Han abierto un bar del Athletic en el centro de San Sebastián, a cien metros de la playa de la Concha. Es un bar seriamente del Athletic. Los dueños no se han conformado con colgar por ahí el póster enmarcado del equipo de la 82-83. Lo que han hecho es llamar al garito ‘Zazpikale’, plantar en la entrada un cartel del metro de Bilbao, empapelar las paredes de rojiblanco y transformar el sótano en un pequeño San Mamés, con hierba artificial y todo. A cien metros de la Concha. Yo he pensado lo mismo: a estos pobres el estudio de viabilidad del negocio han debido de hacérselo en el despacho profesional del Sombrerero Loco.
Parece que el bar ha causado cierta impresión en San Sebastián. Una impresión pésima, concretando un poco. Ha habido sabotajes y alguna peña de aficionados realistas ha visitado el local para cursar notificación de su malestar. A estos aficionados, del bar les ha molestado hasta el logotipo, y han conseguido que se retire. Digamos que el logo mostraba una versión made in Taiwan de la imagen de espaldas de la nieta de Rafa Iriondo con camiseta del Athletic que ilustraba el cartel del documental ‘Un siglo y 90 minutos’. Atención, que ahora llega el Rorschach. Cuando miraban el logo, los peñistas indignados de la Real no veían a la niña, sino al homínido aquel que miccionó en Anoeta contra el busto del entrenador Ormaetxea. A continuación consideraban la imagen “un insulto a los seguidores realistas, al club como institución y a la población guipuzcoana en general”.
Conclusión número uno: ¿no es curioso que alguien que se define como realista tenga semejantes problemas con la realidad? Conclusión número dos: ¿no tiene a su manera mérito abrir un bar y que éste sea considerado, no un buen bar o un mal bar, sino un insulto a la población en general? Conclusión número tres: ¿cabe la posibilidad de que en el despacho profesional del Sombrero Loco estén haciendo los estudios de viabilidad a última hora del viernes, el día en que en aquella oficina se puede ir sin corbata y se fomenta el consumo de LSD entre la plantilla?
Tal vez haya que señalar que los dueños del bar del Athletic de Bilbao en San Sebastián no son de Bilbao, sino de San Sebastián. No piensen por tanto en colonos desplazados. Esto, por supuesto, no es extraño. Cualquiera sabe que no es en Bilbao donde la gente es especialmente del Athletic de Bilbao. Es más bien en Eibar donde se custodia la verdad futbolística y habitan los grandes líderes de la ultraortodoxia rojiblanca. Eso debería servir para no tomarse tampoco estas cosas de la rivalidad deportiva y geográfica demasiado en serio.
El límite que separa el pique más o menos terapéutico del fanatismo idiota es el que separa los bares castizos con bufandas de los pubs ingleses en los que no se permite entrar con camisetas o insignias de equipos de fútbol. ‘No colors allowed’, leíamos en nuestras primeras incursiones en los pubs de Londres, y nos parecía aquello una cosa muy racista e inaceptable. Hasta que nos explicaron que la prohibición tenía que ver con el fútbol y con las peleas demoníacas que se organizaban cuando, por ejemplo, un borracho del Arsenal entraba y veía en lontananza a un borracho del Tottenham.
Esperemos que el sentido común preserve todos los bares chiflados que se alzan precisamente contra el sentido común y los estudios de viabilidad. En parte porque a ver si no va a poder cada hostelero arruinarse como prefiera. Y en parte porque generan estos bares unas ocasiones bárbaras para practicar sin pretenderlo el deporte de máximo riesgo. Un amigo mío entró una tarde en París en un barcito que le pareció tranquilo y nada turístico. Era un local pequeño, escondido, en el que predominaban los colores blancos y rojos. También era un barcito en el que la gente se quedó callada al verle entrar. Mi amigo llevaba puesta una camiseta de la selección francesa recién comprada. El 12, Thierry Henry. Cuando pidió una cerveza, mi amigo notó que le miraba raro aquella gente. Y también que el camarero no se movía. Él lo atribuyó todo a su francés defectuoso. “No soy de aquí”, balbuceó entonces sonriendo mucho, haciendo gestos con las manos, tratando de caer simpático. “Vengo del País Vasco”. Y le sonrió la suerte a mi amigo, aunque tuvo que explicar un poco lo de la camiseta, porque le sirvieron la cerveza y hasta salió vivo de aquella gruta de independentistas corsos.
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