A metros del Jockey Club del barrio de Gavea, donde se junta a ver el partido de Brasil la clase acomodada de Río de Janeiro, se encuentra la Rocinha, una de las favelas más grandes de la ciudad y donde vive la clase trabajadora.
Foto: Terra
Hasta allí llegó Télam para vivir el partido entre Brasil y Chile y el recibimiento fue de lo más cordial. Acompañados por Ricardo, un argentino, ex camarografo de televisión y con residencia hace 20 años en Río de Janeiro, nuestro equipo se dirigió hasta un bar en un playón del barrio.
El bar es pequeño y la diposición para ver el partido es en la calle. Unas 100 sillas, todas de plástico, pero con respaldo, mirando un plasma de 42 pulgadas apoyado sobre una mesa es el escenario perfecto.
Ricardo presenta a Carlon, vendedor de garrafas, gordito simpático, de 40 años, que también tiene un porcentaje de las ganancias del bar, vive hace veinte abriles en La Rocinha y se alegra por la presencia de los argentinos. “Nos vamos a ver en la final, no me caben dudas”, dice, antes de invitarnos a tomar una cerveza.
Carlon hoy va a ser una buena diferencia económica con el partido y ante la gran cantidad de gente que espera, va a dar una mano haciendo las veces de camarero. Pero se toma unos minutos para contar el clima que se vive en la favela antes, durante y después de los partidos de Brasil.
“Esto es una fiesta, se escuchan bocinazos desde anoche, la gente está muy expectante y entusiasmada. Algunos asientos del bar ya están reservados con anterioridad, pero le damos prioridad a los ancianos en las primeras filas”, explica mientras saluda a gente que pasa, la mayoría clientes.
No todo el mundo tiene gas natural en la favela y Carlon es una persona fundamental para la vida cotidiana, por eso lo reconocen todos con un saludo, quizá de conveniencia pensando en que nunca les falte el reparto.
La favela no es una villa miseria como las de Buenos Aires.
Tiene características similares, sobre todo por los corredores o pasillos que comunican las calles principales. Pero se diferencian en la infraestructura, la Rocinha cuenta con siete bancos: Itau, Bradesco, Nordeste, Caixa Económica Federal, dos del Banco de Brasil y Santander Río.
También cuenta con innumerables locales, cibercafés y comida rápida, entre los que se destacan Mac Donald`s y Subway, y seis mil comercios de diferentes tipos.
La gente de a poco se va acercando al bar de Carlon, que compró más de 500 botellas de cervezas para vender durante el encuentro y tiene arreglado con la distribuidora la posibilidad de ir a buscar más si fuese necesario.
La mayoría utiliza la remera 10 de Neymar Junior, pero cada tanto y para el asombro de los visitantes se ve la de Lionel Messi.
“Acá la rivalidad es solo para los partidos con Argentina, después no hay odio, ni nada, los chicos aman a Messi”, cuenta Carlon.
Cada tanto se escucha una explosión que genera miedo.
“Tranquilos. Es pirotecnia”, cuenta. Y la fiesta se va armando con la llegada de la gente para ver el partido.
Desde los pasillos se escuchan gritos por Brasil y en las ventanas que dan al playón la gente sale a festejar por adelantado.
El partido empieza y los nervios se apoderan del ambiente.
Los ruidos estridentes de las mujeres ante cada ataque de Brasil se vuelven insoportables.
El gol de David Luiz se festejó durante cinco minutos seguidos, en el playón a los abrazos, desde las ventanas a los gritos. Luego comenzó a sonar el famoso “hexacampaeon, hexacampaeon”. Luego, llegó el empate de Alexis Sánchez y el silencio se apoderó del ambiente.
Ricardo, en broma, gritó el gol de Chile y pasó desapercibido. “Lo hice para que se den cuenta que así se vive acá, sin tanta locura, con más alegría y nadie va a hacer nada en contra mío por lo que hice”, explica.
Luego llegó el sufrimiento del segundo tiempo y del suplementario, para desatar la locura el triunfo por penales.
Ahí empezó la fiesta, la gente copó el playón y se puso a bailar y comenzó el festejo que, según cuentan, durará hasta mañana.
Nos vamos, terminó la visita. “Eu, no se vayan que acá el 60 por ciento son mujeres”, grita Ricardo. Ya era tarde.