Bares con nombre de mujer

Mosaico de fotos con camareras de Logroño. Obra de Diego Ortega, gracias al archivo de Diario LA RIOJA

A medida que avanza este blog, compruebo cómo ha ido recogiendo la vertiente femenina en nuestros bares. Cada día más. Igual que la mujer ha ido poblando escenarios en principio dominados por el sector masculino, también en nuestros garitos de confianza las chicas ocupan su espacio sin que a nadie le llame ya la atención, demos gracias a Baco. Habrá que explicar a las generaciones menos talluditas que no siempre fue así; que antaño una mujer defendiendo una barra, como también sucedía al frente de otros negocios con exceso de testosterona, llamaba la atención y fomentaba las maledicencias. Igual que no podían abrir una cuenta en el banco sin permiso de su marido ni bajar a la mina ni fichar por el Ejército, las mujeres parecían tener vetado su ingreso en la hostelería.

Aunque es cierto que siempre fue un gremio más generoso con su presencia que el resto del paisaje laboral. Tal vez, porque como se trataba de negocios familiares en gran parte, el matriarcado quedaba entonces justificado. De modo que los logroñeses más veteranos sí que recordarán algunos ejemplos de mujeres trabajando en su bar, solas o en compañía de sus esposos, aunque preferentemente al mando de la cocina. Así ocurría en tantos y tantos casos. El Buenos Aires, con Carmen y Pilar faenando en los fogones aunque asomando poco en la barra, el Negresco, con María Luisa como sombra eterna de Luis Santos, el Jubera, también pródigo en explorar su lado femenino…

Pero un bar que incorporarse a su plantilla, sin mediar vínculo familiar alguno, a una mujer como camarera… Un bar que eligiera a una mujer en vez de un hombre para atender su barra… Antaño no era algo tan frecuente como hoy. Eduardo Gómez siempre me recuerda el caso del extinto Bahía de Marqués de Vallejo, pionero en contratación de barwoman. Con el paso del tiempo, las mujeres se fueron haciendo fuertes al frente de sus negocios, demostraron que los prejuicios son sólo eso, lamentables mentecatadas, y floreció una primera gran promoción de camareras logroñesas que allá a finales de los 80 empezó a desempeñar su oficio en el escenario entonces más bullicioso de la ciudad: los bares de la Zona. Poniendo copas a deshoras, aguantando al mirón de guardia y las impertinencias de rigor, aquellas muchachas que hoy peinarán alguna cana se licenciaron como maestras en un oficio que exige buen ojo para catalogar al cliente, mano izquierda para despachar la consumición y entrega casi total, porque ya se sabe que en esta profesión los horarios casi no existen. Virtudes todas ellas que la mujer suele acreditar en igual (o mayor) medida que un hombre.

Así que las chicas triunfaron. Y siguen triunfando. Entro en Vinissimo y confirmo esta apreciación, paso por La Travesía y me sucede algo parecido, no digamos si paro en el Donosti de la Laurel. Añada el improbable lector cuantos ejemplos conozca y comprobará que son legión las barras donde las mujeres dominan.  Y mientras voy reflexionando sobre esta evolución tan halagüeña en el universo de nuestros bares, desemboco en una carambola: resulta que mañana es el Día de la Mujer Trabajadora, valga la redundancia. Juro que no lo tenía en cuenta mientras semanas atrás repasaba la dichosa lista de bares donde alguna vez me atendió una mujer a quien no he olvidado y pienso que tan feliz coincidencia merece dedicar estas líneas a ellas. A todas las mujeres que uno ha ido conociendo en los bares de Logroño, a los dos lados de la barra.

P.D. Si tengo que elegir la primera camarera que me impresionó como cliente aún barbilampiño, yo confieso: fue Julia, la entonces propietaria de El Soldado de Tudelilla cuando el bar aún se alojaba en la calle Laurel. Aquella dama, a quien veo de vez en cuando por Logroño sobrellevando con airoso garbo la jubilación, me sirvió un inolvidable bocadillo de aceitunas que hubiera hecho feliz a Dalí. Puro surrealismo. Y sin salir del confesionario, lo admito: la camarera que conquistó el corazón de los logroñeses de mi quinta fue  María Luisa, icono de La Universidad. Derrochaba estilo, clase y elegancia: como si Elizabeth Taylor hubiera fichado por la calle Laurel.

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