Paysandú, 20 de Setiembre de 2014.
En el Norte el sol sí que raja las piedras, y nosotros, en plena mutación climática, nos largamos a la cita futbolera en las canchas de uno de los tantos Racing.
En el almuerzo el hombre había comido poco. Nancy, adivinando las ansiedades, preparó unos ravioles con tuco de goles errados, algo de vino fantástico, y burbujas para cortar con lo justo, un ataque de nervios. Deleite de sábado muriendo la mañana: los perros están en la vuelta, la melodía de pájaros anticipa siestas masivas, pero los ojos de Ricardo sueñan sin dormir.
El Colorado Beninca nos pasa a buscar y reconozco en sus gestos resabios de vestuario. Quizás, pienso, mientras observo detenidamente sus rasgos, no haya nada para reconocer, ni siquiera esos gestos que nombro. Sin embargo su apellido, su apodo, y su pasado nunca pisado entre casacas históricas, me distrae en el paisaje que forman sus recuerdos, y los míos. Siempre seremos futbolistas.
La cancha es lo único, el resto del mundo se apaga como una televisión y queda el silbido del pueblo como un zumbido tras los pensamientos. Las risas mutan de eco a realidad con los pasos, y los colores empiezan a dibujar un paisaje para siempre conocido. Las cervezas enternecen al diablo de la semana. Las burbujas rascan en la garganta lo que no se dijo. El griterío se va afinando en los tenores de tácticas rostrudas. El verbo tiene que ver con la pelota. El lenguaje se va transformando. Las llamadas malas palabras gozan en los labios, y yo entiendo lo que hablan. Los códigos de un lado y otro de la raya de cal son mundiales. La amistad es la fortuna de los pobres. Entre amigos nunca habrá sólo hambre.
Los mellizos no están más en el cuadro pero siempre estarán por volver, porque Fénix es el boliche de Ricardo, el boliche del Gallo, donde las fotos se tuercen en los cuadros, se humedecen como los ojos. Las risas quedan como un resplandor entre el sepia del whisky nacional que va tiñéndolo todo. Amarga Amaretto es un sponsor pago. Pomelo o Coca Cola y dos hielos son el elixir de Paysandú. La Carolina es en cada parroquiano, aquel amor inolvidable. Los cajones escudan la pared, y sirven de asiento. El Bar es la casa, la sede, la iglesia. El mostrador se sostiene con historias. Los codos se vuelven color madera. La madera se va alisando. Y los mellizos no están más en el Fénix, pero siempre estarán por volver, porque siempre se vuelve al primer amor, al almacén, y a los amigos.
Noel afila la cámara, los instantes se preparan. Las mujeres se acomodan en las sillas playeras y guardan bajo la escasa sombra la botellita de agua de los más precavidos. Los gurises pelotean y sueñan. El Seba alienta entre chistes, el Tata es compinche, Milton escupe una carcajada. Los jugadores fuman el penúltimo cigarro, se embadurnan de lilimento, se ajustan los cordones. El Colorado se venda los tobillos curtidos, dobla la lengüeta de los botines, se sube las medias, se moja la cara, vive el partido como si fuera el último, o el primero. Andrés, el DT, apronta el equipo, consulta con el Gallo y confiadamente avisa a los suplentes que deberán esperar. Éstos se prestan al pasto, a la gorra que cubre el sol, al calor de la patrona y de la primavera.
Entramos todos porque hay foto. Vos sacate la gorra. Vamo arriba gurises. Vamo a meter. Campantes y concentrados van ingresando al universo tras el alambrado. Noel ajusta el foco, y los personajes se van acomodando. Cada uno con su historia arrugándole las sienes. Cada uno es un mundo en el mundo de todos que es el área. Nacional se acomoda del otro lado del medio. El árbitro entra, solitario, taciturno. El árbitro, ese señor.
El pasto se peina según el viento, la cancha se está quedando calva. Hay un minuto de silencio por el padre de Chochón y por todos nuestros muertos. El aplauso emociona. El viento no favorece a nadie. La cancha tampoco.
Cachete andará entreverado pero Manzana acomodará el medio con pierna fuerte, putiadas con el rival y rezongo a los compañeros. El Colorado tocará preciso y querrá jugar por abajo; marcará de penal con carpeta. Milton se escabullirá entre los jases, sacudirá sus rulos y su camiseta dos o tres talles más grande. Se quedará colgado en alguna jugada, y otro lo avivará porque se nos vienen. El Mono lo tendrá casi hecho pero no. Tito el arquero hará un partido memorable, con tanta personalidad que jugará con un buzo colgando de la cintura. Atajará hasta el calor. El Sapo recordará sus años mozos, raspará rivales porque sí nomás y hará un gol de treinta metros porque hay cosas que no se pierden nunca. El Pato saldrá por un tirón calmado a la postre por un pucho, y entrará de vuelta al rato porque otro no da más. Los Macedo creo que son dos pero para mí eran como cuatro. Garay siempre será hábil. El Bebe sentirá ganas de volver a vestirse de violeta y blanco. El Gallo se irá expulsado por doble amarilla y se lo extrañará en el próximo partido. El resultado no importará en éstas letras. El calor se va quedando en la estufa. El perro ladra y me distrae. Noel revisa las fotos de aquella tarde, nos miramos cómplices con ojos de alambrado. Las rayas de cal se desdibujan, los nombres se pierden en la memoria, las caras se frenan en un gesto. Los tapones suenan en el pasto seco. El grito de gol se cuelga con mis ojos en el techo. El Fénix no baja.
Gallo, ¿vas a abrir el bar?
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