado por la lavadora, con estas ‘cazafortunas’ en sus vestidos de cóctel y estas divorciadas intrépidas, todos recién salidos del trabajo. ¿Habrá muchos que encuentren lo que están buscando? Los hombres de Silicon Valley trabajan y trabajan sin cesar. Si quedan con alguien, saltan de una pareja a la siguiente.

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