Por Daniela Rossi
Bares de cócteles, cocina de autor, propuestas para el té y menús especiales. Más allá de los turistas, la hotelería abre sus puertas al público local amante de los platos y tragos con estilo
Aquellos turistas alemanes que tienen listas sus valijas para partir comen a una mesa de distancia de una pareja de porteños que eligió este lugar para su almuerzo. Otro grupo de estadounidenses degusta los vinos locales mientras cuatro amigos pusieron este bar de hotel como punto de encuentro para compartir unos tragos en la noche de viernes. Las propuestas gastronómicas de los hoteles de Buenos Aires no son nuevas, pero hoy puede encontrarse un abanico variado para animarse a probar, entre acentos extranjeros y check-in. Entrar en un hotel para beber un cóctel o disfrutar un plato especial puede ser también viajar por un rato dentro de la propia ciudad.
Algunas son tradiciones porteñas de décadas: los hoteles franceses de la ciudad convocan a muchos para disfrutar de la hora del té, una celebración entre hebras y pastelería para compartir en grupo. El Alvear sirve su ceremonia en L’Orangerie, el Palacio Duhau lo prepara en los Salones del Piano Nóbile –con vista al jardín– y el Sofitel programa la Fête du Chocolat (una cita especial para golosos) durante los sábados de otoño e invierno. Pero el abanico de espacios gastronómicos de hoteles permite visitarlos en cualquier momento del día.
El Hotel Madero es muy amable con los porteños que llegan para comer en su restaurante, Rëd Resto Lounge. Con entrada independiente sobre la calle Juana Manso (en donde también funciona una boutique de delicatessen y servicio de take away, con la misma carta que en el salón), tiene un ambiente relajado y suele programar diferentes menús temáticos, tanto para fechas especiales –como el próximo Día del Padre, para el que proponen un menú de cuatro pasos con vinos Zuccardi ($530)– como en acciones ideadas junto a bodegas, con maridajes.
El chef ejecutivo, Alejandro Bontempo, privilegia los productos de estación y trabaja con diferentes carnes: se puede probar un menú completo con carnes de caza u otro con pesca autóctona con pescados de mar y río. En la carta que ofrecen durante este otoño-invierno se destacan el braseado de cordero patagónico, papines del norte y cebollas al merlot ($258); y la merluza negra grillada, hinojos a la naranja, langostinos, pulpo y crema de limón ($285).
Pequeño, escondido en uno de los salones de la planta baja de The Brick Hotel (ex Ceasar Park) espera The Brick Bar, listo para ofrecer un torrente de propuestas para bebedores dispuestos. El ambiente sofisticado creado por los muebles y la iluminación relaja con la simpatía y experiencia que propone el tándem que está detrás de la barra, Rodrigo Pascual Tubert y Matías Bernaola. La dupla prepara tragos clásicos, con un viaje en el tiempo que puede llegar hasta la coctelería de 1800, y otros que son 100% recetas propias, con toques originales. La idea en The Brick Bar es que mediante una charla con los bartenders se pueda llegar a un cóctel a medida, que lleve hasta un nombre inventado en el momento. Así puede aparecer un Aladin Sour (vodka, Cynar y curry) o un trago con Penton Tea, whisky y cítricos. Los precios oscilan entre $85 y $125, y muchos de los cócteles llevan bebidas que ellos mismos infusionan (experimentan, por ejemplo, con un Campari con ananá y canela, un gin con moras o un vodka con flores de sauco o aceite de oliva). The Brick Bar es un lugar para dejarse agasajar.
La cocina de UCO es, sin duda, uno de los highlights del palermitano Fierro Hotel. Ubicado detrás del lobby, con vista al jardín, este restaurante renovó su propuesta por completo a principios de año. El menú creado por el irlandés Ed Holloway (acompañado por la cava de vinos que cura Andrés Rosberg) invita a explorar la cocina argentina a través de platos simples a la vista pero con un dedicado trabajo en la cocina. Sirven, por ejemplo, quesos y fiambres elaborados allí mismo (solomillo de cerdo, trucha ahumada y paté de conejo con almendras son algunos de los integrantes de las tablas); un arroz negro de mar –con langostinos, lisa y tomate, $450 para dos–, y un cordero cocido 16 horas, con puré de garbanzos y hierbas y morrones asados, parte del menú degustación de siete pasos ($470) que preparan por las noches. Ésa es otra característica: en UCO hay propuestas para diferentes ocasiones. El brunch se sirve de lunes a domingos, el plan Sharing is Caring propone elegir seis platos de nueve (incluye vinos) o también se puede comer a la carta. UCO propone compartir, con platos en el centro de la mesa y un ambiente tranquilo para disfrutar la cocina de autor.
Noches de esplendor
En la barra del wine bar de Algodón Mansión se mezclan las charlas entre los turistas italianos que disfrutan de un aperitivo antes de la cena y los locales que llegan para beber un cóctel entre amigos. Este hotel boutique funciona en un palacete francés de principios del siglo XX y por dentro ofrece un clima íntimo, ideal para la conversación. Se pueden probar por copa los vinos de la bodega, Algodón Wine States (los malbec, bonarda y cabernet 2011, $70 la copa) o los cócteles como el Algodón Royal, versión de la casa del Kir Royal, preparado con almíbar de pinot noir. Se destacan los tragos con ron y whisky, y también algunos de firma propia (todos entre 95 y 105 pesos). Para picar, se pueden acompañar los tragos con tablas de quesos y fiambres, entradas para compartir (de una reciente renovación de carta se destacan las batatas a la miel y los langostinos con bearnesa). De jueves a domingo hay música en vivo.
En Bengal, la fusión de culturas gastronómicas llega directo al plato: nació como un restaurante de cocina italiana en el barrio de Retiro, pero con el trabajo de uno de sus chefs –de origen indio– incorporó los platos de la cocina de los currys. Hoy Bengal, con el menú a cargo del chef Emiliano Cafiso tiene una sede en el Hotel CasaSur Art (en el barrio de Recoleta, con menú ejecutivo muy conveniente a $140 para el almuerzo y $220 la cena) y otra en CasaSur Bellini, en donde tiene una versión deli, más relajada, para pedir a la carta y con take away. En ambos se pueden probar platos tanto de la cocina italiana como la india, como el bangali chicken con variedad de chutneys (curry de pollo, $140) o el risotto al salto con láminas de calabazas grilladas ($75, los risottos cambian según los productos de mercado).
Falta poco para que Pony Line festeje su segundo aniversario, aunque pareciera llevar más años instalado en la calle Posadas. Con entrada independiente del Four Seasons, el hotel al que pertenece, se posicionó rápido en la escena nocturna porteña, con una carta que en sus comienzos ideó Sebastián Maggi y que hoy comanda el head bartender David Sequeira, y eventos con DJ sets en vivo y noches junto a diferentes marcas. Hay algunos tragos que ya son ineludibles en este bar, como el Chukker, uno de los tereré servidos en mates (éste tiene Earl Grey, flor de caña, bitter, naranja y cardamomo, $115), o el Piletero N°2 (Absolut, Doña Paula sauvignon blanc, menta, hibisco, naranja y maracuyá, 95 pesos). Los seguidores fieles del Gin-tonic pueden animarse a variar con el Dulcinea (con azafrán) o innovar en una versión sour con el Vidocque (con almíbar de cardamomo y albahaca). Para comer algo junto a los cócteles están los urban bites, entre los que se destacan las rabas con alioli de alcaparras y las croquetas de espinaca con cheddar.
Vale visitar los hoteles porteños, sin valija pero con un viaje gastronómico original por delante.
Londres: recorrido por barras y hoteles
En The American Bar del Hotel Savoy de Londres nacieron muchos de los tragos que atravesaron décadas y hoy se pueden pedir en cualquier bar del mundo: el Hanky Panky (obra de Ada Coleman) y el White Lady (creado por Harry Craddock) son algunos de los que aparecen en The Savoy Cocktail Book, libro publicado en 1930, que condensa las bebidas que salieron de esa barra, en donde también se popularizó el Dry Martini. Uno de los mejores bares del mundo de la actualidad, el Artesian, está ubicado dentro de un tradicional hotel de Londres, The Langham. Huéspedes, turistas de paso y los propios londinenses conviven en ese reducto, con una barra atractiva, copas originales y cócteles sofisticados creados por sus bartenders (con recetas compartidas en su web).
Open all references in tabs: [1 – 3]