Bar Torino, año 2014

VALENCIA. ¿Qué pensarían los fundadores del Valencia de la actual situación del club? Creo que es una buena pregunta que, desafortunadamente, nunca obtendrá respuesta. Podría fabular y recrear algunas ideas que imagino pasarían por sus mentes, pero sería irrespetuoso y, en algún caso, totalmente erróneo.

El martes, esa entidad que se fundó en el legendario para el valencianismo Bar Torino, cumplió 95 años. Parece ser que una moneda al aire decidió el primer presidente, nada que ver con las monedas que ahora, tantos años después, van a dirimir quien manejará la entidad en una auténtica refundación. Una especie de renacimiento que ya no se discute al calor de un bar y unas cuantas cervezas sino en despachos de alta alcurnia económica y política, al frio de las nuevas tecnologías y de las llamadas ofertas vinculantes.

En poco más de un mes, teóricamente, el Valencia debería tener nuevo proyecto, más estabilidad y, principalmente, un horizonte limpio que ilusionara a sus seguidores, que viven en el hastío desde que en 2005 comenzó a derrumbarse lo que recientemente habían conquistado con tanto esfuerzo.

La perspectiva debería ser por tanto optimista y el aficionado, accionista o no, tendría que sentir cierto nerviosismo, ese que siempre va ligado a los grandes momentos de la vida. Ese cosquilleo estomacal y esa media sonrisa en los labios que precede, por ejemplo, al inicio de una gran final. En esos momentos, es también inevitable sentir un miedo racional ante la posibilidad de perder en noventa minutos lo alcanzado con sufrimiento, pero todo eso se esfuma cuando el balón se empieza a jugar.

En el caso de la definitiva venta del Valencia, el recorrido hasta llegar al punto actual más que sufrimiento ha sido el mismo purgatorio. Pese a lo que entiendo que los seguidores habrían de estar razonablemente contentos. Pero no lo están, no al menos la mayoría, y es comprensible.

Más allá de la evidente necesidad de reconstrucción del club y la inyección monetaria que le devuelva a la estabilidad económica, indispensable para el buen desarrollo deportivo, las partes implicadas en el proceso han estado de acuerdo en poco más respecto a la deriva que debía seguir el mismo.

Fueran lícitas o no las razones de unos y otros, la evidencia es que cada cual ha mirado más por la defensa de su parcela del corral que por el gallinero al completo. Si a eso se unen el populismo, las filtraciones y el innecesario estiramiento del proceso, la sensación a pie de calle, entre el aficionado, es de conflicto. Conflicto de poder, que ha llevado al conflicto entre muchos valencianistas, algo que tristemente no es nuevo.

“Si no estás conmigo, estás contra mí”. No debería ser así, pero lo es. Basta echar un vistazo a las redes sociales o pasar un rato de charla con aficionados en cualquier rincón de la ciudad, tan a la última lo primero y tan aparentemente obsoleto lo segundo, que la conclusión es la misma. Radicalismo. Si criticas cualquier actitud de Salvo, por nimia que sea, automáticamente te convierten en ‘Llorentista’ (dícese defensor de Manuel Llorente… aún me da la risa) y si, por el contrario, haces una defensa de Amadeo, rápidamente pasas a ser un ‘agitador populista’… Sinceramente, no es así como yo entiendo las cosas y, si ahora me permiten fabular un poquito, tampoco creo que lo entendieran así en el Bar Torino, allá por 1919.

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