En la espesura del cerro Zurquí, ubicado en el Parque Nacional Braulio Carrillo, en San José, Costa Rica, cuatro estudiantes universitarios encontraron por casualidad decenas de huesos que fueron recogidos por el Organismo de Investigación Judicial (OIJ) de Costa Rica durante dos días, desde el 19 de junio de 1998. Por estos crímenes se haría famoso un asesino en serie al que se le llamó “El Matanicas”.
Los restos pertenecían a cinco hombres. Tres fueron identificados como nicaragüenses, muertos entre marzo y abril del 98. De los otros dos no se conoció identidades. Se decía que el responsable era un taxista que esperaba a sus víctimas en las afueras de un bar de la capital, los drogaba para robarles. Los mataba y tiraba sus restos noventa metros bajando sobre la ladera del Zurquí, en un basurero formado cerca de la quebrada.
El principal sospechoso era Javier Madrigal Sáenz, capturado por la Policía costarricense el 8 de abril de 1998 por una denuncia en su contra. Madrigal, taxista pirata de 26 años, manejaba un Nissan Sentra color rojo y vivía en el sector conocido como Coronado, cerca del estadio Saprissa, y solía recorrer el centro de San José.
“Yo no mataría ni a una cucaracha”, dijo a un policía cuando lo arrestaron. Aun así a Madrigal, se le acusó directamente por las muertes de Félix Pascual Rodríguez García, de 46 años, Mauricio Guzmán Martínez, de 30, y Juan José Urbina Urbina, 42 años.
Este último era también sospechoso de ser un asesino en serie conocido como “El Psicópata”. El consumo de alcohol les llevó a encontrarse: Urbina era cliente frecuente del bar Montecarlo, ubicado en la esquina del parque central de San José y Madrigal, un taxista que recogía clientes en el mismo sitio.
CRÍMENEZ EN EL ZURQUÍ
La muerte de Juan José Urbina, quien pudo ser “El Psicópata”, fue lo que ligó los restos del cerro con Madrigal. Según las investigaciones, fue el primero en morir y ser arrojado al Zurquí el mismo día que desapareció en una carretera de San José. El 24 de marzo de ese año.
Mauricio Guzmán y Félix Rodríguez, a quien pertenecían los demás huesos, habrían fallecido en abril en circunstancias poco específicas. Y una cuarta víctima, también nicaragüense, escapó del mismo destino cuando supuestamente Madrigal lo atacó el 7 de abril.
Parecía que la única relación que tenían las víctimas entre sí eran ser nicaragüenses, pero había más. Lineth Saborío, entonces directora de la OIJ, sospechó desde un inicio que lo que conectaba las muertes, además del sitio de su hallazgo, era la misma mano asesina, es decir, Javier Madrigal Sáenz, el taxista, según publicó en julio del 98 el diario costarricense La Nación.
Urbina, de oficio guardaespaldas, compartió “unos tragos” con el taxista en el bar. “Los dos hombres salieron en la camioneta Toyota del nicaragüense. Cuando pasaban por el Teatro Nacional, Urbina chocó contra el carro de un médico”, rezan las investigaciones. “Lo vi arrecostado al carro totalmente dormido, no reaccionaba nada (…). Se veía somnoliento, como drogado. Cuando me iba a llevar el vehículo, el acompañante insistía en que no lo hiciera, incluso me ofreció dinero”, narró el oficial de Tránsito José Rafael Díaz en una de las tantas audiencias del juicio contra Madrigal.
Guillermo Guzmán Amaro, conductor del vehículo colisionado, concordó en que Urbina no se encontraba “en sus cinco sentidos”, “que no podía ni hablar”. También indicó que el acompañante vestía ropa sport y que luego ambos se fueron en un carro rojo. Todo esto se sabría más tarde, porque Javier Madrigal firmó la boleta del accidente de tránsito y proporcionó un número falso.
Un testigo les habría visto en el bar Montecarlo antes del accidente y al menos cinco cámaras captaron al sospechoso, con la ropa enlodada, retirando dinero de las tarjetas de Urbina. Y varias de las pertenencias del nicaragüense fueron encontradas en la vivienda del taxista: un reloj y una pistola marca Magnum 357, dice la publicación La Nación, del 18 de julio de 1998.
Las declaraciones de los agentes de Tránsito y de los testigos coincidirían con el “modus operandi” que luego se le atribuiría a “El Matanicas”. Y estas serían las razones que luego diera el Ministerio Público en su contra, según consta en la sentencia 01335 Sala Tercera, de la Corte Suprema de Justicia, del 16 de noviembre del 2000.
En este punto ya las leyendas urbanas se esparcían por todo San José: “El Matanicas era un chavalo que de niño fue abusado sexualmente por un nica, un zapatero, que ya de adulto comenzó a frecuentar bares de ambiente y sus objetivos eran nicas”, se repite ahora en foros costarricenses por internet.
El Montecarlo, un bar de vidrios sombríos, donde se ubicó por última vez a las tres víctimas reconocidas, coincidía con el perfil de la leyenda, “era un bar muy frecuentado por homosexuales”, recuerda Henyel Solís, nicaragüense que habita en el país vecino hace 27 años. Ahora en este sitio se encuentra otro bar y “tanto los nicaragüenses como los ticos parecen haber olvidado aquellos días”, dice.
ÚNICO SOBREVIVIENTE
Oscar Ríos Dávila fue otro nicaragüense víctima de “El Matanicas”, pero quizás el único que escapó con vida. El 7 de abril de 1998, Javier Madrigal le robó doscientos dólares, algunos objetos e intentó matarlo con un puñal, hiriéndolo en el brazo y espalda.
Ríos se encontraba en el centro de San José, cerca del Montecarlo, en una parada de buses, cuando el taxista en actitud amistosa se ofreció a llevarlo. Gratis.
El pasajero se negó al principio, pero el conductor insistía. Aceptó. Al llegar a su destino el taxista no quiso cobrarle nada, “sino que lo invitó a ir a una cabina (cuartos pequeños y aislados). El pasajero accedió a acompañarlo, pero antes debían pasar a la casa del conductor. Allí, el sospechoso tomó la Magnum 357 y regresó al vehículo”, informó la Policía Nacional de Nicaragua a LA PRENSA en julio del mismo año.
Rumbo a la “cabina” el taxista cambió de parecer y le dijo a Ríos que mejor irían a una quebrada.
Al llegar al lugar el taxista le pidió todos sus bienes y le asestó dos puñaladas. Ríos, malherido, logró salir a la vía pública y fue socorrido por otro taxista, quien lo llevó a un hospital.
A los pocos días estaba de regreso en Nicaragua, huyendo de las autoridades costarricenses, cuando se divulgaron las muertes de sus tres paisanos.
Solo un cráneo completo se encontró en el Zurquí, con un orificio de bala. También se halló un fragmento de cráneo con una lesión provocada por un arma cortopunzante, maxilares y diversos huesos.
Otros objetos, como un monedero y un maletín con un par de zapatos, estaban en el sitio.
Los informes de los forenses explicaron que “el responsable aparentemente las ultimó de un disparo en la cabeza y posteriormente las lanzó desde la carretera en la cima. Esta caída explicó la cantidad de fracturas que presentaban los restos”.
Las investigaciones fueron precisas para identificar a tres víctimas, pero no encontraron elementos ni testigos que probaran que Javier Madrigal tuviera contacto físico con Félix Rodríguez, otro de los nicas fallecidos.
Y aunque el caso de Mauricio Guzmán, también hallado en el Zurquí, tampoco tuvo una prueba directa de alguna persona que los viera juntos, el Ministerio Público tomó en cuenta el decomiso de un encendedor, un llavero y un manojo con 93 llaves en la casa de Madrigal, “sobre los cuales indicó un cuñado (de Guzmán), que tenía él unos iguales y podrían ser los mismos”.
Todas las pruebas parecieron insuficientes al jurado de Goicochea, cantón número 8 de San José, que conoció el juicio. El 30 de mayo del año 2000 se esparció la noticia: “Absuelven al taxista tico sospechoso de asesinar a tres nicas”. Javier Madrigal cumpliría una condena de nueve años por los delitos de hurto simple, aunque la Fiscalía pretendía una pena de 115 años.
Sin embargo el Ministerio Público no descansó para que se condenara al taxista, al menos por uno de los homicidios: el de José Urbina Urbina, que a su criterio contaba con suficientes pruebas.
“El Organismo de Investigación Judicial investigó y encontró el Ratón de Laboratorio y todo porque había estado horas antes tomando licor con el señor Juan José Urbina Urbina”, dijo en el último juicio en su contra, Javier Madrigal, el 19 de octubre de 2001.
“Y eso bastó, solamente esa actitud fue más que suficiente para hacerme responsable de algo que jamás he hecho”, argumentaba el acusado, quien admitió que como taxista pirata sí sustraía bienes de los clientes, “pero jamás asesinarlos”.
Aun así, en este último proceso, se le declaró culpable por unanimidad y se le designó como autor responsable de hurto y homicidio calificado contra Urbina Urbina.
La condena de veinte años de prisión por homicidio y tres años de prisión por hurto se designó a cumplirse en la cárcel de La Reforma en San José.
OTRAS PRUEBAS
Durante los allanamientos que realizó la Policía también se encontraron documentos de identidad de Bernardo Palacio Téllez, un nicaragüense. Esto no se investigó, según la OIJ, porque el documento no coincidió con ninguna persona reportada como desaparecida.
También se encontraron recibos de peaje del Zurquí con fechas entre septiembre de 1997 y abril de 1998, fechas en que sucedieron las desapariciones.
En el vehículo de Madrigal se encontraron rastros de sangre.
El taxista tenía expediente en el Hospital Psiquiátrico de Costa Rica.
En ese entonces también se reportaron desaparecidos a Bienvenido Loáciga Suárez, Oscar Raúl Urroz Rojas, Mario Leoncio Lira Alegría y Carlos Enrique Paguaga. Loáciga apareció en San José ese mismo año, pero no se determinó el paradero del resto de nicaragüenses.
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