Vanesa Erbes / De la Redacción de UNO
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En el barrio Las Rosas las calles tienen nombres de poetas. Se hizo más conocido cuando los vecinos decidieron rendirles homenaje e iniciaron el Festival de los Poetas y Escritores, una expresión popular que nació hace 12 años. Si bien en la actualidad lo organiza la Asociación Civil de Amigos de la Música, Poetas y Escritores Entrerrianos, la vecinal también participa.
Allí funciona el bar El Pocho, uno de los espacios emblemáticos que desde hace décadas forma parte de la cultura del lugar. En su interior, cuatro mesas de madera y unas cuantas sillas se distribuyen bajo el cielorraso de chapadur desvencijado por el paso de la humedad y del tiempo.
Un par de carteles hechos a mano indican que no se puede fumar adentro. Los clientes respetan esta directiva; suelen sacar una silla a la vereda y bajo la sombra de los árboles despuntan el vicio.
No importa la hora, ahí siempre hay gente. Y aunque sea media mañana, un vaso de porrón sirve para amortiguar las temperaturas sofocantes.
Allí no hace falta chocar los vasos: se brinda con la mirada, celebrando en un ritual implícito en cada encuentro que el porvenir le dio una tregua a ese lugar para conservar la memoria de los primeros habitantes de la zona, que se afincaron a principios de la década del 70.
César Marcelo Iturbide, hijo del finado fundador del bar, heredó el lugar y el sobrenombre, el mismo que usaba Juan Domingo Perón. “Mi papá era un caudillo peronista acá en la zona. Y yo soy de Boca y peronista”, fue su carta de presentación, mientras mostraba el quincho ubicado al lado, un espacio que se utiliza con fines comunitarios, empapelado con afiches del equipo azul y oro y fotos de políticos locales y nacionales.
Entre el Pocho y Emiliano Ríos, que hasta hace poco fue el presidente de la Comisión Vecinal, explicaron que entre los usos múltiples del inmueble se festejan los cumpleaños de los nenes del barrio que no tienen patio, sirve como unidad básica, se hacen capacitaciones y también se reúnen las integrantes del proyecto Ellas Hacen. “Hasta se usó como sala de velatorio cuando hizo falta”, señaló Emiliano, que a sus 28 se integra con los comensales más veteranos para recordar anécdotas de otros tiempos. En este marco, recordó: “Yo tenía unos 10 años y con mis amigos desmalezábamos los terrenos. Me acuerdo que en el 2001, en la época de la crisis, se hacían capacitaciones de diversos oficios, como zapatería, electricidad, para que la gente que no tenía trabajo encuentre una posibilidad de superarse y ganar su sustento. Fueron años muy duros”.
Con recortes de diarios documenta sus dichos. Y orgulloso contó que este año, a través del Presupuesto Participativo, van a recibir casi 2 millones de pesos para que todo el barrio, situado detrás de calle Almafuerte, en cercanías del Parque Industrial, mejore su sistema de luminarias.
Esta obra se sumará a las mejoras que se fueron logrando en el barrio, con el esfuerzo y la gestión de los vecinos. “El año pasado, gracias al gobernador Sergio Urribarri, tenemos gas natural. Los propietarios solo tienen que pagar la conexión a sus casas”, relató por su parte Juan Luis Vicentín, quien hace 45 años vive en la zona y es testigo de todas las mutaciones del barrio: “Al principio no teníamos agua corriente, sino que llegaban los camiones y llenaban los tanques. Tampoco había alumbrado público. Allá por 1974 empezaron a poner broza y eso significó un gran alivio. Con los años fueron llegando el asfalto y todo lo demás. Lo único que nos falta resolver todavía es el tema de las cloacas, que es algo que venimos pidiendo hace mucho”, sostuvo.
El desarrollo también incluyó a las distintas instituciones que se crearon cuando aquello que era campo se loteó y se fue poblando. “Ahora tenemos el centro de salud El Charrúa, la escuela Primaria N° 17 José Gazzano, a la que concurren casi todos los chicos del barrio, también la Secundaria María Reina de la Paz, y hace poco se abrió una nocturna en el barrio El Trébol, que está muy cerca. En esa vecinal nos prestan el centro comunitario cuando lo precisamos”, comentó Emiliano Ríos.
Brindar por el encuentro
Desde el barrio El Trébol llega todos los días Abel Rodríguez, quien se calza sus alpargatas y su gorra y recorre las 10 cuadras que separan su casa del bar El Pocho. Pide una cerveza y se aguanta por un rato las ganas de encender un cigarrillo. Otro de los tradicionales clientes le pide a Pocho que le rebaje el porrón con jugo de naranja y así, de a sorbos, mitiga el calor y el paso del tiempo.
Mientras tanto, Emiliano recita un fragmento del himno del barrio, escrito por Silvia Isasi: “Todo el mundo paraba en lo de Iturbide a tomar unas copas y a ahogar las penas”.
Cerca del mediodía llega más gente, feliz de poder compartir un encuentro con los amigos de siempre y poder mantener esa bendita costumbre, aunque los años pasen.