El empleo en Microcentro porteño ha experimentado marcadas mutaciones desde principio del siglo pasado a nuestros días: del trabajo de fuerza intensivo -puerto, mercado central y construcción- ha pasado, con matices, al cubículo y al escritorio con head-set y computadora personal.
Microcentro compone una cuadricula de edificios de administración, oficinas gubernamentales y bancos que concentran la mayor porción de esa mano de obra de escritorio. Funciona febril de lunes a viernes con la actividad diurna y durante el fin de semana y en el horario nocturno tiende a decaer en movimiento con una sola excepción: los que marchan desde las oficinas de trabajo a los bares, pubs y cervecerías cercanas. Son los que demoran las luces de la city porteña hasta pasadas las nueve de la noche.
El ADN obrero que ocupaban los despachos y cafecitos populares hace cien años, hoy no desapareció. Con el cambio de modalidad de trabajo manual/activo al de intelectual/pasivo se pasó a otro tipo de sociabilidad muy parecido al que ejercitaban nuestros antepasados.
Los almacenes con despacho de bebidas y cafetines a principios del siglo XX eran, para el vocabulario moralista de la época, antros antihigiénicos que tendían a pervertir al trabajador con una ingesta alcohólica que amenazaba con la productividad de las tareas diarias. Este era el discurso pronunciado por la elite intelectual y autoridades políticas que tachaban al obrero como elemento inmigrante, anárquico y socialista.
Mientras los empleadores e intelectualidad burguesa ocupaba los grandes salones o grandes cafés (Café Tortoni o Richmond) y consumían la bebida de las luces: el café, los obreros llenaban los despachos y cafés populares de algarabía, juegos y bullicio y consumían bebidas populares: destilados y vermú. El alcohol era un ingrediente más en el Almacén con despacho de bebidas. No corrompía a los trabajadores, cumplía la función de unirlos. Allí debatían y armaban actos políticos, organizaban cooperativas de socorro mutuo, bailaban e improvisaban espectáculos, jugaban a las cartas y a los dados y se olvidaban por un rato de su Europa perdida o los jornales extenuantes.
Ese espacio de ocio y sociabilidad informal se aggiornó. Lo que el trabajo de ayer perdió en intensidad y brutalidad lo ganó actualmente en enajenación y estrés moderno. Lo interesante es que el espíritu de despacho de bebidas y cafetín sigue hoy vigente en los bares, pubs y cervecerías de la zona.
Se asiste al bar donde se estimula un espíritu de camaradería entre cervezas frías y tragos de autor a mitad de precio (dos por uno), acompañamientos musicales y bocados salados que invitan a quedarse. Oportunidad de desinhibirse ante ese compañero o esa compañera de trabajo, de ‘descuerar’ al jefe o encargado e incluso de integrarlo al grupo. También como momento de cohesión y posibilidad de estrechar amistades por fuera del ámbito de las obligaciones.
Las luces que siguen iluminando Microcentro corresponden a espacios esenciales en la vida del empleado administrativo o de oficina. Oasis sin interferencias, ni jerarquías, ni exigencias. Fórmula infalible: de la casa al trabajo y del trabajo al bar.
Florencia Migliorisi – @flormigliorisi