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Sólo cinco focos de un edificio alumbran la calle de Regina desde Bolívar a Isabel la Católica, en el Centro Histórico. Pese a la oscuridad, quienes viven ahí logran ver en ese espacio, desde que se convirtió en peatonal, una nueva oportunidad y es que antes, por ahí, nadie pasaba.
Es viernes, día en que Regina está lleno. Los bares, restaurantes y mezcalerías están al tope.
Algunos de los negocios tradicionales como tiendas, pollerías, reparadoras de calzado y estéticas, se mantienen y han ampliado horarios hasta las 11 de la noche para satisfacción de los clientes, pero otros planean cambiar de giro, porque hoy “lo que deja es la fiesta”.
Rogelio Murrieta lleva más de 30 años al frente de su imprenta; al principio de la peatonalización, el negocio se vio afectado, pero ahora —cuenta— “la fiesta nos va a beneficiar porque nos pensamos incorporar nosotros también a ese giro, creemos que es lo que ahora está dejando. Queremos transformarnos en un restaurante bar”.
El Corredor Peatonal Cultural Regina fue inaugurado en 2008.
Desde entonces, los vecinos aseguran que la seguridad ha mejorado, el aspecto de la calle es bueno y la actividad económica creció.
De acuerdo con datos de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal (SSPDF), la incidencia delictiva ha bajado y aunque no hay cifras concretas sobre esa calle, en general, dicen, el Centro Histórico es cada vez más seguro.
Desde hace 20 años, Martha Luna ha trabajado en la pollería 22 de julio y ahora también es restaurantera; su negocio es el Arcos de Regina y asegura que a los comerciantes hacer la calle de uso peatonal los benefició. De ocho de la mañana a seis de la tarde funciona como restaurante; de las siete a la una de la mañana se convierte en bar.
Sofía Valadez está “a gusto entre comillas” con la calle. “Antes estaba muy fea, había mucha delincuencia, bueno sigue habiendo —corrige—, pero es menos y el cambio fue cuando la hicieron peatonal. Y hoy lo peatonal ya se ha convertido en un bar grandote”.
Kevin es uno de los pequeños comerciantes de esa calle, apenas tiene 10 años y sabe lo que es trabajar. Todos los días, después de la escuela y de terminar su tarea, sale a la calle a vender paletas payaso y gomitas. “Trabajo para ganarme dinero y comprarme mis tenis (…) el dinero me lo guarda mi mamá y las paletas cuestan a cinco pesos y las gomitas a dos por cinco”.
A Kevin le gusta vivir ahí, dice que es seguro pues son las 11 de la noche y él sigue jugando, igual que otros niños de su edad, por ahí, muy cerca del mural protagonizado por la Familia Burrón titulado Sueño de una tarde de domingo en el callejón del Cuajo, pintado en honor a Gabriel Vargas.
Aunque a veces —cuenta el niño— “también se pone feo, roban en la noche, se pelean y la otra vez allá hasta las mujeres se agarraron. Estaban tomando y cuando salieron estaban borrachos y se empezaron a pelear; primero los muchachos y ya luego las mujeres”.
Cambio de luz y de escenario
Va y viene gente; jóvenes en su mayoría de entre 20 y 35 años en promedio. Al inicio de la calle en dirección al Zócalo la música del Regina 18 contrasta con la tranquilidad de la noche; situado en la planta baja de un edificio habitacional, los vecinos sólo tiene dos opciones: unirse a la fiesta o acostumbrarse a no dormir bien cada fin de semana.
Alfredo vive desde hace un par de meses en el número 18 de Regina y dice que “la vida es muy agradable, está tranquilo, a veces hay mucha fiesta, pero no es incómodo porque a mí me gusta la vida nocturna”.
Salvador y Yesenia viven en ese mismo edificio desde hace un año y para ellos, “la fiesta” si es incómoda. “Hay veces que es molesto por el ruido. Los viernes y sábados dura hasta las dos o tres de la mañana y uno quiere dormir porque al día siguiente tiene que ir a trabajar y el escándalo no nos deja”, cuenta Salvador. Reconoce que, pese a ello, el lugar es seguro.
Gabriela Pedroza es vecino de Regina desde hace más de 30 años. “Antes en la esquina había mucha basura y relajo por los autos. Cuando hicieron (la calle) peatonal nos convino porque hay más gente y más seguridad”.
El “relajo” cuenta Gaby, como le dicen los vecinos, “sólo es viernes y sábado hasta las dos de la mañana y te acostumbras”.
Braulio acude a Regina cada 15 días. En promedio, en cada visita, gasta 300 pesos. En esa calle, él se siente protegido: “Hay seguridad y me queda el transporte muy cerca. Si uno se va a otras partes uno asume el riesgo”, cuenta y sigue festejando su cumpleaños 24.
Claroscuros de “la fiesta”
Afuera del lugar espera paciente Julio, quien vende hot dogs en un carrito; los que cuestan 15 pesos parece que tienen éxito, pues los jóvenes se acercan atraídos por el olor a grasa de tocino. El hombre cuenta que a veces hay buena venta, otras no tanto; es cuestión de suerte.
Desde hace una década, Álvaro Ortega ha vivido en Regina y recuerda que “antes la calle estaba maltratada y no se podía ni pasar. Ahora el comercio y las visitas han hecho de ese corredor un lugar turístico”. Por el ruido, dice, no hay problema porque le conviene a la gente que tiene algún negocio y “en realidad son pocos los que vienen a hacer relajo”, comentó mientras paseaba a sus perros como lo hace diario dos veces al día.
A pocos metros, ya más adentrados a la oscuridad de la calle, está La vecindad, un antro ubicado en el segundo piso del número 17, donde una pequeña escalera es el único acceso. La música está a todo lo que da, es apenas la una de la mañana y la fiesta sigue, ya más tarde comienzan los pleitos.
Un joven, visiblemente alcoholizado, comienza a patear la puerta y a retar a golpes a “a los hijos de su pinche madre” que hay adentro.
Salen algunos de La Vecindad y la pelea comienza, dura no más de 10 minutos, hay corretiza, una nariz rota y la policía apareció después. No hubo detenidos, para cuando llegó la policía, los de La vecindad ya habían regresado al número 17 y los otros se escaparon corriendo.
Durante esa noche sólo se vio a un par de policías de la Secretaría de Seguridad Pública del DF rondar la zona a pie, aunque los vecinos aseguraron que diario hay vigilancia constante.
De Isabel la Católica hasta 20 de noviembre, el escenario es distinto, hay más luz y más gente. Es ahí donde se concentran la mayoría de los paseantes, incluso turistas que se alojan en el hostal que lleva el nombre de la calle.
Es en ese tramo es donde a Jonathan alguna vez, “sin deberla”, dice, un policía trató de extorsionarlo; “se la pasan amenazando a la gente que te van a llevar al Torito” por beber en la vía pública.
También Regina converge con el Callejón de Mesones, donde un grupo de jóvenes aprovecha la oscuridad de la calle ya vacía para pintar un grafiti. Lo hacen con discreción para luego alejarse a bordo de sus patinetas.
La noche transcurre sin más contratiempos en el corredor; algunos negocios comienzan a cerrar desde la media noche, otros más cierran sus puertas a las dos de la mañana y una hora después desalojan a los clientes.
En Regina se acaba “la fiesta”, se queda en silencio y entonces vuelve a ser como antes, se convierte en el lugar donde nadie pasa.