Chateame, mandame un WhatsApp, poné ‘me gusta’

Hace unos años tomábamos un café en el bar de la esquina y nos poníamos al día de nuestras novedades. Hace unos años nos decíamos: “cuando llegues a tu casa pegame un llamado y te cuento cómo me fue en el día”, y hace unos años cuando éramos adolescentes disfrutábamos de escribir en nuestro diario íntimo que nos regalaban para algún cumpleaños con la ilusión de mantener en privacidad todos nuestros secretos y que este diario se transforme en el único receptor.

Hoy ese bar de la esquina se transformó en el ‘Starbucks’ más cercano donde nos sentamos a disfrutar de un café pero nos separa el ‘chat’ del teléfono celular, ese “pegame un llamado” fue desplazado por “hablame cuando tengas señal” y ese diario íntimo se traslada al muro de Facebook, a los ‘tweets’ del Twitter, donde sólo podemos escribir en 140 caracteres -dato no menor en una cultura ‘snack’ donde todo es rápido, express y “ya”- y a la infinidad de fotos enviadas por el WhatsApp ilustrando cada paso que damos eliminando posibles anécdotas que bien podrían ser contadas cara a cara.

Podríamos decir que todos tenemos un “minuto a minuto”, que nuestra vida se transmite en vivo y en directo, “como todos los días y por el mismo canal”, contando con la misma audiencia y esperando tener el mismo rating que logramos con una gran cantidad de ‘me gusta’.

Los ‘hashtags’ nos marcan la agenda del día, de qué debemos hablar en la oficina para no quedar excluidos de las charlas de pasillo, los líderes de opinión son quienes seguimos en Twitter y los estados de ansiedad aumentan cuando el celular se queda sin batería y los lugares no tienen wifi.

La catarsis diaria se realiza por medio de las nuevas tecnologías y no es extraño saber que mucha gente nos conoce porque nos sigue por las redes sociales: “yo te conozco por Facebook” es una de las frases más escuchadas y ya no esperamos que algún amigo nos aconseje sobre nuestros relatos, sólo leemos el comentario digital que no es más que un mensaje viral que rueda como bola de nieve.

¿Ansias de exhibicionismo? ¿Buscar la aceptación y la admiración del otro? ¿Satisfacer necesidades de estima y de autorrealización? O, simplemente, el miedo a establecer relaciones duraderas, más allá de las meras conexiones, como bien manifiesta Zygmunt Bauman en su tesis acerca de la fragilidad de los vínculos humanos.

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