Christian Dior caminó hoy por la historia de la moda con una colección de otoño-invierno de alta costura que actualizó el traje a la francesa, los vestidos de los años veinte y la chaqueta “Bar” de la mano del modisto belga Raf Simons en la Semana de la Moda de París.
Las orquídeas blancas recubrieron las paredes de espejo de la sala completamente circular, instalada en los jardines del Museo Rodin, en la que tuvo lugar un desfile estructurado en ocho fases, dedicados a periodos concretos o prendas especiales.
Simons soñó con un invierno blanco con minuciosos sobresaltos de color que compartieron protagonismo con los cortes, volúmenes y texturas de lujosos materiales.
El recital abrió con vestidos de líneas curvas que se ensancharon en las caderas, rescatando el volumen del traje a la francesa del siglo XVIII.
El tontillo con el que se ahuecaba la falda en aquella época dejó paso en la pasarela parisina a estructuras de tul, y los corpiños, a sencillas partes de arriba sin mangas.
Los refinados bordados de geometrías florales y esquemáticas compartieron escenario con el “jacquard” de seda de filamentos plateados y dorados.
La primera ruptura de esta idílica sinfonía llegó con los monos de aviador y sus diferentes derivaciones, todas ellas vinculadas entre sí por vistosos cinturones que trasladaron al público al universo funcional.
Irrumpieron así colores que quebraron esta límpida paleta, primero los tonos pastel, en azul, verde o rosa, y después los rigurosos gris oscuro y caqui.
El cambio de tercio se apreció también en las formas de líneas duras y en la incursión de las cremalleras.
Simons no quiso caer en la severidad y por eso mantuvo despierta la imaginación con un juego cromático que recordó que la firma es especialista en combinar elegancia con diversión.
Los abrigos, serios y largos hasta los pies en honor al periodo eduardiano de principios del siglo XX, mostraron a cada paso el alegre color de los pantalones: rosa, azul tinta, burdeos o rojo anaranjado.
Dior mantuvo esos guiños cuando el desfile regresó al blanco, en esta ocasión en conjuntos de falda recta por encima de la rodilla, pero con calzado de tonalidades vivas.
Los botines fueron en punta, con un tacón que se afinó a mitad del recorrido y se ensanchó al aterrizar en el suelo, en contundentes naranjas, azules, amarillos o rosas.
El director artístico de Dior resucitó las casacas masculinas del siglo XVIII para el uso de las mujeres,en el que fue uno de los mayores aciertos de la colección.
Sobre un fondo negro, sobresalieron los ricos bordados y las estructuradas formas que rozaron la rigidez, en terciopelo, en lana o en seda.
Los años veinte del siglo pasado pisaron la pasarela con vestidos rectos, por debajo de la rodilla, cubiertos de flecos o de flores, con toques de arte contemporáneo, como un único punto azul sobre fondo blanco.
Simons dirigió la mirada también a la herencia de Dior y, concretamente, a su chaqueta “Bar” de los años cincuenta del siglo XX.
Esta prenda, que regresa sin cesar a cada desfile de la casa, fue reinterpretada en esta ocasión a partir de las solapas, que se estiraron como capas, se expandieron inmensas o bajaron circulares como baberos.
El modisto dejó abierta la puerta al futuro con unas creaciones de fluida seda plisada, atravesada por ordenados bordados.
Las estrellas de Hollywood acapararon la atención de los fotógrafos que pudieron retratar en la primera fila a la pareja formada por Sean Penn y Charlize Theron y a la actriz francesa Marion Cotillard, que acudieron al primer pase del desfile, y a Emma Watson y Jennifer Lawrence, presentes en el segundo.
Con esta colección, Simons rindió homenaje a la historia de la moda y demostró una vez más el saber hacer de Dior.