EDITORIAL
La decisión de la alcaldesa de Dénia de cerrar sin ninguna sanción el expediente por el derribo del histórico inmueble de 1930 viene a amparar la catastrófica gestión en el caso de su edil de Urbanismo, María Mut.
Por increíble que parezca, la historia milenaria de Dénia parece tener como principal enemigo a su propio ayuntamiento. Ha vuelto a suceder ahora con el derribo del Bar Mediterráneo, un auténtico escándalo: tal y como ha adelantado este diario, la alcaldesa, la popular Ana Kringe, ha cerrado sin ninguna sanción ni ningún culpable el expediente abierto para esclarecer el drama que ha destrozado uno de los inmuebles más singulares del siglo XX; y además, le ha dicho a la Fiscalía, tranquilos muchachos, dejad de investigar, que aquí no ha pasado nada: que la demolición se ajusta a la legalidad. Mensaje que añade a la tragedia unas buenas dosis de comedia bufa, porque fue el propio consistorio el que había denunciado el caso ante el fiscal y ha sido ahora el propio consistorio el que le dice que no hay lugar para tal denuncia.
El Bar Mediterráneo en sus orígenes. Una imagen ahora ya imposible.
Para tomar esta decisión, Kringe se ampara en el informe de un técnico que dice que el Mediterráneo ya no estaba protegido por el nuevo planeamiento urbanístico. Ahora bien, otros expertos apuntaban por el contrario que el edificio sí estaba preservado y no debería haberse demolido nunca. Lo trágico es que, más allá de complicadas interpretaciones jurídicas, siempre que existe una duda técnica el consistorio opta por aquella decisión que más daño va a hacerle al patrimonio de Dénia. Siempre. O casi.
¿Qué ha sucedido en realidad? Volvamos a principios de 2014, antes de la demolición, cuando la silueta inconfundible del Mediterráneo todavía constituía una de las señas de identidad de la fachada marítima de esta ciudad.
Entonces, la edil de Urbanismo, la popular María Mut, anunció unas obras para convertir el viejo inmueble de 1930 en un hotel y aseguró que los trabajos deberían preservar gran parte del edificio, en especial su famoso mirador. Se iniciaron las obras y, de un día para otro, la piqueta acabó con la totalidad del Mediterráneo, incluido el mirador de marras. Toda la ciudad se espantó… menos la propia Mut, que dijo, calma vecinos, que yo esto lo tengo bien atado con la promotora y ya he quedado con ella en que restaurará el mirador derribado… Ante el escándalo que se armó a continuación (lo que ya es una ruina no se puede restaurar) la edil del PP reculó: y 24 horas después anunció que llevaba el caso al fiscal. Al parecer no todo estaba tan bien atado.
La edil de Disciplina Urbanística, María Mut.
Hasta aquí la primera parte de la historia. Pensando bien, podría interpretarse que a Mut la engañó la promotora al no conservar lo que tenía que tenía haber conservado y que después la edil de Urbanismo intentó salir por la tangente diciendo que iba a restaurarse lo que no podía ser restaurado para acabar rectificando y acudir a la Fiscalía. No es una gestión muy brillante, pero pelillos a la mar: con la que está cayendo, hay políticos que cometen errores mucho más gordos y al fin y al cabo en ese momento Mut ya había colocado la cuestión del derribo donde tenía que estar, ante el fiscal. Vale. De acuerdo. Pensando bien, hay pecados perdonables.
Pero después existe una segunda parte de la historia en la que pensar bien es mucho más difícil. Y que probaría que desde el principio, antes de que comenzara actuar la piqueta, ya existía una estrategia orquestada para legalizar ese derribo sin ninguna consecuencia judicial. Lo probaría el hecho de que en realidad la licencia que Mut otorgó para rehabilitar el Mediterráneo sí autorizaba a la empresa a demoler el edificio…Pero bueno… ¿Cómo es posible? ¿Pero no habíamos quedado en que el antiguo bar estaba protegido? ¿No habíamos ido por eso al fiscal? Y es entonces cuando llega el último acto de la tragedia: alguien descubre oportunamente y a posteriori que el Mediterráneo había quedado descatalogado del nuevo planeamiento urbanístico y que por lo tanto (también muy oportunamente) el derribo sí podía tener lugar y la licencia era correcta.
Lo más curioso es que eso se haya sabido a última hora, a pesar de que la desprotección del inmueble era la que daba luz verde a la licencia que María Mut firmó a principios de año y por lo tanto estaba en el origen de todo. Si la edil sabía lo que firmaba (la sentencia de muerte para el edificio que había prometido preservar) sus pecados ya no son tan perdonables y sigue sin entenderse porqué entonces acudió al fiscal si no fue para interpretar una comedia dentro de esta tragedia; y si no lo sabía (si firmó la licencia/sentencia de muerte sin leerla) no parece la persona ideal para ocupar un puesto cuya misión es defender el patrimonio de Dénia.
Porque sea de una manera o de otra, Mut no lo ha defendido: el Mediterráneo, el lugar de históricas tertulias antes y después de una guerra, el bar utilizado por rodajes de películas de Hollywood, el hito cuya recuperación debía simbolizar la pujanza gastronómica de esta ciudad, está hecho añicos. Esa es la única verdad. Mut no ha cumplido con su cometido y no vale decir que es que no podía hacer nada. Sí podía: existían instrumentos a su alcance para evitar el desastre, como una suspensión de licencias antes de las obras. La actuación de la edil por acción u omisión ha sido cuando menos catastrófica y además ha recibido el amparo de todo el gobierno de Kringe al cerrar ahora el expediente en falso.
Puede que ante la comunicación del ayuntamiento, el fiscal efectivamente decida cerrar el caso porque legalmente no haya otra salida. Pero desde el punto de vista moral, tanto ese magistrado como cualquier hijo de vecino puede preguntarse (pensando bien o pensando mal), ay señor, en manos de quienes hemos dejado el patrimonio de una ciudad milenaria.
Y añadir: Ay si Muyahid levantara la cabeza.
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