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opinión
2 Agosto, 2014
Con un puñal en la boca
La política en Venezuela se ha convertido en una jungla, hay que transitarla con un puñal -de principios- en la boca si no queremos ser devorados por sus caníbales o sorprendidos por hienas o chacales.
El gran desafío de las nuevas generaciones es humanizar esa jungla política y, en alguna fecha no muy lejana, intentar civilizar a los energúmenos que están en el poder y frenar su imposición de la barbarie.
Estamos lejos de lograrlo. La dictadura está repleta de animales raros, de monstruosas quimeras y especímenes fabulosos que se han tatuado en la jeta la palabra “chavismo” como símbolo de canibalismo y depredación.
Iris Varela, Cilia flores, Pedro Carreño, Hugo Carvajal (por educación, las quimeras primero, los especímenes después) son algunos de los sórdidos ejemplos que impuso el canibalismo chavista a la política de Venezuela.
Uno no puede acercarles la mano para darles una limosna -moral- o un pedazo de pan -cultural- porque te la muerden y arrancan.
Tienen hambre, mucha hambre.
El arte como paréntesis y los huesos de la civilización
Permítanme la apertura de un paréntesis. En Venezuela se necesitan los paréntesis para sobrevivir al canibalismo y la barbarie, para recuperar el aire. El arte siempre es el mejor paréntesis. Este artículo es en sí un paréntesis al caos que padecemos.
Hace poco, en medio de la asfixia venezolana, decidí escaparme a Pietrasanta, Italia, a la exposición Lapidarium de mi amigo el artista mexicano Gustavo Aceves. Ahí me tope con muchos artistas, entre ellos con Alfonso Cuarón con quien discutí intensamente sobre estética y chavismo.
¿Por qué será que en todas las exposiciones de Aceves los pintores, cineastas, poetas, filósofos, músicos y dramaturgos terminan a gritos? ¿Será que con el arte algo se rompe y nace y que a partir del contacto con lo sublime uno siente la necesidad de gritar?
La obra de Aceves en general y Lapidarium en particular es un grito que fascina y estremece. Nadie sale ileso ante su estética, todos salimos agitados y admirados.
En Lapidarium, la dulzura y la lágrima se anudan en nuestra mirada ante ese naufragio de la civilización que representan los gigantescos y descuartizados caballos ubicados dentro de iglesias (blasfemándolas con su belleza), en plazas públicas y a las orillas de la playa (embelleciéndolas con su pánico).
Aceves logra hacernos comprender lo desgarrador que es el desprecio y la discriminación humanas a través de caballos descuartizados que son esquelas, que son lápidas, que son los huesos de una civilización devorada por el canibalismo político.
Aceves con su estética nos hace más consciente de los resultados de la depredación humana. Y cuando uno piensa en depredación moral y física instantáneamente uno piensa en el chavismo.
La rechoncha y su revolucionario perrito “Fifí”
El arte ennoblece y cura, por eso en Venezuela mientras el chavismo prevalezca no habrá nunca nobleza ni cura.
La lepra chavista arrasó con todo vestigio de belleza en Venezuela. Se ha prohibido la sensibilidad o la expresión creativa. Han impuesto lo feo y su sucedáneo: lo más feo. Todo se ha vulgarizado. Hacemos largas colas para abastecernos de chabacanería. Nos enumeran en las filas del hambre para tatuarnos la ordinariez.
No hay belleza en el chavismo, hay una regordeta cursilería y mucha ridiculez: ¿han visto las patéticas fotos de la rechoncha hija de Chávez regodeándonos su socialismo a través de su revolucionario perrito “Fifí”?
Es algo indescriptible por cínico y burdo. Tanta desfachatez, tanta cursilería embrutece y deteriora. Frente a lo sublime y al arte, el chavismo impuso su pestilencia y afeó con la sangre derramada de los venezolanos nuestra cultura.
Convirtió la política en un arte despreciable de hienas y chacales.
Alfonso Cuarón y la “detestable estética” chavista
Alfonso Cuarón fue quien me advirtió sobre este fenómeno. Recuerdo mi irritación con Alfonso porque me señaló que para él lo más patético del chavismo, lo que más abominaba, era su “detestable estética” de burdos militares a un tiempo matones y bufones.
“¿Sólo su ‘detestable estética’ es lo que abominas -le increpé irritado- de esos carajos, esos miserables han devastado al país, han encarcelado, torturado y asesinado a la juventud venezolana, han prostituido todas las bases morales de la nación y a ti lo que más te molesta es su ‘detestable estética’? No jodas, Alfonso, te habrás ganado un Oscar, pero de verdad no jodas, deja de gravitar”.
Recientemente, cuando vi la postal del militar chavista emperifollado ridículamente como matón de circo o bufón de guerra comprendí la envergadura y relevancia de las palabras de Cuarón y le concedí la razón a su juicio estético: el chavismo no representaba tan sólo otra dictadura feroz y asesina como tantas otras que hemos sufrido en América Latina, esto es algo peor y más grotesco, esto es un exabrupto de vulgaridad y cursilería salpicado por la sangre de venezolanos inocentes.
Sólo la sensibilidad fina de un excepcional artista como Cuarón podría captar la sutileza de ese revelador, pero atroz, detalle.
La “detestable estética” del chavismo está signada ante la historia universal de la infamia por la ferocidad y la ridiculez, por su desbordado nuevo riquismo y su depredación caníbal que todo devora.
El chavismo es un militar estrambótico y cursi, engalanado con medallas de papel y plástico, que pasea a su perrito “Fifí” después de haber asesinado a un joven venezolano que gritaba “libertad” en la calle.
El bar de la “Guerra de las Galaxias”
La estética detestable del chavismo encuentra pocos símiles en el mundo cinematográfico. El que mejor la figura acaso sea aquella inolvidable imagen del bar de la “Guerra de las Galaxias”: su comicidad malandra, sus quimeras, sus especímenes, sus Iris Varela, sus Pedro Carreño, sus Hugo Carvajal, sus militares emperifollados en una apoteosis del ridículo, las regordetas socialistas cargando a sus revolucionarios perritos “Fifí”, todos monstruosamente unidos en un deposito de narcotráfico, corrupción, extorsión y pillaje.
Lo triste es que en Venezuela ese bar monstruoso y singular no es una ficción cinematográfica ni un sofisticamiento estético, sino una cruda y sangrienta realidad.
Hay pocos paréntesis para el arte en esta asfixia que genera el chavismo, pero hay mucha sensibilidad y fuerza creativa para imponer la estética de la libertad y su grito.
Esa sensibilidad y fuerza creativa la representan los jóvenes y los estudiantes. Su desafío es imponer la civilización a la barbarie.
El puñal -de principios- está en su boca, la estética cambia. Son artistas de una sociedad que fascina y estremece porque crea libertad.
Su obra de arte será Venezuela.
@tovarr
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Sección:: opinión
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