Conversaciones de bar


Alicia Álvarez

Me imagino la típica conversación de chigre. Esa escena que ahora, recién levantados, nos cuesta recordar con claridad y que reaparece en nuestra cabeza mediante flashbacks como los de las series de forenses. Una imagen por aquí, otra frase por allá: son las últimas horas de ese viernes en el que, sobre las once de la noche, con toda la intención y sin ninguna credibilidad dijiste a tus amigos “una y pa casa”. Lo que ocurrió de ahí a la última imagen que recuerdas de todos apoltronados en una barra tan sólo es una conversación de bar; pero una de esas conversaciones de exaltación de la amistad en las que primero las confesiones, después las anécdotas, acaban dando lugar a una especie de “brainstorming chigreru”; proyectos que a las cuatro de la tarde nos parecerían una estupidez, pero que en mitad de la madrugada y con unas copas de más nos parecen una absoluta genialidad: recetas para acabar con la crisis, para montar un negocio, para hacerte millonario, para convertirte en artista de éxito…

Así que sí, me imagino a Évole y compañía saliendo de trabajar, quizás animados por los últimos datos de audiencia registrados por “Salvados”, diciendo “una y pa casa” para luego terminar en algún bar teniendo una idea tan de chigre como la del falso documental sobre el 23-F que emitía este pasado domingo La Sexta; una idea que habrían dicho unos y otros que era buenísima, que sería la hostia, que harían historia, que la gente iba a flipar. Sí, sé que es sólo una hipótesis, porque no sabemos si en realidad se desarrollaron así los acontecimientos, pero ¿a quién le importa la verdad? Lo importante es que, fuera conversación de chigre o no, Jordi Évole lo hizo y, es más, tuvo recursos para financiar la idea y hasta hubo personalidades de la política y del periodismo que quisieron colaborar. El objetivo del engaño, diría después el periodista a diferentes medios, justificaba la tomadura de pelo porque se trataba de hacer reflexionar a la audiencia sobre la veracidad de los medios y de las historias oficiales. En definitiva, el Follonero quería poner a la gente a pensar.

Y aquí es donde, una vez más, se siente la distancia entre el suelo y el cielo. Digo, el distanciamiento con el ciudadano medio que muchos grandes profesionales del sector acaban desarrollando, supongo que inmersos en su propia dinámica de trabajo consistente en hablar principalmente con políticos, artistas y empresarios. Sí, Évole quería que meditáramos, pero la intención delata la condescendencia y, si me lo permiten, la impertinencia de pensarse con el mandato o la responsabilidad de hacer pensar a la gente, y, además, no mediante la exposición de hechos veraces, sino mediante un falso documental, lo que a su vez delata que nos presupone dormidos y alienados; tanto como para necesitar una ficción con final impactante e inesperado para despertarnos.

Y creo, de verdad, que ahí es donde Évole patina, porque la ciudadanía es más que consciente de las mentiras políticas, las manipulaciones mediáticas y las diferencias clasistas, otra cosa es que no tenga ni los recursos, ni las herramientas, ni, seguramente, las vías adecuadas para combatirlas. No, la gente no está anestesiada, ni es lela, ni no se entera -un movimiento como el 15-M lo dejó hace poco bien poco patente-, lo que está es constreñida, atada de pies y manos y, sobre todo, muerta de miedo a protestar y a perder el trabajo, y ésa es la mentira que un buen periodista se debería dedicar a destapar. Lo demás son conversaciones de bar.

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