LOS TROTSKISTAS VAN AL BILLAR
Etiquetas: Barcelona, bares, franquismo, librerías, política, restaurantes
Pau abrió la reunión enunciando el orden del día: análisis del informe del Comité Ejecutivo, llamamiento de CCOO a una jornada de huelga, intervención en la universidad, simpatizantes, propaganda y finanzas. Antes de acabar su preámbulo, Teo le cortó en seco: ¡Calla y tira!. Pau dejó la libreta en el borde de la mesa, bebió a morro de una Voll-Damm, frotó la punta del taco con la tiza y tiró con postura elegante. Hizo una carambola perfecta. Teo tomó la palabra y empezó a exponer a los camaradas el último texto emanado por la dirección del partido. En la barra, el camarero de El Velódromo limpiaba la vieja cafetera con aire distraído, sin percibir que en el local una célula trotskista estaba planeando asaltar los cielos.
Hoy el barcelonés bar-restaurante El Velódromo, situado en Muntaner 213, casi rozando la Diagonal, es un establecimiento de moda en manos de la emergente empresa Cervezas Moritz y cuenta con las últimas tecnologías de climatización e iluminación; se han restaurado los elementos más característicos del diseño original como la escalera y las barandillas de caoba, los estantes del espejo de la barra y el billar. A la cabeza del proyecto está Jordi Vila, quien compagina sus labores con la dirección de cocina de los restaurantes Vivanda y Alkimia (una estrella Michelin). Vila empezó en la pastelería Baixas y trabajó en Casa Irene, Neichel, Vivanda, Joan Piqué y Jean Luc Figueras.
Pero en las postrimerías del franquismo, El Velódromo era un bar excepcional; con poca gente, atmósfera algo desangelada y como desubicado en plena zona burguesa y sofisticada de Barcelona. Algunos vecinos desayunaban plácidamente café con leche y un “xuxo” mientras leían el periódico y viejos parroquianos jugaban al ajedrez en una mesa del altillo. En algún rincón se reunían tertulias de amigos y algunas tardes de invierno jóvenes estudiantes jugaban al billar mientras discutían sobre cómo salir del túnel franquista.
Es cierto que muchas de los encuentros durante el franquismo se hacían en recintos educativos y, sobre todo, en iglesias y conventos. Pero las reuniones reducidas, de células y comités de partidos, sindicatos y organizaciones estudiantiles se hacían en bares, cafeterías y restaurantes, a lo largo de toda la geografía española. Las casas particulares sólo se utilizaban cuando la confianza entre los asistentes estaba consolidada.
Una de las reuniones políticas en casa particular con gran eco mediático, fueron las que convocaba todos los veranos Pere Portabella en su residencia de la Costa Brava, alrededor de un “Suquet de peix”, un plato tradicional de la cocina marinera catalana. Pere Portabella, director, guionista y productor de cine catalán y, en su momento miembro del comunista PSUC, senador y diputado en el Parlament de Catalunya, ofrecía este suculento plato, que cocinaba Josep Ametller i Coll “Pitu”, en una cita que era una suerte de convocatoria gastronómica al Compromiso Histórico (iniciativa eurocomunista de la época) y a la que no faltaban muchas de las caras más conocidas de la lucha contra el franquismo en Cataluña.
Hoy vamos a dejar de lado los restaurantes de postín que fueron también escenario de reuniones importantes y, en ocasiones, trascendentales para el futuro del país. En Barcelona se hicieron importantes pactos entre las fuerzas políticas en lugares como Vía Véneto, en Ganduxer 10; Neichel, en Beltrán i Rózpide 1; 7 Portes, en Isabel II 14, o La Balsa, en Infanta Isabel 4. Lugares que se podrían llegar a comparar, – como marco social, histórico y político, no en cocina-, con los madrileños Zalacaín, en Álvarez de Baena, 4; José Luis, en Rafael Salgado 11; Horcher, en Alfonso XII 6; Jockey, en Amador de los Ríos 6, y La Ancha de Zorrilla 7.
Tampoco vamos a extendernos en el movimiento que se puso en marcha a finales de los sesenta en el terreno de la cultura que se acabó llamando la Gauche Divine de Barcelona. Esta sofisticada tribu, de amplio eco mediático en la época, contaba entre los impulsores con Teresa Gimpera, Oriol Bohigas, Gonzalo Herralde, Rosa Regàs, Colita, Terenci Moix, Ana María Moix, Guillermina Motta, Beatriz de Moura y Jaume Perich. El cuartel general era la discoteca Bocaccio, en Muntaner 505, aunque se movían mucho por algunos bares de la calle Tuset y en la tortillería Flash Flash, en la calle Granada del Penedès 26, local que todavía perdura.
Volvamos a las calles de Barcelona. Con la muerte de Franco se propiciaron numerosas iniciativas sociales y políticas entre ellas el resurgimiento del movimiento libertario que tuvo una buena acogida en muchos sectores de la juventud y tuvo su máxima expresión en las Jornadas Libertarias de 1977. Fue en esas fechas cuando abrió en la calle Hospital 116, cerca de la plaza del Pedró, un establecimiento muy especial, la pizzería Rivolta.
En la Rivolta (en femenino, como la denominaban los asiduos), comió pizza y tomó café irlandés gran parte de la Barcelona “progre” de la época, especialmente jóvenes ácratas, artistas y estudiantes de la izquierda radical, una izquierda que relacionaba estrechamente la lucha contra la dictadura con la lucha con un cambio social. Era frecuente punto de encuentro de la gente de las revistas Ajoblanco y Star, y de dibujantes de El Víbora como Javier Mariscal, Montesol y Nazario o el mito barcelonés de provocación callejera, el pintor Ocaña. El día de la inauguración se proyectó en super-8 “Un pueblo en armas”, documental anarquista sobre la Guerra Civil, realizado en 1937. Al acabar la proyección, los comensales cantaron con brío A las Barricadas.
Cuando se produjo un cambio de dueño y el colectivo de trabajadores se hizo cargo del negocio nadie sabía hacer pizzas por lo que acudieron a un repostero de una afamada pastelería de Barcelona para que les enseñase a hacerlas, cosa que hizo estupendamente a cambio de cervezas. Y debieron aprender bien porque la Rivolta se llenaba todos los días.
Rivolta era, además, parada obligatoria para ir a la Filmoteca del Cinema Pedró, a Les Enfants, o al Saló Diana.
El Saló Diana, en la calle Sant Pau 85, funcionó en el lugar donde se encontraba el histórico cine Diana, inaugurado en 1912, y que solía compaginar las sesiones de cine con espectáculos de “varietés”. La zona se fue deteriorando progresivamente y en los años 60 el cine quedó atrapado en una de las zonas más sórdidas de lo que se llamaba el Barrio Chino o Distrito V, hoy Raval. El Saló Diana abrió sus puertas en 1977 de la mano de L’Assemblea de Treballadors de l’Espectacle, con el director Mario Gas y el actor Carlos Lucena al frente del proyecto, que tuvo unos diez años de vida. En este recinto se llevó a cabo en 1977 las “Jornadas Libertarias Internacionales”, a las que asistió, entre otros, el líder de Mayo del 68 Daniel Cohn-Bendit.
Pero no todos los días eran de vino y rosas. La clandestinidad tenía serios riesgos. El Movimiento Ibérico de Liberación (MIL) fue una organización antifranquista activa durante los inicios de los años 70 en Cataluña. El MIL preconizaba la agitación armada y asumía tendencias como el consejismo y el situacionismo como alternativas al marxismo tradicional. Uno de los puntos de reunión de algunos de los miembros era la cafetería Placidia, un pequeño barcito que se encontraba junto a las ya desaparecidas atracciones infantiles Caspolino, en Gala Placidia, en la parte de Vía Augusta colindante con el barrio de Gracia. Un día de reunión, cuando abandonaron el local, unos de los cuatro asistentes, Salvador Puig Antich, dejó olvidada su cartera de mano con documentación falsa, un telegrama de Francia, un recibo de un piso, un número de un buzón postal, dinero y una pistola. Eso ayudó a la policía a localizar al grupo y detener a sus integrantes.
El 25 de septiembre de 1973 Xavier Garriga y Salvador Puig Antich se habían citado con Santiago Soler Amigó en el bar-restaurante Funicular, en el chaflán de Girona con Consell de Cent, y allí fueron abordados por la policía. Escaparon y se refugiaron en el portal contiguo donde, tras una refriega, varios disparos acabaron con la vida de uno de los policías, Francisco Aguas Barragán, y Salvador Puig Antich resultó gravemente herido. A raíz de estos hechos, no totalmente aclarados en el juicio, y el marco político del país (el 20 de diciembre de 1973 ETA mata al presidente del Gobierno, el almirante Luís Carrero Blanco) el libertario Salvador Puig Antich, de 24 años, fue ejecutado a garrote vil, en la Cárcel Modelo de Barcelona, el 2 de marzo de 1974.
El bar Placídia continúa abierto y es pequeño pero es de los más activos de la zona. Ofrece un surtido de buenas tapas, tiene una terraza con varias mesas y cuenta con un servicio de desayunos muy completo por la mañana y de menú diario al mediodía.
El Funicular permanece como siempre, como una casa de comidas muy reputada en la zona, y tiene un menú de seis primeros y seis segundos con cocina de mercado. Y lo mismo ofrecen unas fabes a la catalana que unos mejillones a la marinera, unas costillas con patatas o una butifarra con escarola.
El Front Obrer de Catalunya (FOC) fue una organización política hermanada con el Frente de Liberación Popular (FLP) y se diferenció de la izquierda histórica por el apoyo a los movimientos emergentes del tercer mundo y Palestina, y también por su crítica a los partidos comunistas ortodoxos y al intervencionismo soviético en Hungría y Checoslovaquia. Además, aportó las últimas tendencias de pensamiento en Europa como Marcuse, Lukács y Mournier. En el FOC-FLP se forjaron dirigentes políticos de la talla de Jesús Ibáñez Alonso, Manuel Vázquez Montalbán, Miquel Roca, Narcís Serra, Jaime Pastor, Joaquín Leguina, Pasqual Maragall, Manuel Castells o Nicolás Sartorius.
Los responsables de la organización en Barcelona del FOC se reunían en varios lugares pero el preferido era el Bar Liceu, emblemático lugar situado en la calle de Sants 88-96, en el barrio del mismo nombre. Se trataba de una magnífica construcción acristalada y con gran luminosidad, que se encontraba adyacente el Cine Liceu y que fue planeado por Antoni de Moragas Gallisá, autor del Hotel Park, en la Avenida del Marquès de l’Argentera y de varios edificios del barrio de Sant Gervasi. El local, inaugurado en 1959, presumía de tener la barra de bar más larga de Barcelona, con 32 metros de longitud. La disposición de unos biombos movibles que se utilizaban como portafotogramas permitía que desde un rincón de la barra se pudiese atender a los espectadores de la platea sin volver a pasar por taquilla. Así en un mismo local se podía atender a clientes de fuera y a los que asistían al cine.
El Liceu disponía de unas escaleras que iban a un altillo que comunicaba con el anfiteatro del cine donde se encontraban cinco mesas de billar francés, propiedad del Club Billar Sants. En el sótano había una cocina, los almacenes y los frigoríficos.
El Cine Liceu cerró sus puertas en 1989 y el bar en 1997. Actualmente, en el lugar del espléndido bar hay una academia de baile y una tienda de electrodomésticos.
Cuando el FOC se disolvió en 1970 una parte de sus integrantes se integraron en el PSUC, otros crearon posteriormente Convergencia Socialista de Catalunya y otros se reagruparon en Comunismo, una formación de orientación trotskista.
Algunos de los dirigentes universitarios del grupo Comunismo residían en colegios mayores de la zona alta de Barcelona, como el San Jorge, y otros miembros del grupo impulsor también residían en las inmediaciones. Muy cerca de la residencia de algunos de los principales dirigentes de Comunismo, en la zona de Les Corts, se encuentra un establecimiento que se convertiría en el centro de muchas reuniones clandestinas en esos años: el bar Loreto, situado en el número 3 de la calle Loreto.
Actualmente el bar restaurante Loreto sigue funcionando. Es un tranquilo establecimiento, no muy grande pero con media docena de mesas en la terraza. Tiene menús del día a muy buen precio y ofrecen una cocina de mercado, al que el propietario acude todos los días para abastecerse. La parroquia está formada por vecinos de toda la vida y, al mediodía, acuden empleados de las oficinas cercanas.
Los jóvenes que jugaron al billar en el Velódromo, hermanos menores en el pensamiento y en el tiempo de los que acudieron años antes a tomar cafés, cortados y carajillos al bar Unió de Sants, y en la cafetería Loreto tomaron cervezas y pinchos de atún con pimiento, siguieron encontrándose en tascas, bodegas, bares y casas de comida hasta que con la democracia y la legalización pudieron tener sus propias sedes para reunirse. Pero la verdad es que con el fin del franquismo la combinación política y gastronomía siguieron de la mano y los progres alternaron más que nunca en las barras, las tascas, restaurantes, bailes, verbenas y terrazas de verano.
La libertad se fue ganando, antes que en cualquier otra sede o espacio, en las calles, en los escenarios y en las barras de las cafeterías. Libros y bares era el cóctel perfecto para plasmar un conjunto de nuevos valores alternativos que enlazaban la lucha antifranquista con nuevas pautas de entender las relaciones personales y las nuevas relaciones familiares. Se acudía a librerías emblemáticas como Cinc d’Oros y Áncora y Delfín, ambas en la Diagonal, y a Documenta, en Cardenal Casañas; de ahí se pasó a librerías más abiertamente militantes como El Mirall, en Provenza, de Dolors Palau; a Leviatán, en Santa Anna, de gente de la LCR, al igual que el bar Octubre, en la calle de la Barra de Ferro, lleno de material de lectura de izquierdas, o La Sal, (Riereta, 8) un bar-librería feminista. Conviene recordar que la única que persiste a fecha de hoy es la magnífica librería Documenta pero no es su localización original, sino en Pau Claris 144.
Un bar-librería emblemático por su concepto y por ser un punto de encuentro de intelectuales y conspiradores era el Cristal City, en Balmes 249, junto al Cine ABC y la plaza Molina. Un lugar en el que los trotskos procuraban sentarse en una mesa lejana a la de la gente del PSUC de Sant Gervasi, que salía a tomar una copa tras la reunión de la agrupación, en la vecina calle de Sant Guillem. Pocos años antes, en estas mismas mesas, se llevaron a cabo las tertulias literarias de Carlos Barral, Gil de Biedma, Ferrater, Goytisolo…
Era un lugar, además de elegante, de cocina corta de repertorio pero de cuidada factura. Las tortillas de patatas eran excelentes. Los pinchos y bikinis (sándwich mixto de jamón y queso) los servían camareros atentos pero que miraban a otro lado cuando el cliente sacaba de una estantería un libro de Ruedo Ibérico para leer o cuando los jóvenes de carpetas y zurrón manejaban panfletos para discutir. Un lugar histórico y que, lamentablemente, ya no existe.
Muchos de los padres de los jóvenes que hoy pelean contra la crisis y los recortes, intentaron en esos tiempos proyectar un estilo de vida lejos de los esquemas tradicionales, revolucionando a su manera los comportamientos, las costumbres y la estética. Un nuevo estilo de vida que llevaba implícita también una fuerte carga igualitaria y de libertad.
En todos los pueblos y ciudades la gente que luchaba por la democracia se reunió en establecimientos como los aquí descritos. Lo que hemos relatado es una foto estrecha, parcial e insuficiente; pero da una idea de cómo los jóvenes universitarios de unas corrientes políticas determinadas se las ingeniaban para discutir y planificar sus acciones, en torno a una caña y un pincho. Más adelante explicaremos ampliamente a qué restaurantes, bares y tugurios iban los jóvenes universitarios en el franquismo crepuscular, cuando no se reunían para maquinar. Un repaso de los lugares de Barcelona y Madrid donde los jóvenes comprometidos se metían a la hora de comer, beber y divertirse.