Mi amigo Pablo la vio (por lo menos) ¡ocho! veces. Y lo merece. El San José, Almacén y Bar, podría llamarse de muchas maneras; por ejemplo, lo de Otero, de Gervasio Méndez y Mitre, o el almacén de Arellano, en Pueblo Nuevo cerquita del Frigorífico; o como cualquiera de los almacenes y bares que perviven en la memoria de los gualeguaychuenses de barrio. O como el Bar Central, de Calavera Orué, o el Copetín al Paso, de Mario González, para irme a los que conocí bastante.
Julio Majul
Porque El San José es eso, simple y grandiosamente: un almacén y bar de barrio, donde se gestaron clubes deportivos, donde nacieron sueños de toda clase.
Donde ensayaban orquestas de la zona, se armaban las murgas representativas del barrio en los carnavales del centro.
Almacenes donde no existían tarjetas de crédito, de Bancos implacables en el cobro, sino libretas negritas, de papel barato, a cobrar cuando pagara el Frigorífico, o se vendiera la cosecha, o viniera el patrón de Güenoaire con los sueldos. Las conocí en el almacén de mi abuelo Jorge, que fiaba a todo el mundo, convencido que “los pobres pagan siempre… cuando pueden; hay que ser paciente”; dogma que trasmitió a mi tío Nene, por cierto, y él a sus hijos, y así seguramente habrá sido en muchas familias de la ciudad.
La obra tiene momentos maravillosos, pero acaso lo más destacable es el ritmo sostenido, que mantiene el interés del público, atrapado por esas historias pequeñas, mínimas, pero ¡tan nuestras!.
Se trata de una creación colectiva, tanto en el libreto, que bebió de varios autores, cuanto en la interpretación, que tiene una épica coral maravillosa, con alguna interpretación más lucida, pero siempre dentro de un tono general de alta calidad. Lo mismo con el pequeño grupo musical, que forma parte integral del espectáculo, con una voz femenina que destaca por su perfección. Cometeré el pecado de no mencionar a todos, porque todos lo merecen, pero debo decir que trabajos como los de Alejandra Barcia, Melón Ingold, Javier Villanueva, la gurisa de vestido amarillo del trío “Las González”, no pueden dejar de nombrarse. Melón haciendo de Pelotilla Durand es el personaje.
En fin: lo justo seria nombrar a todos, y siéntanse nombrados todos, porque todos lo merecen.
Entre los muchos esquicios memorables, debo mencionar el de los hermanos guapos y su mamá, que no puede negar su ascendiente en Luisito Luján, conjeturo.
El San José ya forma parte de la historia grande de nuestro teatro, creo que junto a la trilogía que completan “Melodías de caña y papel” y “Aquí estaremos”; todos, por cierto, hijos de la maravillosa “Chaná, mi pariente”. Trabajos como queremos los gualeguaychuenses: corales, reflejándonos a nosotros (incluso en algunos vicios…), destacando la solidaridad como virtud cardinal de la gualeguaychuidad de la que hablara tanto Pililo Jeannot Sueyro.
Y es que (¡la pucha!) no se puede hablar de la gualeguaychuidad sin hablar de Pililo. Un fino hilo corre de Chaná… al San José…, montado en la memoria de Miguel Chacón, de Luis Jeannot Sueyro, y de todos los que hicieron que seamos como somos, y que nos quisieron, por cierto, mejor de lo que somos.
No se pierdan este trabajo, donde van a vernos a nosotros mismos, y a nuestros vecinos y amigos, como éramos hace algunos años. Igualitos. Mismitos, doña.