Ángel Sánchez Borges Papá, ¿por qué desaparecen los bares …

El trabajo es la maldición de las clases bebedoras.

Oscar Wilde

 

 

Inicio esta segunda parte de la serie lamentándome precisamente por el cierre a finales del 2014 de un restaurante emblemático en el centro de Xalapa; lo conocí hace 22 años cuando apenas comenzaba La Sopa, gracias a Miguel Fematt, fotógrafo y personalidad cultural de la capital veracruzana quien, junto a Pepe Ochoa, convirtieron La Sopa en el punto de reunión obligado de los asiduos al mundo artístico que caracterizaba aquella ciudad, hoy desgraciadamente desactivado por razones que aquí no tocaremos.

Ahí  podías encontrar por igual a estudiantes de la UV o a artistas de cine y escritores, músicos y gente gustosa de la cocina tradicional veracruzana, siempre en un ambiente compartido, ya que solían acomodar a las personas en los lugares disponibles de tu mesa si estaban libres, cosa que promovía la plática y el acercamiento entre extraños; algo que en los viejos tiempos en Xalapa se hacía hasta en los taxis.

La Sopa comenzó a finales de los años 80 como un lugar pequeñito, donde sólo se vendía sopa del día; la gente hacía fila con sus cacerolas en el Callejón del Diamante para llevarse la delicia en turno; poco a poco fueron agregando platillos hasta que un día rentaron el espacio contiguo y se convirtieron en un foco cultural de la Xalapa de niebla y flores,  que ha visto diluirse al paso de estas décadas aquel viejo mote de la Atenas de México.

Esperemos que  La Sopa renazca alguna vez.

 

 

La Pirámide

 

Por razones similares a las que aducen a la desaparición de La Sopa en Xalapa desapareció La Pirámide, un bar que se localizaba en la zona norte del centro de Monterrey y que justamente en los años 90 se convirtió en mi centro de operaciones por casi 20 años.

La Pirámide fue en sus inicios, a su vez, el replanteamiento de un viejo centro cultural regiomontano de los 80 que se llamó Arkali, es decir, un bar para gente del medio cultural; sólo que La Pirámide tenía más la identidad de un bar popular; y el estar en la esquina de Isaac Garza y Álvaro Obregón en la zona digamos más obrera del primer cuadro de Monterrey le daba otra sensación.

La familia Bárcenas era de largo conocida por mí, ya que como he contado en otro lado, a mediados de los 80 llamé a una estación de radio local para anunciar que estaba formando una banda de rock; una señora me escuchó y me marcó para presentarme a su nieto Temo Bárcenas, que era desde chiquillo un guitarrista virtuoso.

 

 

La barra de La Pirámide era alta, de madera labrada; y las sillas ad hoc te impedían tocar el suelo con los pies; ello tiene sus ventajas y desventajas,;como aquella vez que, sin decir agua va, un poeta alevoso tiró un golpe que esquivó el cuentista a su lado, y el agresor por la inercia se fue de espaldas al suelo, ya que con las uñas quiso asirse a la orilla de la barra; por suerte sin desnucarse.

Siempre me quejé de que la selección de bebidas espirituosas era pobre, pero hubo un tiempo en que los tacos de chicharrón se contaban entre los mejores de la ciudad. La Pirámide tuvo sus momento de gloria; y su momento de declive comenzó incluso años antes de su cierre definitivo, pero los parroquianos asiduos no dejábamos de sentirnos atraídos por esa planta en “L” iluminada apenas y con aquel neón azulado que le daba una atmósfera especial.

 

 

La Pirámide tenía un escenario permanentemente instalado en una de las esquinas; ahí tocaron muchos de los músicos que habían callejeado y cantineado por Monterrey desde los años 70, muchos trovadores y algunos rockers; se tocó música electrónica y experimental; ahí  vimos las mejores nalgas de la ciudad perdiendo la compostura y los chicos más cotizados del teatro y la danza locales peleados por damas de varias clases sociales.

La Pirámide fue sobre todo un bar de universitarios, pero ese mundo se fue retirando sin reparar que, con el vacío que le hacían, se iba perdiendo uno de los pocos reductos de su tipo en Monterrey; cuando los bares no le son apetecibles al usuario común y  popular y se especializan en grupos de personas (traidores de bar que hay muchos), la mayor parte del tiempo firman su sentencia.

Otra de las cosas que mata los bares en nuestro tiempo no es sólo que las clases bebedoras medias ahora prefieren las cantinas fashion de los centros comerciales; también es cierto que muchos y muchas ya no se sienten cómodos en espacios que no tengan otra atracción que la buena bebida y comida, tienen que tener cerca otras opciones de consumo a su alrededor.

 

 

Pero lo más letal para una buena cantina que se precie de serlo es firmar contrato de exclusividad con una marca cervecera; muchos dueños de bares se benefician de ello, porque la empresa les regala la cerveza o les amuebla el lugar o les instala las congeladoras, etc.  Por ejemplo la hermosa barra de La Pirámide resultó ser de la empresa cervecera, así que cuando retiraron el apoyo, la sustityeron por un remedo, ramplón, chaparro y no de madera, ya no digamos labrada; así no daban ganas de beber.

Traspasaron La Pirámide primero, luego de llamadas telefónicas amenzantes,  y otra gente que se animó a tratar de rescatarla, pero la convirtieron en un triste barecillo con un nombre mamón y una fachada pintarrajeada; poco tiempo después cerró el espacio como bar y los dueños de una bodega aledaña compraron la esquina y derrumbaron hasta la casa para construir un espacio gigantesco para su camiones contenedores.  Una cantina más mordía el polvo.

 

@antiguoautomata

 

 

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