Diego Martínez Pérez abrió este bar hace 50 años. A la vez mantuvo sus trabajos como cocinero en distintos hoteles de Mallorca
Lourdes Durán
Cada mañana, muy temprano, se calza sus deportivas y avanza por la zona de Son Armadans. Después se para y toma un café en su negocio, el bar Doria. Diego Martínez Pérez ya ha delegado en su hijo Diego Martínez Moreno aunque no renuncia a la actividad. “Parado no puedo estar”, asegura. Él es un eslabón de la historia del turismo balear, la forjada entre miles de personas anónimas que desde sus puestos de botones, camareras, cocineros, recepcionistas y directores han sido el magma sobre el que se ha sustentado la riqueza de Mallorca. “Las cosas han cambiado mucho. Los turistas de ahora son de todo incluido, no dejan dinero”, opina.
Nació en Murcia hace 84 años. Conoce a las familias del turismo ya que trabajó como jefe de cocina en distintos hoteles de Viajes Iberia, Escarrer, Sol Melià. Ha pasado por el hotel El Paso cuando fue propiedad de Javier Sansó; estuvo en el hotel Bon Estar, en Ciudad Jardín y después inauguró el hotel Bahamas, también el Coral Playa, y ya en Marbella, donde se fue para un año pero estuvo once en el Pino Mar. A las islas le trajo el servicio militar.
“Vine a Mallorca desde Eivissa donde hice la mili. Fue allí donde aprendí cocina porque la mujer del teniente coronel Alomar me enseñó. Ella era mallorquina, sabía mucho de cocina. Me firmaron una tarjeta de recomendación para el hotel Majórica. Así empezó todo”, relata. Hila historias entre sus distintos recorridos culinarios.
Fue José Contestí, propietario a su vez de un bar y una pensión cercanas al bar Triquet, quien abrió el bar Doria. Diego Martínez se hizo con él diez años después. Lo ha mantenido salvo durante un intervalo en que lo alquiló. Desde su jubilación, es su hijo quien está al frente, pero él no pierde comba. Ni su mujer Juana Moreno.
Hoy le acompaña, como muchos otros días. El bar Doria fue referente en una zona que ha perdido fuelle desde el cierre del hospital de Son Dureta. “Aquí venían a merendar médicos, enfermeras, personal hospitalario y parientes de los enfermos. Han cerrado muchos bares, y yo lo mantengo no sé por qué”, señala.
Aún luce el letrero Se hacen paellas por encargo. El secreto, “hacerlas con gusto y el fondo”. Su mujer acaba de entrar en el bar Doria. Viven muy cerca. Son vecinos de Andrea Doria. “Ahora está todo muy tranquilo, pero en este bar no te puedes ni imaginar cómo se ponía cuando había juras de bandera en el Cir 14; había gente en la calle. Cerrar el cuartel y después el hospital nos ha hecho polvo a los que teníamos negocios en la zona”, cuenta Juana Moreno.
Muy cerca, Diana Montoya, la camarera que ya suma 15 años en este bar de barrio al que también acuden clientes de otras zonas. Hace sol y la terraza del bar empieza a llenarse. El café corre.