Más allá de una ubicua bebida espirituosa sinónima de placer para papillas excelsas, el carismático Izarra, declinado en tres sabores, resulta una experiencia tan seductora que rebasa el plano sensorial. Límpida, brillante, de penetrante dulzura dominada por acentos melíferos y mentolados, inolvidable gusto sumamente equilibrado, esa luminescente joya, icono e estandarte de la destilería vascofrancesa atesora una antigüedad centenaria y miles de nuevos adeptos, mediante una feliz iniciativa renovadora más adelante explicada.
Deliciosa gastronomía líquida de cromática sedosa, degustada en long drink, cóctel, a secas como digestivo e incluso usado como ingrediente culinario, Izarra es un secreto combinado de ADN herbáceo y alquimia especiada, enraizado en una región fértil en maravillas comestibles de fuerte personalidad identitaria, premiadas en la mayoría de los casos, con una “DOC” (Denominación de Origen Controlada). Elaborada en su fresca versión verde con 16 plantas y lujosos condimentos (14 en el caso de la potente propuesta amarilla), luce 40º en ambos casos. El azafranado “Izarra 54”, compleja y sutil reinterpretación de la receta inicial, audazmente lanzado en 2013 y Paris en el marco del norteamericano “Cocktails Spirits” refleja en su nombre la graduación ostentada. Entre cien innovaciones propuestas y la participación de quinientos barmen del mundo entero, el “54” ganó ese año el premio “al mejor producto francés”. Entre exóticas especias y locales plantas pirenaicas destacan unos integrantes sumamente olorosos: de la familia de las Zingiberáceas, el cardamomo; entre Fabaceae, el mullido regaliz y la rubia vulneraria; para las Lauráceas, la dulce canela; la finísima nuez moscada indonesia, venida de las Islas Molucas; gráciles umbelíferas apiáceas (anís, hinojo, comino, coriandro, tallos de angélica), toques de apimentada melisa y serpol, plantas de la tribu de la menta y de las Asteraceas como la balsamita, así como un blanco exponente de las Adoxoceae, el sauco. Un bouquet de fragancia extrema al cual se añade una mezcla de almendras amargas, envoltorios de nuez pulverizados, ciruelas pasas maceradas en aguardiente puro -el Armañac de la vecina Gascuña-, jarabe de azúcar y miel de acacia regional. Con todo habemus el luminoso Izarra, atinadamente llamado “sol en el vaso” por sus primigenios catadores, quienes lo consumían ya en planazo “perfect serve”: con nieve de los Pirineos para enfriarle y exaltar sus aromas. Inténtelo y se volverá adicto.
“Gourmetizado” por los insignes jefes locales, Izarra traslada su sabrosa elegancia a platos cinco estrellas ideados por jefes insignes: Pierre Gagnaire le dedica dos postres (“Lait pris à l’Izarra vert” y “Jalea de Izarra amarillo”); Cédric Béchade ideó un soufflé inolvidable; Jean-Marie Gautier una crema helada al Izarra 54 sublimado con chocolate caliente, manjar exclusivamente degustado en el gastronómico “Villa Eugénie”, uno de los tres restaurantes del Hôtel du Palais (Biarritz). Y desde el mágico 2011, los mejores bares y coctelerías regionales han añadido a su carta unos combinados con este licor como base.
No obstante, la historia del famoso licor no sólo se nutre de éxito: de hecho, a lo largo de casi cinco tristes lustros, desapareció del mapa coctelero… y galo. Un luto para los hedonistas y una pena para esa oda a la bella región albergando parte de sus aromáticos componentes y el origen de su luminoso apelativo. En efecto, Yzarra lleva en sus genes el brillo de la estrella que, en vasco, le da nombre.
Nacida en Hendaya y 1904 del talento de Joseph Grattau, farmacéutico ducho en botánica, su elaboración se inspira de una antigua receta (1835) oriunda de la región de Espelette. Grattau, mejorándola, la comercializó bajo el nombre de «Licor Izarra Fina de Hendaya». Al tiempo, trasladada su fabricación en unos locales sitos en la bayonesa calle Frédéric Bastiat, se rebautizó «Izarra, vieja licor de la Costa Vasca», luciendo una etiqueta amarilla con estrella roja. Superadas las lógicas restricciones de la Primera Guerra Mundial, a partir de 1927 inició su conquista imparable como elixir de bandera, tradición y cultura entre mignardises y postres en millones de casas francesas. El 21 de junio de 1929, un maravilloso cóctel llamado “Y yo te digo… Maud”, a base de Izarra amarilla, marrasquino y armañac, se alzó con la victoria en el Championnat de Cocktails des Artistes de Paris. Otras ocurrencias, como el “Tito” (1929, 1,5 cl de Izarra Verde, 1,5 de Armañac, 1 cl crema de menta verde, 3 cl crema líquida), el “Marina Green” (1936), el “Chiberta Cocktail” (1938, 0,5cl Izarra verde, 2cl. Vermút seco y 5 cl de gin amarillo) y muchas otras maravillas (*) confortaron el éxito y la expansión de Izarra, cuyo apogeo llegó en los ’60 con un millón de botellas vendidas. (*) www.izarra.fr/drinks.php
Propiedad de la familia Saint-Martin, la marca fue comprada en 1981 por el Grupo Rémy Cointreau. Bastó una crisis financiera, prioridades que no incluyeron a la marca Izarra, el consiguiente cierre de la fabrica bayonesa y su posterior relocalización en 1988 en Angers (Maine y Loira) para que Izarra, reputadísima licor europeo, ya fabricado casi confidencialmente, conozca una progresiva decaída (que no desafecto) hasta su desaparición total del circuito llegado el nuevo milenio. El resto de su recorrido parece un cuento moderno trasladado a la historia de la Bella Durmiente (Izarra), despertada por un visionario príncipe: Vincent Clabé Navarre. Ese treintañero ejecutivo, dinámico y emprendedor, fascinado por la saga de las marcas, llegando en 2011 entre directivos de Rémy Cointreau, pronto se intrigó/fascinó por la epopeya del fluorescente licor pasado a mejor vida. Decidió insuflar una nueva vida y relanzar la marca.
Tirando de hemeroteca, archivos y de magníficos pósters de Colin, Ducatez, Mory y Zulla muy conocidos regionalmente y hoy vendidos a precio de oro, Vincent descubrió unas “pepitas” informativas valiosísimas y el excepcional “carnet de bal” del difunto licor, plagado de famosos adictos cosmopolitas, oriundos de la Blanca Albión, de los Urales y del país de Mickey: el regio Eduardo VII de Inglaterra, “Mr. K” (Nikita Kruschev) que degustó un shot de Izarra a dúo con vodka en Pau (1960), “Papa” (Hemingway, según Ava Gardner) que le ensalzó en su obra “Fiesta” (publicada en 1926 en EE. UU., en 1948 en España). Con tesón y el título de director de la marca, Vincent consiguió que ese rico brebaje venido a menos, conocido por 45% de los franceses y la totalidad de la población vasca, se mude nuevamente a icono de culto, reintegrando su trono y antañero feudo del Adour (esa vez en las Allées Marines) pertrechado de sus secretos de fabricación, equipo de distribución, línea productiva y de una dinámica estrategia publicitaria idónea para relanzarle. Así estrenó Izarra una segunda edad de oro y la conquista de nuevos adeptos luciendo sus fluorescencias untuosas declinadas en “Mojito vasco” (un auténtico boom, donde el Izarra verde sustituye al ron), “Long drink Izarra limón” (3 o 5 cl de Izarra verde mezclado con Schweppes limón o Kas citron on the rocks), “Yzarra cerveza” (3 cl de Izarra amarillo mezclado en 25cl de cerveza) o insólitamente mezcladas con doradas burbujas achampañadas.
Con esas versatilidades, transformado en bebida faro y must con clase, Yzarra seduce una franja de población juvenil llevando su incomparable frescor y color a los altares (de las barras) y a centenares de eventos posteriores, festivales, fiestas locales de Aquitania, donde duchos mixologos proponen el nuevo combinado “it” a sus feligreses locales, pero también a los dos millones de turistas anuales que recorren la dulce Aquitania. Chapeau al colosal trabajo de Vincent Clabé Navarre, coronado por un bien merecido éxito y el agradecimiento, todas edades confundidas, de los Izarradictos.