La devaluación del bolívar en Venezuela fomenta la prostitución en …

BOGOTÁ, 8 Nov. (Colprensa/Notimérica) –

   Con la devaluación del bolívar, cada vez son más las mujeres venezolanas que se ven obligadas a ejercer la prostitución en Colombia, desde lugares como Caracas, Maracaibo, Barquisimeto, San Cristóbal y otros tantos.

   “La mayor parte de las mujeres que conozco son profesionales. Hay contadoras, administradoras; la otra vez vino una profesora de un colegio de Caracas y me dijo que aquí se ganaba en dos fines de semana lo mismo que le pagan allá (Venezuela) en todo el mes”, indicaba el mesero de un bar del centro de Colombia.

   A juzgar por los testimonios recogidos, lo que ocurre con la prostitución en Cúcuta es reflejo de las políticas económicas en el país venezolano: a mayor desabastecimiento y devaluación del bolívar, más venezolanas son empujadas hacia los bares cucuteños.

   El modo en el que el portero de uno de los bares resume la situación de la caída de la moneda venezolana es que “hace unos quince años la gente cambiaba un millón de bolívares (aproximadamente 159.028 dólares) y le daban 17 millones de pesos (8.069 dólares) y hoy, por ese mismo millón de bolívares, dan como 20.000 pesos (9,5 dólares)”. La cifra suena alucinante, pero es real.

   Según uno de los meseros de un bar colombiano del centro del país, las mujeres venezolanas comenzaron a llegar a los prostíbulos de Cúcuta a principios de este año, por la época en la que el bolívar tuvo otro bajón importante frente al peso. “Hace unos quince años era al contrario. Las colombianas pasaban por Cúcuta y se iban directamente a los prostíbulos de San Cristóbal; ese era su sueño dorado, a nosotros ni nos miraban”.

   El profesor Miguel Palacios también tiene una versión al respecto, ya que se ha dedicado a estudiar los temas de la frontera: “En San Antonio uno puede llenar el depósito del coche con 500 pesos (0,23 dólares) y, con lo que cuesta una gaseosa y un pastel de garbanzo en un buen restaurante de Cúcuta (Colombia), podría desayunar toda una familia en Venezuela.

   Los taxistas y los empleados de algunos bares dicen que la ciudad se está llenando de venezolanas y, aunque el secretario de gobierno de Cúcuta, Óscar Gerardino, afirma no tener cifras del fenómeno, la administración municipal ha comenzado a hacer batidas en las calles y en algunos bares y hoteles baratos. “Son medidas preventivas -dice el funcionario-, para mantener el orden durante la temporada de diciembre”.

   La situación es tal que cada vez es mayor el número de venezolanas que ejerce la prostitución en Colombia, donde los días más punteros de trabajo son los del fin de semana, y mujeres como Daysi, Wendy o Liliana tienen que ejercerla para conseguir dinero de un modo más rápido porque sus circunstancias personales lo requieren.

   Daysi por ejemplo, era administradora de recursos humanos y tiene dos especializaciones, así como varios años de experiencia en entidades del gobierno de su país. Hace dos años la despidieron y empezó en un negocio de calzado que fracasó cuando volvieron a devaluar el bolívar.

   Wendy, otra de las venezolanas, también tiene estudios universitarios y es Técnico Superior Universitario (TSU) en Publicidad y Marketing, pero trabaja en un bar cercano a la terminal de autobuses.

   Así es como ella misma resume su situación: “En Venezuela me podría ganar 6.000 bolívares (952 dólares) mensuales en una oficina, pero para qué me sirven si allá un par de zapatos cuesta 2.500 (400 dólares)”.

ENTRE MÁS RATOS, MÁS BOLÍVARES

   Un rato, en la jerga de las prostitutas, es una unidad de medida. Entre más ratos haga una de ellas, más plata gana. Y ‘hacer un rato’ significa ir a la pieza con un cliente durante unos veinte minutos.

   Algunas de las prostitutas venezolanas llegan a Colombia a través de intermediarios, que las ubican en los prostíbulos más cotizados y les dan alojamiento y comida por unos 50.000 pesos diarios (23,7 dólares). Otras, como Daysi, viajan por su cuenta y se alojan en hoteles baratos con más libertad.

   Por su parte, Wendy dice que se hace unos seis ratos al día, lo que significa que se gana unos 240.000 pesos diarios (113,8 dólares), a 40.000 pesos el rato (19 dólares) –en promedio–.

   Una de las prostitutas venezolanas más cotizadas en Cúcuta se hace llamar Liliana. Trabaja por temporadas en ‘La oficina paisa’, un local ubicado a cuatro cuadras de la alcaldía municipal.

   “Liliana es de 10 ó 15 ratos en una noche, cuando hay buena clientela, las demás se hacen la mitad”, dice el mesero del local en el que ella trabaja.

   “Vea, si ella se hace diez ratos, póngale a 70.000, porque a eso se los pagan, son 700.000 pesos (332 dólares). Eso son unos 35 millones de bolívares (más de 5 millones y medio), el equivalente a unos siete salarios mínimos de Venezuela, ¿dígame si no es negocio?”, dice el hombre.

   Según él, las venezolanas que están dedicadas por completo a la prostitución llegan a Colombia con la meta de llevarse, por ejemplo, 100.000 bolívares fuertes, que equivalen a dos millones de pesos (148.031 dólares). Cuando reúnen la cantidad regresan a su país y vuelven cuando se les acaba la plata.

SITUACIONES FAMILIARES

   Algunas, como Daysi y Wendy, dicen utilizar el dinero para los gastos familiares. Daysi tiene un hijo de 8 años y Wendy vive con sus padres y su hija de 5 años.

   Este año los padres de Wendy comenzaron a construirle un apartamento, pero les tocó parar la obra porque no consiguen materiales de construcción. “En Trainco (un almacén de San Cristóbal), la paca de cemento vale 120.000 pesos -dice Wendy-, pero solo venden dos pacas por persona, con el número de cédula y Registro de Información Fiscal (RIF). Claro, hay gente en la calle que también vende cemento. ¿Pero cuánto vale? 800.000 pesos, un millón de bolívares. ¡Abusan!”.

   Wendy afirma que este es su sexto fin de semana como prostituta. De lunes a jueves ayuda a sus padres en un negocio que estos tienen en San Cristóbal. “Ellos piensan que soy vendedora en un almacén de Cúcuta y les digo que me sale buena platica porque me pagan comisión”, dice.

   Cuenta que comenzó a ejercer la prostitución después de separarse de su esposo. “No conseguía trabajo y sentía que debía hacer algo urgente, pues mi papá estaba asumiendo algunos gastos de mi hija”.

   “No lo pensé mucho, porque si lo pienso, no lo hago. Me vine un viernes por la mañana; mi prima me presentó con el dueño del bar y le caí bien. A él le interesan las chamas que le produzcan plata y yo tengo actitud. Entro y salgo, entro y salgo. Cada vez que entro a hacer un rato le pago siete mil pesos por la pieza. Me quiere mucho. Si ya hasta quiere que venga los domingos”, dice Wendy.

   Con el dinero de los seis fines de semana, Wendy se está pagando un tratamiento odontológico. Le cuesta unos 14.000 bolívares duros. “En cada cita me toca abonar 400 hasta que me enderecen los dientes”; además, compró un celular Huawei P6, que le costó 19.000 bolívares duros, y el resto lo invierte en sus padres y en su hija.

   “No sufrimos tanto porque mis padres tienen un negocio, pero no sé cómo hace la gente que solo depende del trabajo. Mire no más, el arroz. Vale 13.000, pero no se consigue. Y los que tienen contactos lo venden a 30.000″, asegura.

   Por estos días Wendy tiene otra preocupación: las batidas de las autoridades colombianas. No quiere que la deporten porque perdería el derecho a regresar, así que está siguiendo una pista que le puede servir para obtener la nacionalidad colombiana. Su abuelo -ya fallecido- era un caleño que llegó al Táchira en los años 70. En la familia no saben nada más de él, pero ella está averiguando.

   Dice que tiene que prepararse porque el próximo año será más difícil: “Ahora, en noviembre, viene otra devaluación. ¿Dígame, qué vamos a hacer?”.

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