El lunes por la mañana, un grupo de habitantes de un barrio pobre y periférico de la ciudad de São Luis, en el estado de Maranhão, en el norte de Brasil, ató en un poste de la luz a Cleidenilson da Silva, de 29 años. Da Silva, acompañado de un adolescente, había tratado de asaltar un bar del barrio, armado con un revólver. Pero el atraco había resultado un fracaso. Uno de los clientes inició una pelea con Da Silva, según la policía. Después, un grupo de vecinos desnudaron a Da Silva y lo ataron, sentado, a un poste de la luz del barrio. Luego lo mataron a golpes, a puñetazos, a patadas, a pedradas y botellazos. Su cuerpo, lleno de sangre —que también manchaba el poste— quedó expuesto a la mirada de los vecinos y de los fotógrafos.
Su compañero, un chico de 16 años, fue rescatado por la policía cuando estaba a punto de terminar igual. Después de los hechos, la policía de São Luis abrió una investigación para tratar de dar con los culpables. La foto del linchamiento de Cleidilson ha devuelto al país sus peores fantasmas violentos. Un periódico de Río de Janeiro, el popular Extra, publicó una portada con la imagen que, a su vez, está dando la vuelta al país en las redes sociales a modo de crítica: compara la fotografía de Maranhão con un dibujo, hecho 200 años atrás, en el que un negrero atiza con un látigo a un esclavo amarrado al tronco de un árbol en una plaza de una ciudad brasileña.
El titular es explícito: “Del tronco al poste”. Y luego, la publicación reflexiona: “En estos 200 años, ¿hemos evolucionado o hemos ido hacia atrás?”.
El linchamiento de atracadores o ladrones —o de supuestos atracadores o ladrones— no es algo inusual en Brasil. Uno de estos asesinatos colectivos que más conmocionó al país ocurrió en mayo de 2014, cuando los vecinos de un barrio del litoral de São Paulo, Morrinhos, golpearon, durante dos horas, a Fabiane María. Se trataba de un ama de casa, madre de dos hijos a quienes los habitantes de la zona acusaron, falsamente, de hacer magia negra con niños del barrio a los que, según ellos, secuestraba previamente. Fabiane no resistió la paliza. Murió.
Durante el Mundial de fútbol, un profesor de Historia de un instituto de São Paulo, André Luiz Ribeiro, de 27 años, aficionado a correr, estuvo a punto de ser apaleado hasta la muerte cuando los vecinos de un barrio de Río le confundieron con un atracador que acababa de asaltar una tienda y que huía calle abajo. La llegada de la policía le salvó cuando ya estaba con las manos atadas con la cadena de una moto a la espera de que volviera uno de esos vecinos que había ido a casa a por un machete para rebanarle el cuello.
El sociólogo José de Souza Martins, especialista en el tema, considera que el linchamiento de Maranhão, de hecho, no constituye nada excepcional en el país. Lo único que resulta diferente de otros linchamientos y de otras veces en los que los vecinos se toman la justicia por su mano es la expresiva foto que ha saltado a muchas páginas de los periódicos y a los telediarios de medio país. “En Brasil ocurre un linchamiento al día”, asegura.
Un problema histórico
Souza Martins investiga desde hace 20 años los linchamientos en Brasil, y ha escrito un libro publicado este año titulado Linchamentos: a justiça popular no Brasil, que cuenta que la primera de estas muertes ocurrió en 1585 cuando un indio cristiano hizo algo que ofendió a los fieles en Salvador de Bahía.
A juicio de este especialista, la mayoría de los linchamientos en Brasil repiten este mismo patrón macabro, con el muerto a golpes atado a un poste de la luz. Este experto constata una variante aún más cruel: en su investigación ha descubierto que cuando la víctima es negra, además de la muerte a puñetazos y patadas, lo agreden con otras formas de violencia que el blanco no sufre, como mutilaciones o quemaduras.
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