El fútbol es tan generoso en los análisis que sólo tres partidos después los defectos de antes pueden ser vistos por algunos como virtudes (o atisbo de ellas) y las carencias de ahora, que son las mismas de antes, no conseguían ser vistas por los otros, que justificaban con brindis al sol. Ese es el juego y así se mueve esto cuando no existe un proyecto sólido, con unas directrices bien marcadas, con una responsabilidad certera en cada uno de los aspectos que afectan a la gestión deportiva de un club. Es el borracho que sale dando tumbos del bar cuando ya está todo cerrado, va de un lado a otro, dando esos graciosos bandazos, y un día va a encontrarse con la chica guapa y va a tener la palabra adecuada y va a triunfar, pero eso ocurre un día, o tal vez no, porque lo que siempre pasa es que termina en casa, solo y después de haber hecho el ridículo.
Tres partidos es un período demasiado corto como para hacer un balance objetivo del cambio. Los mensajes que llegan del nuevo (y no experimentado) entrenador son confusos, algunos buenos, otros no tanto. Ferrer cambia cosas que a ojos vista no parecían las más importantes para ser cambiadas y éstas, las que a todos le parecen flagrantes, continúan como antaño, en lo que es una retorcida complicación del argumento. No sabemos cómo acabará todo porque tres partidos es demasiado poco tiempo como para predecir sin correr el riesgo de equivocarse, pero sí que parece que el efecto deseado no se ha logrado, que la dinámica es la misma de antes, que los resultados son los mismos, que el juego es más o menos el mismo, y eso no parece buena señal de que el tipo que sale del bar vaya a encontrar la palabra, vaya a encontrarse siquiera con la chica.
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