Es uno de los clásicos en el barrio del Pilar. El Hotel Alpemar acaba de cumplir 22 años de un negocio que combina el alojamiento con el servicio en su bar-restaurante, que mantienen trabajadores, comerciales y clientes habituales, los de toda la vida, que permanecen fieles a pesar de la crisis.
Indalecio Albalá Martín abrió el establecimiento el mes de abril de 1992 junto a cuatro hijos, dos chicos y dos chicas. No era nuevo en el negocio, como se suele decir. Al contrario, durante 15 años, había gestionado el Hostal Dora, que actualmente sigue en manos de la familia. Pero también había tenido negocios hosteleros en su pueblo de origen, Mohedas de Granadilla. “Empezó con un bar y una pequeña pensión y también ha tenido un cine, ha dado bodas… Nosotros nos hemos criado en esto”, señala Miguel Albalá.
Como curiosidad, Miguel recuerda que, antes de que abriera el Hostal Dora, “mis hermanos y yo, los tres mayores, nos quedábamos a dormir allí para después ir por la mañana al instituto”.
Una vez abierto el Hotel Alpemar, los comienzos “fueron muy duros porque había poca clientela”. Sin embargo, con el paso de los años y la expansión de la construcción, la cosa cambió y Miguel destaca: “Hemos tenido años muy buenos, coincidiendo con ese boom “, y precisamente, la quiebra del sector les ha afectado bastante.
Tanto que Miguel no descarta tener que llegar a recortar personal. “Si al final nos tenemos que quedar solo con los de la casa, pues tendremos que hacerlo, porque, si tienes que poner de tu bolsillo, eso no se puede aguantar mucho tiempo”. No es optimista, no ve mejoría a corto plazo. “La fe es un lujo que no me puedo permitir”, le contesta a un cliente.
Actualmente, cuatro personas componen la plantilla, dos autónomos y dos empleados, para atender un hotel con 20 habitaciones dobles y el servicio de bar-restaurante. Todas las habitaciones tienen televisión, baño, aire acondicionado y también wifi y sus principales clientes son comerciales, “viajantes que vienen de paso y de vez en cuando alguna pareja que viene a pasar unos cuantos días para visitar las comarcas del norte porque la zona norte que tenemos es muy visitable”.
Miguel reconoce que la crisis les ha llevado a bajar precios, y pensar en bajarlos más. Tanto para alojados como para quien quiera acercarse al bar-restaurante, cuenta para desayunos con bollería, churros, tostadas “y todo lo que pidan, una tortilla, un bocadillo, lo que quieran”.
Además, cuentan con los tradicionales pinchos y una carta de raciones, donde lo más solicitado es el jamón, la sepia, las orejas, los callos y los champiñones rellenos, que presentaron en una feria de la tapa “y gustó mucho, así que lo estamos poniendo, a veces también de pincho”.
Además, tienen un menú de lunes a sábado con tres o cuatro primeros, los mismos segundos, postre, bebida y pan por 9,20 euros IVA incluido y un menú especial los domingos y festivos, por 12 euros. Instalaciones no les faltan para acoger clientes porque cuentan con un comedor para 65 personas, “aunque caben más de cien”, que se suma a las 40 o 50 que puede acoger la cafetería y a una terraza, que han remodelado, con 12 mesas.
También tienen un párking privado cerrado y plazas al aire libre, una veintena en total, y les gustaría que el ayuntamiento arreglara una calle trasera de tierra, que les perjudica sobre todo cuando llueve.
¿Sus mejores meses? De marzo a junio y ¿sus principales clientes? “El 95% son habituales, de toda la vida”, a los que tratan con la confianza de quien está en familia y a quienes agradecen su fidelidad.