Monserrat González añadió durante su interrogatorio ante la Policía Nacional un nuevo nombre a la lista de quienes participaron de forma indirecta en la matanza a tiros de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco: el de Armando García Oliva. Este hostelero gijonés, fallecido a principios del año pasado en el interior del establecimiento de su propiedad, el bar Armandín, fue quien según el testimonio de la asesina confesa le vendió dos armas de fuego: una de fogueo con la que practicar tiro y otra con munición real con la que finalmente llevaría a cabo el brutal crimen. Por muy inesperada que fuera lo sucedido, la noticia de que García Oliva estaba, al menos en parte, detrás del brutal suceso de León no llamó especialmente la atención ayer en La Calzada. “Nos esperamos cualquier cosa, era un hombre que estaba todo el día drogado. Desde que se separó de su mujer vivía en el bar y vendía de todo”, reconocía una mujer que llegó a trabajar para García Oliva “cuando tenía un bar normal”.
El intercambio de las dos armas por unos 2.000 euros en efectivo habría tenido lugar, según la confesión de la propia Monserrat González, en el interior del Armandín, a donde habría acudido sola, sin su hija -que estaba a su lado en el momento del crimen-, y por supuesto sin su marido, un agente de Policía que durante dos décadas trabajó en la Comisaría de El Natahoyo y que ahora ha vuelto a la ciudad en la que se gestó el fatal suceso que le cambió la vida para siempre.
Ni González -que definió ante la Policía a “Armandín” como un tipo “bajito y risueño”-, ni su hija, Triana Martínez, eran conocidas en el barrio. Durante su estancia en Gijón habían vivido lejos de La Calzada, en un piso de la calle Marqués de Casa Valdés. “Pude haberme cruzado con ellas pero ni las recuerdo”, contaba ayer la extrabajadora del Armandín. La asesina recaló en este bar situado en una calle peatonal escondida entre los edificios de La Algodonera tras oír hablar de Armando García Oliva en los “mercadillos”. Fue al establecimiento con la clara intención de hacerse con dos armas y lo consiguió. “El hombre había perdido el norte desde que se separó hace siete años y no me extraña que vendiera hasta pistolas”, recordaban ayer en el barrio haciendo hincapié en que el Armandín había abierto sus puertas siendo un establecimiento normal pero que, con el paso del tiempo y tras la ruptura sentimental, a Armando García Oliva las cosas “se le torcieron”.
El hostelero empezó a frecuentar malas compañías y a vender estupefacientes para levantar un negocio en declive. Las quejas de los vecinos empezaron a ser frecuentes. Las visitas de la policía también. Una de las últimas tuvo lugar el 27 de mayo del año pasado. Los agentes de la Comisaría de El Natahoyo le arrestaron entonces como presunto responsable del abuso sexual de una mujer que le denunció por sedarla con morfina. En ese momento los agentes encontraron en su establecimiento diez papelinas de cocaína y un blíster con comprimidos de sulfato de morfina. En el momento del arresto el hostelero trató de tragarse una bola de cocaína, pero se atragantó y tuvo que ingresar en el Hospital de Jove. García Oliva aceleraba una mala vida que no hacía presagiar nada bueno. El fatal desenlace llegó a finales de año. Armandín falleció en el interior del bar que le daba nombre y en el que vivía desde que había roto con su mujer. Nadie le echaba de menos.
La hermana descubrió 25 días después del fallecimiento el cadáver en avanzado estado de descomposición. La policía descartó que hubiera habido violencia por parte de terceros. Era un trágico final de su vida pero no de las investigaciones, que volvieron al bar al saberse quién había vendido el arma con el que se acabó con la vida de la política Isabel Carrasco.