Como siempre, a la tardecita me hice una escapadita a mi bar habitual de la cuesta, para ver pasar la vida y, café mediante, esperar a mis amigos para charlar intrascendencias que me permitan volver a casa con mi espíritu más distendido y el estrés a menor volumen. Pero hete aquí que antes de que llegaran ellos, tuve la suerte de grabar el siguiente diálogo entre dos ochentones que se sentaron detrás mio: –Carlos, ya decidiste a quién votar.
–Mirá Enrique, me puse a pensar en todos mis votos. En 1946, ilusionado lo voté a Perón, pero me desilusioné cuando se la agarró con la libertad de prensa y empezó a meter presos a los que no pensaban como él, entre ellos a mi pobre vieja, a la que vino a buscar la policía a las tres de la mañana y se la llevaron a la Cárcel de mujeres de San Nicolás donde estuvo incomunicada durante 18 días.
Con el golpe de estado del 55 también me ilusioné, pero cuando empezaron con los fusilamientos a militares peronistas también destruyeron mis esperanzas. Me gustaron Frondizi e Illia pero no tuve tiempo para caer en la desilusión porque nuevamente los militares volvieron a meter las de andar con ellos.
También me ilusioné con el regreso de Perón, pero mis ilusiones volaron hechas pedazos cuando los montoneros protagonizaron la matanza de Ezeiza. A pesar de eso, cuando Perón, con Isabelita, se presentó para presidente lo volví a votar esperanzado. Pero en 1976 llegó la más sangrienta Dictadura que usurpó el poder cuando era Presidenta M.E.Martinez de Perón, que lo sucedió a Perón cuando éste falleció en 1974.
La Dictadura del ’76 duró hasta después de la derrota en Malvinas porque, obligados por el fracaso bélico, tuvieron que dar elecciones y en 1983 Asumió Alfonsín.
Y mis ilusiones se fueron desvaneciendo paulatinamente con Alfonsín, Menem, De la Rúa y los Kirchner.
— ¿Y? Ahora te repito la pregunta ¿A quién vas a votar, Carlos?.
— Enrique, me cansé de tropezar con la misma piedra así que, como ahora no me convence nadie, ni oficialistas ni oposición, tengo dos alternativas: O no voto porque mis años me exceptúan o le meto un voto en blanco porque ya perdí las esperanzas de que alguien sepa llevar las riendas de esta Argentina, sin beligerancia y con patriotismo. Sabés por qué, Carlos, porque he llegado a un punto en que descreo de la política, porque desde el golpe de estado de 1930, este país viene rodando por la pendiente a pesar de lo potencialmente rico que es, porque no lo han sabido conducir o lo han conducido a medias, a los manotazos.
Ojalá me equivoque, pero…..
Y ahí terminó el diálogo al que siguió un pesado silencio entre los dos amigos que quedaron pensativos, seguramente que cada uno de ellos ilusionándose nuevamente allá en el fondo de sus corazones, porque como dijo Francisco de Quevedo y Villegas, (1580-1645) poeta español:
“La Utopía es un lugar que no existe, pero al que es posible llegar”.