Todas las noches, 21 artistas suben a escena y exponen con su canto y danza toda la historia de la música ciudadana. El show es el fuerte del local, especialmente para los turistas. El menú es a la carta y está traducido a varios idiomas, dada su condición de bar internacional.
Sigue siendo el puchero el plato representativo de la casa, con opción a degustar toda la variedad de la comida criolla.
El Café de los Angelitos se cuenta entre los bares notables de Buenos Aires y fue promocionado en las ferias internacionales de turismo en Berlín, Madrid, Milán y Río de Janeiro.
De lunes a lunes, destacadas figuras de la política, el arte, el deporte y la cultura, se dan cita en este legendario café, que desborda maravillosas anécdotas.
El nombre “los Angelitos” nació por la ironía del comisario de Balvanera que vigilaba el bar, cuando era frecuentado por compadritos, malandras y caferatas.
Al llegarle noticias de que la situación se estaba poniendo brava entre cuchilleros, decía: “Vamos para el café, a ver en qué andan los angelitos”.
El italiano Bautista Fazio lo fundó en 1890 y su primer nombre fue Bar Rivadavia; por entonces sus instalaciones eran precarias, el piso de tierra y las paredes despojadas.
El lugar fue fiel testigo de los duelos a contrapunto de los payadores Gabino Ezeiza, Higuito Cazón y Jose Betinotti.
Gabino Ezeiza había nacido en San Telmo y de niño escuchaba absorto las coplas criollas que nacían bajo el alero de los patios coloniales.
Cuando le obsequiaron, a los 21 años, su primera guitarra, la adornó con cintas celestes y blancas, se despidió de sus seres queridos y partió con rumbo errante, al mejor estilo Santos Vega.
Un buen día, recaló en el café de Rivadavia y Rincón y fue allí donde entabló amistad con Carlos Gardel, con el que compartió muchas noches de tango y payadas.
En 1920, el español Carlos Salgueiro compró el local y decoró la entrada principal con dos angelitos de yeso, bautizándolo definitivamente “Los Angelitos”.
A esa altura ya habían desfilado por allí tangueros como Gardel y Razzano, que en una de sus mesas firmaron un contrato con el director del sello Odeón, para grabar su primer disco; y gente de teatro, como Florencio Parravicini y Elías Alippi.
Socialistas como Juan B. Justo y Alfredo Palacios también eran habitués del café, donde se opinaba sobre política en largas y a veces, acaloradas tertulias.
Tita Merello, Aníbal Troilo y Julio de Caro, fueron moldeando el espíritu tanguero que el café conservó a través del tiempo. En 1944 José Razzano compuso el célebre tango “Café de los Angelitos”, con letra de Cátulo Castillo.
Hoy, más de 300 cuadros engalanan las paredes del lugar, siendo la mayoría fotos de los personajes ilustres que fueron escribiendo la historia del emblemático bar, que comenzó a declinar en los años sesenta, hasta que en 1992 cerró sus puertas.
Con el paso del tiempo llegó a un estado de abandono deplorable y hubo que demolerlo porque corría peligro de derrumbe.
Fue tapiado pero no olvidado: descendientes de tangueros, habitués y vecinos de Balvanera y otros barrios, se comprometieron a llamar la atención de las autoridades de la comuna para que lo remodelaran y lo reabrieran. Su manera de protestar fue única: durante años, cada miércoles al caer la noche, se citaron a bailar tangos en su vereda.
Finalmente, en 2006 comenzó su remodelación y en 2007 fue reinaugurado. El músico Mariano Mores, cuando se enteró que el café volvía al ruedo, dijo: “Me entristeció muchísimo su cierre, que vuelva es una gran noticia para la música de Buenos Aires”.
Sus nuevos dueños mandaron a hacer dos angelitos en piedra, que se colocaron en la entrada principal.
El bar consta de dos pisos, subsuelo y terraza. En todos sus ambientes se refleja la cultura porteña, en un marco de poesía y distinción.
José Luís Bertot, uno de los arquitectos que participó en la remodelación, expresó: “Elegimos ambientarlo con el estilo del Buenos Aires de los años 20 y 30, época de oro del café”. Recreado en el ambiente de principios del siglo XX, cuenta con pisos de mosaicos calcáreos, que hoy ya no se fabrican, salvo por especial encargo. Los vitrales conjugan perfectamente con las mesitas y sillas, típicas de los bares de la época.
Cuenta con amplísimos ventanales, en toda la esquina, tanto sobre Rivadavia, como sobre Rincón, y el escenario está compuesto por una tarima de madera lustrada, circundada por barras de bronce, construido con la estructura acorde a las necesidades de los bailarines de tango.
El local se divide en dos: en una sección está ubicado el bar, donde suelen escucharse por la tarde-noche los acordes de un bandoneón en vivo. El otro salón está destinado a la Cena-Show.
Fuente: Télam