HOY empieza la Bienal de Flamenco y el trío Paganini ofrece un concierto de música vienesa en el Real Alcázar. Pero todas las noches hay música en el Naima Bar de Trajano esquina con Conde de Barajas. Anoche, jazz; esta noche, blues; mañana, swing. Y como aperitivo dominical, jam session con Manuel Calleja, histórico del jazz local.
El Naima es un local especializado en música de jazz desde 1996. Al frente, dos socios, buenos aficionados al jazz, Jorge Moreno y Carlos Rivas. La Sevilla jazzística de los años ochenta está presente con los carteles de los festivales de 1985 y 1986, cuando lo organizaba la desaparecida Fundación Luis Cernuda en la que trabajó Kiko Veneno. Hay camisetas de Charles Mingus y Charlie Parker, el mítico saxofonista al que Julio Cortázar dedicó su relato El perseguidor, que este verano ha vuelto a leer y disfrutar Jorge Moreno.
El festival de cine de 1985 se celebraba en el cine Apolo, entrada por la calle Gerona. En el bar hay un cartel de Ascensor para el Cadalso, la belleza serena de Jeanne Moreau para una película de Louis Malle con música de Miles Davis. Manuel Calleja, Pitito Maqueda y los de su quinta recordarán el cartel de El cantor de Jazz de Al Jolson que presidía el Be Bop, local de la calle Sol cuando los Gitanos salían de San Román.
El jazz es urbano y neoyorquino todos los 11-S del año. Aire que se respira con el trasiego de gente que va del Duque a la Alameda, como en una canción de María Dolores Pradera; los pasajeros del 13 y el 14 o del autobús turístico. Los transeúntes giran la cabeza cuando escuchan los compases de la música: una batería, un contrabajo, una guitarra. “Podría ser un jamón”, dice Carlos Bermudo, que hizo alguna recreación porcina en un festival de jazz de Higuera de la Sierra con el epígrafe iconoclasta de Charlie Porker.
El batería recorre toda la Alameda a paso ligero, en el argot castrense. Se llama Aarón Castrillo (Sevilla, 1990). El benjamín de este trío improvisado. Hijo de pintores, aprovecha una visita familiar a Sevilla desde San Sebastián, donde toca en varios grupos y estudia Batería de Jazz en Musikene, el Conservatorio Donostiarra. Mañana vuelve a Euskadi y tiene concierto en Bermeo.
El contrabajo lo toca Luis Salto (León, 1974), conocido como Chico. Con 17 años vino a Sevilla para estudiar Pedagogía desde la Castilla profunda, la de Alfonso IX y doña Berenguela, los padres de Fernando III. No terminó los estudios y se fue a Edimburgo, la bella ciudad escocesa. Ha realizado seminarios musicales en Cádiz y Galicia.
Carlos Bermudo (Sevilla, 1957) es el titular de la sesión que ayer tuvo lugar en el café jazz Naima. Nació el mismo año que Rafael Gordillo y Carolina de Mónaco. “Uno de los mejores años en la historia del jazz”, dice Bermudo, que completó su formación musical en una escuela de Boston y fue profesor de Música Afro-Americana y Estudios de Jazz en la Universidad de Massac hussets. A partir de 1989, todavía no había nacido Aarón y el leonés era un adolescente, Bermudo fue profesor de guitarra de jazz en la misma Universidad de Massachusetts.
Tres generaciones, tres décadas impares, los cincuenta, los setenta, los noventa, unidas por el jazz, del que aparece en el bar un florido árbol genealógico. Sobre el escenario de la batería, una fotografía de Jerry Mulligan y Ben Webster. A su lado, imágenes de Clint Eastwood, gran aficionado, y John Coltrane, cuya imagen aparecía en la portada de la novela de Antonio Muñoz Molina El invierno en Lisboa.
Hay curiosos puentes entre estos músicos de distintas generaciones, además del fundamental de que anoche estaban tocando juntos. Carlos Bermudo estudió con el maestro Philip de Fremery, que fue discípulo de Andrés Segovia. El guitarrista de Linares daba nombre al Conservatorio de Dos Hermanas donde Aarón Castrillo recibió clases de Piano. Bermudo ha recibido numerosos premios por su discografía, uno de ellos concedido por la asociación Apolo y Baco, incondicionales del jazz, el vino y la literatura, por su disco Dreams.
La calle seguía con sus afanes. Descargaban cajas de cruzcampo y coca-cola de sendos camiones aparcados en la calle Santa Bárbara. Apacible jaleo en el misterioso bar de la hermandad de la Legión, donde suena otra música. El cineasta Santi Amodeo pasaba junto al bar. Una rubia dentro, la Jeanne Moreau sacralizada por la música de Miles Davis; una rubia fuera, amiga del batería sevillano que anoche tocó en Trajano y mañana lo hará en Bermeo, corazón del País Vasco.
Hay música en el Naima de lunes a domingo, de nueve y media a doce de la noche. La semana la abrió el grupo de jazz de Toño Contreras. El martes, Jaime Serradilla, uno de los muchos músicos con los que ha tocado Carlos Bermudo. El miércoles hubo Urban Gospel, música muy apropiada para un rincón que en primavera es de alto voltaje cofrade.
El jazz se hermana esta noche con el flamenco, como hacían Paco de Lucía, Chick Corea y Al Di Meola. Naima lleva casi dos décadas dedicado a esta música. Cinco Mundiales de fútbol, cinco Eurocopas, eventos balompédicos que más de un músico sigue a hurtadillas asomándose a la pantalla del bar Realito, que conserva el nombre de la escuela del maestro donde perfeccionó el baile flamenco Lola Flores, consorte del jazz desde que se emparentó con el padre de la rumba gitana. Negros del sur, diagonal desde Jerez hasta Mataró.
El sevillano afincado en Donosti, el paisano que se formó en Massachussets y el leonés que volvió a Sevilla desde Edimburgo nunca habían tocado juntos hasta anoche. “Que va a venir la copla”, bromeaba Carlos Bermudo mientras Aarón y Chico ajustaban los compases de la batería y el contrabajo. Toques verticales el primero, horizontales el segundo, abcisas y ordenadas de una armónica red de coordenadas.