Mucho se dice que la coctelería vive una edad dorada, similar a la que Buenos Aires conoció de 1940 a bien entrados los años 60. Pero para que este nuevo auge termine realmente de consolidarse queda una deuda pendiente: la barra hogareña.

Deambulando por las casas de antigüedades de Av. Gaona (en Caballito), por el Mercado de Pulgas (en Palermo) o sobre la empedrada Defensa en San Telmo, las relucientes vitrinas ofrecen un mundo maravilloso de cristalería. Copitas digestivas de los años 70, jarras y cocteleras de mediados de siglo pasado, preciosos botellones donde trasvasar aguardientes o guardar licores caseros, copas de Martini y vasos de whisky de infinitos colores, tallados y texturas…

Hurgando se encuentran jiggers (medidores) de plata así como largas cucharas para mezclar en jarras y vasos de composición. Prueba irrefutable de cómo, hace apenas unas décadas, los destilados y la coctelería eran parte de una vida cotidiana. Recuerdo a mi papá recibiendo a sus amigos para jugar una generala con un whisky siempre listo y la hielera repleta; a mi mamá que prefería sabores más dulces, con un Drambuie o un Grand Marnier (entrados los 90, claro, se pasó al Baileys).

Hace pocos años, de hecho, encontré en la casa familiar un Angostura Bitter de la marca Tres Plumas, y el precioso libro Cocktails y bocaditos, editado por la revista Mucho Gusto, definido como un “manual práctico para el bar hogareño”.

No se trata de competir con el bar, por supuesto, pero sí de que las casas vuelvan a tener, junto al vino y a sus grandes copones, junto a la cerveza y los vasos tulipa, los elementos mínimos para elaborar una coctelería básica. Como dicen en el libro de Mucho Gusto, preparar fórmulas destinadas a “ser celebradas ruidosamente en toda reunión de agasajo”.

Qué belleza, sólo imagínense: recibir a los amigos con un cóctel aperitivo, antes de pasar al vino. Jugar a ser un bartender, mezclando una receta encontrada en Internet. Preparar tragos embotellados para la picada previa al asado, o una jarra para el atardecer. Tener siempre y al alcance de la mano una pequeña pero nutrida selección de espirituosas, con sus botellas de diseño, licores de calidad (un Chartreuse, un Cointreau), vermuts y bitters.

Está pasando. De a poco. Tengo la certeza de que hoy, en un grupo de amigos veinteañeros, siempre hay alguno que tiene una coctelera y mucha curiosidad. Sin duda ese es el próximo paso, para brindar por una nueva edad dorada.

El autor es periodista gastronómico y uno de los organizadores de BA Cóctel.