Los lectores se unieron a un viejo goce que forma parte de los rituales públicos de la Feria del Libro, que hoy termina: escuchar y disfrutar a Alejandro Dolina, ese formidable esgrimista verbal cuya asombrosa elasticidad le permite enlazar, a modo de payadas o contrapuntos, en diálogos dolinescos, las funciones de los cuentos rusos que enumeró Vladimir Propp con la definición del humor de Arthur Schopenhauer y la supervivencia de las cucarachas. La excusa perfecta fue la reedición definitiva de Radiocine (Planeta), un audiolibro con cuatro comedias musicales breves compuestas e interpretadas por Dolina, originalmente realizadas para su programa radial La venganza será terrible, con un puñado de diversos artistas invitados que incluye a Alfredo Alcón, Julia Zenko, Héctor Larrea, Víctor Hugo Morales, Cecilia Milone y Guillermo Fernández. “Estoy a favor de la magia. Yo creo que nosotros usamos mal algunos trucos de los magos, como por ejemplo manipular a las personas para producirles un determinado estado. El escritor está manipulando; escribo esto para que me quieras. Pero no es un engaño, es un trabajo. Un tipo que consigue que uno crea en este mundo tan gris, tan nublado, es de las profesiones más nobles”, planteó el escritor durante la presentación del libro, acompañado por Patricio Barton y Diego Tomasi.
“Cuando un tipo leía en el año 300 antes de Cristo, leía en voz alta. En un primer momento era necesario pasar por la palabra hablada y recién después lo entendías. San Agustín fue de los primeros que abrevió el trayecto desde la visión de la palabra escrita hasta la cabeza. Qué hubiera pasado si el hombre primitivo hubiera tenido por alguna clase de milagro la posibilidad de capturar las palabras y guardárselas en el bolsillo. ¿Hubiera inventado la palabra escrita? Probablemente no, porque el sentido de la palabra escrita era la comunicación lejana o la preservación de un texto para evitar que se lo lleve el viento, como pasa con las palabras. Yo creo que nos hubiéramos perdido algo si por esa capacidad de guardar la palabra hablada no hubiéramos inventado la palabra escrita, nos hubiéramos privado de este placer de capturar los textos sin oírlos. Hay una diferencia entre leer una poesía silenciosamente y oír cómo nos la recita un amigo. Son dos placeres distintos que hacen funcionar distintas áreas del cerebro”, explicó Dolina y aclaró que Radiocine “presenta la posibilidad de ejercitarse en las dos formas de apropiarse de una poesía, por mala que fuere: oyéndola y leyéndola, incluso con afán policial para ver si lo escrito coincide con lo que está dicho”. La reedición de este audio libro también le recuerda tiempos en que eran más laboriosos en La venganza será terrible. “Estas pequeñas obritas ejercen un humor muy popular, muy sencillo, pero están hechas con enorme cuidado y con enorme escrúpulo profesional. Y yo añoro ese escrúpulo profesional que tenía o que tenían mis compañeros y que se ha ido con más rapidez que los años. Algún pedazo de juventud todavía nos queda, pero aquel entusiasmo lo hemos perdido.”
Barton precisó que aunque los “radiocines” se emitieron en La venganza será terrible, el programa hoy se estructura en torno a ejercicios de improvisación. “La venganza siempre fue un programa de improvisación, menos en los radiocines –advirtió Dolina–. Los radiocines tienen guiones adamantinos, rigurosos, que no permiten al actor hacer comentarios, como algunos actores hacen. La poca gracia que puedan tener estos versos está en la precisión. O sea que pasamos de una improvisación total a ninguna improvisación.” Tomasi comentó que la improvisación en el programa tiene ciertas reglas. “En cualquier improvisación hay reglas”, coincidió el autor de Crónicas del ángel gris, El libro del fantasma, Bar del infierno y Cartas marcadas, entre otros títulos. “El payador ejerce un arte repentino que tiene unos rigores muy férreos que no se pueden vulnerar. Tiene que hacer versos de ocho sílabas, estos versos tienen que ser diez –si es que nos ponemos a cantar por décima de contrapunto–; entonces el primero, el cuarto y el quinto verso tienen que rimar entre sí y el segundo y el tercero también. Todas esas reglas hay que cumplirlas. Improvisar no es, como creen algunos, empezar a soltar lo primero que a uno se le ocurre. En La venganza… hay unas reglas de sentido y otras que son propias del programa, que casi configuran unas costumbres artísticas que se tienen y que por más que uno esté improvisando debe cumplirlas. Es como el músico de jazz que improvisa dentro de una secuencia de acordes que ya están pactadas.”
¿Cómo impacta el paso del tiempo en una obra? “El escritor está interesado en lo que está haciendo y muchas personas lo han conocido sólo por su primer libro y después no han leído ningún otro. Ese libro sigue existiendo, es novedoso a los ojos de algunas personas y es fastidioso a los ojos del escritor, especialmente cuando el escritor ha modificado su forma de escribir, ya ha descubierto cuáles eran los errores y ha resuelto enmendarlos. No hay nada peor que un escritor que resuelve enmendar los errores que en realidad eran sus únicas virtudes”, ironizó Dolina. “El tiempo va modificando las obras. Siempre me pareció que las fotos que uno guarda en un cajón cambian con el tiempo; entonces uno abre el cajón después de muchos años, mira una foto que ya ha visto muchas veces, ve que hay un tipo que no estaba y dice que no puede ser. Respuesta: ha cambiado la foto; aprovechando que nadie la veía, la foto cambió y se añadió un tipo que efectivamente no estaba. Así se van modificando los libros que uno leyó y escribió. La segunda lectura de algunos libros resulta penosa, otras veces reveladora”. ¿Qué se hace cuando aparece la tentación de escribir de nuevo un libro? “Escribir de nuevo un libro está bien cuando uno lo escribió hace cinco minutos. Entonces es tiempo de modificarlo, después no; conviene dejar el pasado tal como estaba.”
Dolina analizó el devenir del tiempo en el trabajo radial. “La vida de todos los hombres es un continuo fluir. El programa posiblemente es peor que antes, pero más noble; es un programa menos gracioso, pero más trabajoso, menos fervoroso, pero quizá más lúcido, más complejo. ¿Es el cambio una virtud en sí misma? Probablemente no. El programa ha cambiado un poquito para bien y mucho para mal.” El esgrimista verbal hilvana pensamientos complejos como si estuviera respirando. “Los formalistas rusos dijeron que detrás de cada texto hay una estructura que lo sostiene. Vladimir Propp escribió una obra en la que analizaba los cuentos populares rusos. El tipo había descubierto unas constantes, que él llamó funciones, que estaban en todos los cuentos rusos. Yo creo que como decía Propp hay funciones del humor de La venganza… que pueden ser glosadas. Schopenhauer dijo que el hecho humorístico consiste en poner una cosa en el lugar equivocado. Borges juró que se había pasado la vida buscando un chiste que no respondiera a esa definición y que no lo consiguió. Yo digo que hay formas complejas y no complejas de cumplir con ese precepto de Schopenhauer. En el programa las funciones de Propp son, entre otras muchas, utilizar un lenguaje académico para referirse a hechos banales. O al revés: se describen sucesos académicos con un lenguaje vulgar. Esta mezcla siempre es graciosa”, afirmó Dolina y agregó que otra función importante en el programa es la “conspiración incompetente que hace agua por todas partes” y la cita secreta. “Lo primero que tiene que aprender un humorista es a resistir la tentación del chiste fácil, de hacer una rima con cada cosa que el otro diga. A veces el humor es como los diamantes que necesitan su soledad para brillar mejor. Si usted dice un chiste cada 30 segundos, muy pronto lo odiarán.”
El placer iba creciendo a medida que Dolina desplegaba las barajas marcadas de su ingenio. “La preferencia es un prejuicio burgués”, subrayó y después trazó las principales líneas de su fundamentación. “Imaginemos una cucaracha que se desliza a través de un caño y en sentido contrario viene una cucaracha del sexo opuesto y copulan. De este modo la especie prospera. Probablemente la cucaracha no haya examinado convenientemente al espécimen que venía en sentido contrario, no calculó si le gustaba o no le gustaba. Si la cucaracha tuviera tantos prejuicios antes de copular, la estirpe de las cucarachas ya hubiera desaparecido de la tierra, aun cuando su supervivencia es mítica. Si uno aspira a supervivir y nada más, debería dejar de preferir. ¿Qué le gusta más: de crema o de chocolate? Es lo mismo. Ante la mayoría de estas disyuntivas, uno preferiría suspender el juicio, no por tibieza sino por desdén. La respuesta adecuada a la pregunta ¿qué prefiere usted: el mar o la montaña? es me importa un bledo. Tal vez debemos renunciar a las preferencias construidas, falsas, banales. Las otras preferencias, prefiero aquella chica que no contestó mi saludo a los once años que la tostadora nueva, esas quizá hay que seguir teniéndolas.”