Centenario.- Marisa Kothbaner perdió la cuenta de los insultos y amenazas que sufrieron ella y su familia por parte de grupos de jóvenes que salen borrachos de un bar frente a su casa.
Ahora, los vecinos del Casco Viejo juntan firmas y quieren que el Municipio clausure el bar Monroe, que está en la esquina de Marcial Bravo y Belgrano.
La mujer vive en una casa que no es otra cosa que una pieza reducida donde duermen cinco personas: ella, su marido y sus tres hijos, de 11 y 3 años y un bebé de 6 meses.
Hace varios meses que están incómodos y trabajan todos los días en un lavadero que llevan con mucho esfuerzo. Emigraron de Misiones y se están haciendo una casa en la segunda meseta, donde después de que terminen de construir el baño pretenden mudarse con orgullo.
Pero, mientras tanto, viven una pesadilla que nunca imaginaron. Los fines de semana, por el descontrol que se genera a la salida de un bar, no pueden dormir y son rehenes de pandillas de jóvenes que hacen picadas con vehículos, les utilizan el lavadero como “villa cariño” y hasta les orinan los vidrios del habitáculo.
La situación explotó el sábado por la madrugada, cuando su marido –harto de los ruidos molestos– le rompió la luneta del auto a un grupo de jóvenes que aceleraba sin parar. Se burlaban de él, mientas los bebés lloraban dentro de la casa, desconsolados, luego de escuchar cómo le pegaban a su padre.
“Les pedimos cuatro veces que la corten. Esto no viene de ahora, sino de hace casi dos años. Tiraron una maceta, rompieron un vidrio y le pegaron en la cabeza a mi bebé de tres años. ¿Cómo creés que pudo reaccionar mi marido?”, expresó la mujer a LM Neuquén.
Pero la versión de los jóvenes fue distinta. Aseguraron que “se les trabó el acelerador” y que el dueño del lavadero les tiró una bomba centrífuga en la luneta, además de acusar a efectivos policiales de haberlos perseguido y golpeado.
Ayer la familia afectada fue a la comisaría y juntó firmas en el barrio, ya que no es la primera vez que sucede y los vecinos están cansados de los destrozos y peleas. Incluso, la pesadilla también la viven algunos inspectores municipales.
“A un inspector el otro día le dejaron toda la cara ensangrentada por cómo lo golpearon unos pibes. Le escondieron la llave de la camioneta y se la tiraron arriba del un techo”, contó Marisa.
Más allá de que el polémico bar pueda cumplir con la habilitación comercial, el vecindario no quiere ruidos ni polémica y se lo hicieron saber ayer a la comuna.