María, Carmen, Josefa, Pili y otra Carmen representan bien la esencia de Ciudad Jardín., un barrio que se mantiene vivo en medio de sedes de grandes instituciones. Por un lado, Cruz Roja y el parque municipal de los bomberos, por el otro las facultades de Bellas Artes y Psicología, más allá el seminario de los Legionarios de Cristo. Y si se avanza un poco más, nos encontramos con la primera gran superficie comercial que abrió en Salamanca, situada en lo que en tiempos fue una gran laguna, ahora desaparecida. La fuente del Cántaro, la llamaban en tiempos, y allí iban los vecinos de Ciudad Jardín a buscar el agua para sus casas y también para los negocios, como el bar, que no tenía más nombre que ese el bar, el bar de Cáceres, el dueño.
Lo recuerda bien María Cáceres, una de las vecinas que lleva cerca de 60 años residiendo en este barrio salmantino, hija del propietario de aquel establecimiento. Eran tiempos de cortes de agua, o de suministros solo durante unas horas al día. Tiempos de «salir de casa con dos pares de zapatos, el que te manchabas en el barro y el que te ponías después para ir limpia». Sin calles asfaltadas, sin aceras, sin agua corriente, sin jardines, pese a su nombre, pero con vida, con mucha vida. Niños y más niños que recorrían las calles día tras día, un sonido de risas y de algarabía que ahora se añora en el barrio. «Ya no hay apenas niños y los que hay no salen a la calle, entre otras cosas porque por esta zona pasan muchos coches que vienen desde la carretera de Valladolid y es peligroso», señalan las vecinas, que hablan con nostalgia de los tiempos de «puertas abiertas», en los que el barrio era una casa común para todos y no existían barreras, como las que sí ven ahora en la zona de nueva construcción.
«Somos gente sencilla y trabajadora, que quiere buena vecindad y no tener problemas, de hecho aquí ha habido gitanos y nunca ha habido problemas». La que habla es Carmen Sánchez, presidenta de la asociación de vecinos del barrio, que conoce bien las andanzas y desventuras por las que han pasado sus convencinos en los 60 años de historia de este peculiar barrio salmantino.
En pisos de 100 metros cuadrados residían dos y hasta tres familias al mismo tiempo, que pagaban en común las 350 pesetas que costaba la renta de las casas. No fueron sencillos aquellos inicios, tampoco burocráticamente hablando, pues la constructora privada que realizó los bloques de viviendas sufrió un embargo y, durante un tiempo, los arrendatarios estuvieron en ‘tierra de nadie’, sin saber a qué atenerse. Con fortuna, todo se solucionó y el barrio siguió avanzando. «Teníamos de todo, tiendas, colegio, médico, practicante…» Esa añoranza del pasado es aún mayor, puesto que ahora en el barrio no existe ninguno de esos servicios, quizás por la cercanía con esa gran superficie comercial que ocupa el lugar de la laguna. Si tienen, claro está, servicios municipales, que comenzaron a instalarse con la llegada de la democracia. Cuentan las vecinas que alguna vez se encontraron a Jesús Málaga, entonces el alcalde, visitando ‘de incógnito’ las obras del barrio, en el que, hasta que llegó el alumbrado público sólo había «dos bombillas» para dar algo de visión en la calle.
Sí cuentan con parroquia propia, San Juan de Ribera, ahora a cargo de Jesús Buitrago, pero en la que, durante mucho tiempo, ejerció su sacerdocio el mítico Antonio Romo, recordado con inmenso cariño en el barrio, como quedó demostrado en las últimas fiestas de San José Obrero, en las que los que fueron sus feligreses le rindieron un sentido homenaje. «Don Antonio y sus hermanas siempre han sido muy cercanos a Ciudad Jardín, y continúan viniendo». Es común que don Antonio case ahora a aquellos niños de este barrio que bautizó en tiempos, como sucederá el año próximo con el hijo de la presidenta vecinal.