Las olas se ensañan con Luanco y dejan pérdidas millonarias en …


Luanco (Gozón), Mónica G. SALAS / Myriam MANCISIDOR

Los luanquinos imploraron auxilio al Cristo del Socorro, su patrón, que estos días viste de fiesta. Y es que el Cantábrico castigó sin piedad a la villa marinera desde la madrugada hasta la media tarde de ayer, después de la pleamar, y dejó un rastro de pérdidas millonarias: seis locales hosteleros arrasados por el mar, viviendas anegadas, media docena de lanchas dañadas, calles enlodadas y cuantiosos daños materiales en El Conventín y en el paseo de la playa. Aseguran los vecinos que, una vez más, como en la galerna del 5 de febrero de 1776, el Cristo obró un milagro: pese a las decenas de personas que disfrutaban de la noche festiva en Luanco, sólo una que dormía a la intemperie precisó asistencia médica, y otra, anciana, fue evacuada. Otras diecisiete, todas ellas residentes en el edificio «El Palacio», fueron desalojadas por precaución, y el gobierno local les facilitó alojamiento en el albergue de Santolaya.

El azote de las olas –que según algunos testigos alcanzaron los doce metros de altura, el equivalente a un edificio de cuatro alturas– comenzó a eso de las cuatro de la madrugada. Entonces muchos vecinos apuraban los últimos tragos antes de regresar a casa. El viento soplaba gélido, del Noroeste. Dos horas después, «montañas de agua» arrasaron con todo lo que encontraron a su paso. La villa quedó a oscuras. «Pensé que me ahogaba», sentenciaba José Ramón Gutiérrez, trabajador del restaurante La Ribera, uno de los locales engullidos por la mar. «Una ola me llevó hacia la parte de atrás del bar y me cayó encima un banco de madera maciza. El agua me llegaba al cuello y pensé que me ahogaba», explicaba ayer el camarero aún con el susto en el cuerpo y un «ligero dolor de piernas». Gutiérrez, de 43 años, asegura que jamás había visto al Cantábrico tan enfurecido.

Antonio Ibáñez fue quien libró a su compañero del embate de las olas. Eran poco más de las cinco y media de la mañana cuando las cuatro personas que estaban en el local escaparon y dejaron el bar a merced del mar. Emilio Gallo, de El Café del Mar, vivió una situación similar. Ayer a mediodía el bar en el que trabaja era un amasijo de muebles, máquinas, electrodomésticos, botellas y cristales. «Lo que vivimos de noche fue más que una galerna», precisaba. Por la tarde, el mismo bar sufrió un cortocircuito.

Alicia Fernández, de El Balneario, confirmaba las palabras de Gallo. «Gracias a Dios que ya teníamos el bar cerrado; si no, habríamos muerto», decía esta mujer que apenas podía contener las lágrimas. Echaba en falta colaboración municipal. Fernández regenta el bar desde octubre.

Juan García González, conocido como «el Maruxo», también se mostró consternado. Su lancha, «Capitán Jano», fue un juguete para las olas en el muelle viejo. «Tengo 80 años y jamás había visto algo así», decía. Mario Álvarez Buylla y Terina García intentaron izar el chalano, pero no hubo suerte. Con cada nuevo golpe de mar, el terror se apoderaba de los luanquinos. «Pasamos mucho miedo; fue horrible, como un tsunami», decía ayer Silvia Fernández, aún desconcertada por el suceso. «Nunca vi algo tan terrible», precisaba Yolanda Fernández desde la vivienda de su tía, Raquel González, mientras sacaba de la casa varios montones de ropa. La marea se había llevado por delante la puerta y la ventana de la planta baja del inmueble.

El Cantábrico no respetó siquiera la capilla de San Juan. La mar entró en el templo ocasionando destrozos en la imagen de San Ramón, que amaneció decapitado, y de un Cristo. «Nos ha destrozado la puerta, las sillas… Esto es horrible», clamaba entristecida Constancia García Morán, encargada de cuidar la ermita. Ayer a mediodía los vecinos sollozaban por las pérdidas, pero miraban al horizonte, y cruzaban los dedos ante la posible fuerza de la pleamar de la tarde. «Tenemos los nervios a flor de piel. Estamos apuntalando el bar para evitar más destrozos», decía un hombre en El Marino.

Después de un vermú en bajamar, cientos de personas –más que cualquier domingo en las fiestas del Socorro, a juicio los vecinos– acudieron hasta la villa luanquina para comprobar los efectos del temporal en pleamar, a eso de las seis y media de la tarde. Profesionales de la Policía Local (trabajaron en turno de noche), Bomberos de Asturias, Cruz Roja y Protección Civil –con personal desplazado para la ocasión desde Oviedo y Pola de Siero– cortaron varias calles del centro de Luanco y el paseo del muelle a La Ribera para evitar incidencias. Nadie resultó herido.

Para esta madrugada el gobierno local preveía de nuevo el azote de las olas. Entre los afectados hay quien echa la culpa a las obras de El Musel y del puerto de Gayo, ambas ejecutadas casi al tiempo. En manos de los técnicos está ahora analizar un posible cambio de dirección de las corrientes. De momento, hoy continuarán los festejos en Luanco, pero la imagen seguirá siendo dantesca. El Cristo del Socorro salvó a los suyos, pero la mar engulló la villa.

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