Memorias del Dalí abstemio

EFE

“Como decía el maestro Dalí, la menta siempre va bien porque es un afrodisíaco. Estaba loco. Él no bebía, pero a ella le gustaba el vodka, como buena rusa”, relata a Efe Oliveri, que lleva 37 años al frente de uno de los salones de cócteles más prestigiosos de París.

Nació en Sicilia hace 65 años, estudió con los jesuitas y se formó para mezclar bebidas en cruceros de lujo. Pero se quedó en tierra firme, aprendió idiomas en bares de media Europa y se instaló en la barra del palacete Le Meurice.

“Dalí nunca venía al bar, salvo para ver al conde de Barcelona Juan de Borbón, hijo de Alfonso XIII y padre de Juan Carlos I”, recuerda el barman sobre las costumbres del artista en un hotel en el que residía al menos un mes al año.

“Se abrió la puerta. Era Dalí, con una capa negra, el pelo largo y el bigote agresivo. Y los ojos que se le salían, eso fue lo que más me impresionó. Se agachó y le besó los zapatos al conde de Barcelona. No me olvidaré nunca. ¿Qué hace este loco?”, ríe el maestro coctelero.

Oliveri gesticula y sonríe mientras flota por la barra que habita desde hace cuatro décadas, donde ha servido a Sofia Loren, Marcello Mastroianni, Claudia Cardinale, Catherine Deneuve…

Tiene más pelo en el bigote que en la cabeza, luce corbata en el cuello y pañuelo en la solapa. En realidad se llama Guillermo, pero adoptó William como “nombre de guerra” para amoldarse a la clientela anglófona.

Cuando apareció Dalí, el conde de Barcelona disfrutaba de un Martini Dry con mucho vodka y guindilla, continúa Oliveri. Estupefacto ante la estrafalaria reverencia del pintor, que se autoproclamaba “metafísicamente” monárquico, el conde pidió a William que sirviera al artista un trago.

“¡Oh, no, ma-jes-tad! Mi corazón querría, pero mi hígado me lo impide”, contestó Dalí, que campaba a sus anchas por Le Meurice, un hotel que en 180 años de historia ha alojado a Tchaikovsky, Elizabeth Taylor, el sultán de Zanzíbar, Plácido Domingo, Franklin D. Roosevelt o Madonna.

El rey Alfonso XIII de España solía ocupar la suite presidencial 106-108, la misma que pedía Dalí durante sus largas estancias en el hotel, desde los años cincuenta hasta poco antes de su muerte en su Figueras natal (1904-1989).

Un día el pintor se encontró con que la tapa de madera del retrete había sido sustituida por una de plástico, y exigió que reinstalaran el excusado original.

“¡Quiero el trono donde su majestad posaba su culo real!”, dijo furioso Dalí, a quien solía acompañar su ocelote Babou, un pequeño leopardo colombiano al que había limado los dientes y las uñas. Su amigo y actor Carlos Lozano decía que solo vio sonreír una vez al felino, cuando se escapó por el hotel e hizo “corretear a los clientes como ratas por cubierta”.

A veces se paseaba por los pasillos del palacete montado en su moto chopper. En una ocasión hizo que le subieran un caballo a su habitación y otra vez encargó un rebaño de ovejas. También pagaba a las limpiadoras por capturar moscas vivas en el Jardín de las Tullerías, frente al hotel.

Las paredes de Le Maurice no solo susurran historias sobre Dalí. Allí ofrecieron en 1918 su cena de boda Pablo Picasso y su primera esposa, fue un cuartel general nazi durante la Segunda Guerra Mundial, Woody Allen lo utilizó como decorado y Coco Chanel como pasarela.

Pero la discreción es la norma en una casa que presume de alquilar habitaciones, guardar secretos y vender sueños, como recubrir de césped los 274 metros cuadrados de la terraza de una habitación para garantizar el confort de los perros de un cliente de cuyo nombre nadie quiere acordarse.

Muchas de esas historias ocurrieron ante los ojos del maestro coctelero, decano del establecimiento.

“Es necesario tener a alguien que se quede mucho tiempo, una persona que conoce al cliente, sus gustos, su hijos y su esposa. Que sabe si viene con una mujer conocida y luego con otra a la que no se debe conocer… Todo eso es muy delicado. Si haces una tontería puede pesar mucho en la vida de una persona”, resume Oliveri.

“Esto no es prêt-a-porter, es alta costura”, dice el barman, que a un año de la jubilación accede a compartir su principal doctrina: “Las estrellas quieren pasar de incógnito y la gente corriente que se les trate como estrellas”.

Por Javier Albisu

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