La típica mujer de comisario

Manolín ajustaba en la pequeña cocina el punto de sal de unos callos que acompañarían las tristes charlas de ayer al mediodía en su bar del barrio de San Andrés de Astorga. Al otro lado de la barra hace años que se reúnen casi a diario para tomar unos vinos la cuadrilla de amigos del inspector jefe de policía y responsable de la comisaría, Pablo Antonio Martínez. Ayer nadie le esperaba. Ni siquiera su mejor amigo, el jamonero. Pero no se habló de otra cosa en el bar de Manolín y en toda Astorga.

Era lunes de mercadillo, con el centro adoquinado de esta localidad de 13.000 habitantes tomado por las gangas de los vendedores ambulantes. En la barra del restaurante Gaudí, la camarera se delató llevándose las manos a la cabeza. Servía con mimo las primeras cervezas de la mañana, que casi se cruzaban con los primeros peregrinos del camino de Santiago interesados en saber si el menú incluía el cocido maragato. La camarera no se quita la imagen de Isabel Carrasco acribillada en la pasarela del río. Conocía al policía, conocía a Montserrat González Fernández, la mujer del policía, y conocía a Montserrat Triana Martínez, la única hija del matrimonio. “Una joven maravillosa. Encantadora. Sencilla. Dulce. Muy buena”, cuenta.

¿Y la madre? Es otra mujer la que interviene mientras la camarera da por bueno el relato. “Pues ella es la típica mujer de comisario de pueblo”. ¿Y eso qué quiere decir? “Pues que le gustaba mucho aparentar y que todo Astorga supiera su condición de mujer del jefe de policía. Muy prepotente, nada que ver con su marido y su hija”. A la mujer la vieron por última vez el sábado al mediodía. En la terraza del restaurante Gaudí, disfrutando del sol en la plaza de Eduardo Castro. Se tomó una cerveza junto al dueño del hotel y nada hizo presagiar lo que a esa mujer presuntamente ya le rondaba en la cabeza. Vengarse de la todopoderosa dirigente del PP de León.

Montserrat vivía con su marido en la vivienda habilitada en el último piso de la comisaría de Astorga, un edificio de reciente construcción. Justo en la esquina, en el bar Alonso, un desordenado local con futbolines y pinchos gigantes de tortilla de patatas en el que también se fabrican mantecadas, las miradas cabizbajas eran el reflejo de la desolación.

Ni uno solo del medio centenar de policías que trabajan en la comisaría de Astorga quiso hablar más de la cuenta de su jefe. Este siguió el día de ayer encerrado en su despacho intentando que la rutina ahuyentara la desolación en la que estaba literalmente hundido.

El policía fue ayer un poco más consciente de hasta qué punto las dos mujeres de su vida, su mujer y su hija, habían presuntamente planeado un crimen sin que él se hubiera percatado absolutamente de nada. Así lo declaró a sus compañeros de la brigada de homicidios de León que, por el momento, le otorgan absoluta credibilidad. El policía salía todas las tardes a pasear por el monte ayudado de una cacha, un bastón en estas frías tierras leonesas. Siempre solo. ¿Qué pasa, que no andaba bien con la mujer? “Para nada, en Astorga los hombres pasean con sus amigos y las mujeres van con las suyas. Aquí el matrimonio solo vino un par de veces a comer, con el jefe de la Guardia Civil y su esposa”, puntualiza Manolín. ¿Se les veía felices? “Esas cosas aquí entre amigos no se preguntan”.

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