Vestidas solo con ropa interior y alas de ángel, tres chicas contonean las caderas invitando a entrar a una de las numerosas discotecas de Magaluf, una pequeña playa de las islas Baleares famosa por unos excesos de alcohol y sexo difíciles de controlar.
“Hemos venido básicamente a emborracharnos. Esa es la verdad”, exclama Bruce Stenning, un londinense de 18 años que con cinco compañeros de clase pasa sus vacaciones en esta localidad al oeste de Mallorca, en el archipiélago mediterráneo español.
“Yo vine por el striptease”, confiesa su amigo James Pilkington, también apenas mayor de edad, cerca de un local en la calle Punta Ballena, centro de este frenesí, que promete “el mejor baile de regazo”, o “lap dance” en inglés.
Porque aquí, con un 85% de turistas británicos e irlandeses, nada está escrito en español.
“En Londres todo el mundo sabe que Magaluf es una gran fiesta”, asegura Bruce.
Y todos oyeron hablar del escándalo provocado hace un mes por un vídeo, difundido en las redes sociales, que mostraba a una jovencísima turista practicando felaciones sucesivas a varios hombres en un club.
La prensa habló de un juego en el que las chicas debían hacer un máximo de felaciones en un mínimo de tiempo para ganar bebidas gratis. Y la noticia dio la vuelta al mundo.
“Mi familia estaba preocupada por mí, porque pensaban que eso aquí era normal”, dice Sorcha Rafferty, una pelirroja de 19 años que vino de Belfast con 13 amigos.
“Magaluf tiene una reputación de que la gente que viene de vacaciones tiene sexo en todas partes”, agrega Bryony Spence, de 20 años. “¡Y es verdad!”, se ríe en un bar cuyo cóctel estrella se llama “Sexo en la playa”.
Tras el escándalo, las autoridades locales sancionaron con un año de cierre y 55.000 euros de multa tanto al club como a la empresa Carnage Magaluf, organizadora de “pub crawlings”, o excursiones etílicas.
Guiados por un animador, estos grupos van de bar en bar disfrutando de barra libre y “juegos traviesos” que mezclan alcohol con erotismo.
Están organizados por emprendedores británicos, algunos respetuosos de la ley y otros no tanto, señala Montserrat Jaén, directora general de turismo del gobierno balear, desde donde se lucha por acabar con esta oferta “de bajo coste” que se limita, dice, a “zonas muy concretas y muy pequeñas”.
“Han quedado como un remanente y yo creo que a largo plazo se irán reconvirtiendo” al turismo de calidad que ofrece Baleares en muchos lugares, afirma.
Sin ir más lejos en Magaluf, en cuyas aguas cristalinas los yates echan el ancla frente a hoteles de lujo situados a cientos de metros de Punta Ballena.
Calvià, municipio al que pertenece Magaluf, instauró el 25 de julio una ordenanza que regula por fin el “pub crawling”, explica su responsable de licencias comerciales Joan Feliu. Cinco días después se cerró un segundo local, éste por superar el aforo.
En una región dependiente del turismo -13 millones de visitantes dejaron 12.000 millones de euros en 2013- tradicionalmente se sanciona sólo a las empresas. “Nunca se ha sancionado a personas, aunque la ley también recoge una serie de obligaciones del turista”, explica Jaén.
Sin embargo, recientemente la capital, Palma, aprobó una ordenanza municipal que castiga, entre otras cosas, el “balconing”, practicado por jóvenes turistas europeos que, tras una noche de borrachera, saltan a la piscina desde el balcón del hotel.
Varios murieron en España en los últimos años.
También los hoteles se organizan para expulsar y vetar a quienes destrozan mobiliario o agreden al personal, unos 250 el año pasado, explica Joan Espina, vicepresidente de la Asociación de Hoteleros de Palmanova-Magaluf, una zona dedicada al ocio nocturno desde hace tres décadas.
“Esto ha ocurrido siempre, nos sucede con estos chicos que vienen ahora y nos sucedía con sus padres cuando vinieron en su día”, afirma.
Aquí el alcohol fluye todo el día, en las piscinas por la mañana, en cruceros con música y barra libre por las tardes y en bares y discotecas después, pero es de madrugada cuando surgen los problemas: peleas, comas etílicos o vómitos que convierten Punta Ballena en un estercolero.
Pese a todo, Sorcha y Bryony están decididas a volver el año que viene. “¡Por supuesto!”, gritan al unísono.
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