El día que nunca iba a llegar

Amanece en Zurich y unos huevos revueltos se quedan sin tocar. El hotel Bar au Lac promete en su web que no pasará “un día” sin que el huésped deje de vivir “una experiencia excepcional”.

“No pedíamos tanto”, podrían decirle sus huéspedes de la FIFA, la Conmebol y la Concacaf, que con gusto habrían llegado a ese desayuno que los atildados miembros de la policía cantonal les impidieron probar.

Comenzaba el día que nunca iba a llegar. Y, con ese día nuevo que instala a la dirigencia del fútbol nadie sabe exactamente dónde aún, algunos recuerdos vuelven. “Ya sé lo que me va a preguntar? Mierdas. Sólo mierdas”. La gentil frase es de un miembro de la FIFA, el español Ángel María Villar, cuyo hijo Gorka, hábil abogado, es un hombre clave en la estructura de la Conmebol.

Aquello fue en 2013 en las Islas Mauricio, pero ese lenguaje barriobajero combinado con actitud socarrona e intimidatoria es habitual en los pasillos que desandan los dirigentes del fútbol mundial. El Comité Olímpico Internacional (COI) podrá ser quizás igual de oscuro e hipócrita, pero no pierde los modos aristrocráticos. Los muchachos del fútbol son distintos. Les gusta jugar fuerte.

A veces demasiado. Tanto como para inventarse una Copa América del centenario en 2016, toda una fiesta para repartirse dinero negro, según da a entender la máxima responsable de la Justicia estadounidense. Tenían ya muchos dólares y querían más. Pésima idea, porque el torneo tiene Estados Unidos como sede. Cualquier mínimo vínculo con ese país le permite a su Justicia actuar en el exterior y cortar un desayuno de lujo en la apacible primavera suiza.

“El club de hombres de Blatter se ve obligado a entenderse con las leyes del mundo real”, sintetizó el diario alemán Süddeutsche Zeitung. El británico The Guardian cree en cambio que la FIFA se niega a ver la realidad: “Recuerda a un pollo que corre y corre tras cortársele la cabeza. Triste y comprensible, pero completamente sin solución”.

Darle todo el mérito a la Justicia estadounidense sería un tanto injusto. Por un lado, porque los tribunales suizos también intervinieron ayer para abrir nuevamente dudas sobre el futuro de los Mundiales de Rusia 2018 y Qatar 2022. Pero, sobre todo, porque mucho de lo que se sabe ahora descansa en el trabajo de un puñado de periodistas obsesionados con un problema al que la mayoría había incorporado ya como inevitable paisaje.

Acreditaciones denegadas, micrófonos inalcanzables para plantear preguntas en las conferencias de prensa e incluso el vacío de muchos colegas hartos de temas tan “duros” y que piden a los gritos hablar “de fútbol”. Así vivió por años el escocés Andrew Jennings, el más insistente e incansable de los periodistas que persiguen a la FIFA y sus satélites.

“Usted me pone una pistola en el pecho o un grabador en la boca y yo elijo la pistola”. La frase es de 2013 y salió de los labios de Julio Grondona, también en las Islas Mauricio. Fue la reacción del entonces presidente de la AFA ante las insistentes preguntas de un periodista español. Grondona no sabía que, un año antes en Londres, su colega Chuck Blazer había grabado con un micrófiono oculto conversaciones con varios dirigentes.

Un grabador puede ser, sólo a veces, más contundente que una pistola..

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