Con un discurso pronunciado en la Universidad de Bar Ilán el 14 de junio de 2009, Biniamín Netanyahu declaró que no se opondrá a que los palestinos levanten su país en los territorios que Israel administra en la Cisjordania desde la Guerra de los Seis Días. A partir de esas heroicas jornadas, sus gobiernos pensaron utilizar los lugares tomados para negociar una paz estable con los árabes. Lo prueba el hecho que nunca fueron anexados oficialmente. Sus palabras produjeron gran satisfacción en el mundo, en especial en las democracias occidentales.
Sin embargo, hay que aceptar que es imprudente que ese nuevo país se erija precisamente en estos momentos. Todo el orbe debe entender que, mientras se hagan oír serias amenazas contra su existencia, Israel no puede entregar ni una pequeña parte de los terrenos que administra, pues podría ser arrebatada con facilidad por peligrosas organizaciones que existen en la zona, como ya ha sucedido. Se podrá hablar de paz con los palestinos, de marcación de fronteras comunes resultantes de intercambio territoriales, de futuras relaciones diplomáticas, culturales y comerciales, pero hacer efectiva la entrega de territorios, solo cuando Irán y sus satélites terroristas dejen de lado su anhelo de ver borrado de la faz de la tierra al país de los judíos.
El grave problema de este gobierno lo origina el partido nacional religioso “Hogar Judío” que lidera Naftali Bennett.