La saga de los cafés y confiterías históricos de esta maltratada ciudad es tan ejemplar de la evolución del concepto de patrimonio urbano, que podría usarse en clase. La idea de los Cafés Notables surgió hace una década con la blandura típica de Ibarra-Telerman: diplomita, ceremonia, adhesivo en la puerta… y nunca jamás un gesto de firmeza cuando peligrara la existencia concreta de uno de estos cafés. Es curioso que gente que se presentó como “progresista” tuviera semejante respeto a “la propiedad privada” o, como le gustaba repetir melancólica a la secretaria Silvia Fajre, “los fuertes intereses económicos”.
Fueron los vecinos de la ciudad los que usaron la lista de Cafés Notables como un arma de trabajo y un argumento para lograr amparos. El casi cierre de El Gato Negro de la avenida Corrientes, la batalla por el Británico del parque Lezama, el casi casual final feliz de Las Violetas, fueron creando conciencia y doctrina judicial. Es una ironía gritante que todo esto ocurriera bajo el gobierno de Mauricio Macri, en el que se logró más que bajo los poseurs. Hoy, Los 33 Billares están bajo vigilancia a ver cómo reabren, los nuevos dueños de la London se sienten obligados a dar garantías y el ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi, se enfrenta a una denuncia penal por el mamarracho en que terminó la Richmond.
Florida 468 es una dirección ilustre en Buenos Aires por su currículum literario. En el edificio diseñado en 1917 por Jules Dormal –el arquitecto que terminó el Colón– paraba la flor y nata de nuestra literatura, el Grupo Florida, y se veía muy seguido a los supuestos rivales del Grupo Boedo, que no era para tanto. La Richmond pasó el resto del siglo más tranquila y comercial, ya que la bohemia artística se mudó más hacia Callao, pero mantuvo sus mesas de billar, sus arañas holandesas de bronce y sus boisseries. Como se ve en las fotos, se modernizó lo suficiente como para no ser anticuada pero no como para perder su carácter.
Hasta que un buen día la cerraron de prepo, sin previo aviso, con los empleados desconcertados y sin saber a quién cobrarle. El lugar había sido vendido y los nuevos dueños iban a instalar un local de ropa deportiva, un Nike. La respuesta fue fulminante y similar al desastre de relaciones públicas que tuvo el Citibank cuando le cambió el nombre al Teatro Opera. Ante el rechazo, Nike tuvo que aclarar que ellos no tenían nada que ver porque cada tienda es independiente de la firma multinacional, que les provee un paraguas comercial y mercadería, nada más.
Con gente protestando en la calle, la entonces legisladora porteña kirchnerista María José Lubertino presentó en 2011 un fuerte amparo basado en el concepto de los Bares Notables, como la Richmond, como propiedad social de los porteños. Legalmente, todo objeto o lugar que figure en una lista remotamente patrimonial compilada o aceptada por la Ciudad tiene como mínimo un piso de protección. Más todavía, los casos citados arriba de intervención pública y privada permiten presentar antecedentes, fallos y amparos. La Justicia porteña congeló los cambios y terminó ordenando al ministro de Cultura porteña Hernán Lombardi que supervisara la subsistencia de la Richmond como Bar Notable. Lombardi falló en todo.
Para entender la denuncia de Lubertino hay que entender que Lombardi no es, no quiso ser y nunca será un ministro de Cultura para Buenos Aires. Empresario del sector turismo –es dueño del bus turístico y de una gran tanguería, entre otras cosas– Lombardi entiende y muy bien lo que sea para la foto, para el turista en el concepto más sonso y soso posible. Pero, como Macri, no tiene ni idea de qué es ni con qué se come eso de la cultura, se encontró allá por fines de 2007 con un escandalito tras otro en el área. Y entonces recurrió a alguien que no es en absoluto del tema, pero al menos no iba a hacer papelones políticos todo el tiempo. Lombardi adora cosas como el Mundial de Tango, que se pueden fotografiar y atraen turistas, y el resto que se desplome en silencio.
Con lo que no cuesta imaginar su reluctancia a la hora de intervenir en casos como el de la Richmond. Lo hizo forzadamente y sin ganas, con lo que los del boliche Nike hicieron lo que quisieron. Según el amparo, el interior del bar tenía que ser preservado, con sus mobiliarios, maderas y bronces históricos, por lo que había que buscar un diseño interior que permitiera vender indumentaria deportiva sin romper todo. Sea porque no creen en esto, sea porque contrataron a alguien de una fiaca creativa notable, no es lo que ocurrió.
Como muestran las fotos difundidas por Lubertino, los nuevos dueños dejaron un rinconcito de muestra, con el mueble principal del bar, dos arañas y una esquina con la boisserie original. El resto fue fríamente arrancado y descartado, junto al mostrador completo y a las maderas del cielorraso. Ahora, quien mire para arriba verá un aburrido espacio blanco y mediocres barrales con spots pequeños, paredes lisas y muebles descartables exhibiendo la mercadería. El espacio es bulímico, pero neat, cool y adocenado, como ciertos comerciantes piensan que debe ser. En el rincón con maderas, que es un oasis para la vista, quedan tres o cuatro mesas con sus sillas, de muestra.
Esta farsa hizo que esta semana Lubertino le cayera a Lombardi con una denuncia penal por la “flagrante comisión de delitos”. El texto legal arranca diciendo que “Denuncio al ministro de Cultura de la Ciudad de BsAs, Hernán Lombardi, por incumplimiento de los deberes de funcionario público y desobediencia y en su caso a los/as funcionarios/as del Gobierno de la Ciudad, en particular de la Procuración y/o de la Agencia Gubernamental de Control que pudieran estar involucrados en la comisión de esos u otros delitos al haber dictado resoluciones contrarias a la Constitución Nacional, de la Ciudad, las leyes nacionales y locales vigentes de protección patrimonial del Bar Notable Confitería Richmond sito en Florida 466/68 o al haber omitido los cuidados o controles para su protección patrimonial”.
Los denunciados incurren en delito por haber “contrariado además el fallo judicial que como producto del amparo que presentamos ponía a su custodia más específicamente dicha protección”. Y para que la cosa no quede nada más que para los funcionarios, se pide que “se investigue a los propietarios y autores materiales de los daños a patrimonio histórico y cultural, y el paradero de los bienes muebles que integraban su acervo y que fueran oportunamente inventariados en el amparo que incoamos hace dos años y eventualmente qué delitos cometieron los particulares o servidores públicos intervinientes en su desaparición o venta”.
Lubertino no ignora que le está pidiendo a la Justicia que marque un antes y un después: “El resultado de esta denuncia y lo que determine su sentencia será paradigmático para que no se vuelvan a repetir hechos como éste, en base a la impunidad de los responsables. Estaban sancionadas leyes para la máxima protección patrimonial posible, se hizo un amparo para evitar que se violaran las leyes, hubo un fallo judicial que nos da la razón y coloca en cabeza del ministro de Cultura la protección pero, violando todos los recaudos y el sentido común, el Bar Notable termina devenido en tienda multimarca de venta de ropa deportiva”.
El escrito pide que Lombardi y los otros acusados se hagan cargo hasta de la reconstrucción de la confitería, y subraya la ironía que contiene una de las tonterías actuales del ministerio. Resulta que le pidieron a la Unesco que reconozca como Patrimonio de la Humanidad el hábito de tomar café, la habitual tontería soft, pero no protegieron uno de los mejores lugares para hacerlo.
Esta falta de seriedad ya es costumbre, con lo que un fallo contundente o al menos un procesamiento podría aportar un poco de rigor a la gestión cultural porteña. Lombardi lleva casi siete años haciendo la plancha, organizando festivales y desatendiendo la cultura de la ciudad. Es porque a su gobierno no le importa el área: habrá que ver si la Justicia hace que le importe, al menos al ministro.
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