Ecléctica, vanguardista, alejada de los moldes y ¿corrupta? Al parecer, así deberíamos definir ahora a Marta Minujín. Pero, ¿qué la llevó a “portarse mal”? Lejos de haber dinero de por medio o algún “tongo”, la artista realizó una obra de arte a cambio de asegurarse la provisión de uno de sus vicios: el café.
Así es, Minujín plasmó un mural sobre la pared de un bar porteño (en Montevideo y Juncal), donde le garantizaron café de por vida. “Esta obra es parte de un acto de corrupción, pero una corrupción que en vez de hacerse con dinero involucra al arte”, admite la autora, quien dejó allí su huella aen 2011.
La anécdota comienza luego de que Marta asistiera a una sesión con su psiquiatra. Por ese entonces, el café era una de sus debilidades: tomaba dieciséis por día. Por eso, el médico le había sugerido que redujera o dejara totalmente aquel hábito, porque eso no le parecía recomendable para su salud.
Ese mismo día, al salir del consultorio, la artista no pudo con su genio y se fue a tomar un café a Le Pont. Allí, se encontró con el dueño del local y pactaron un canje: ella pintaría un mural con su firma y, a cambio, tendría café gratis de por vida.
“Fue a todas luces un acto de corrupción, pero yo corrompo con arte”, sentenció sin vueltas Minujín, mientras disfruta del contenido de un humeante pocillo, sentada junto a su obra. La imagen refleja los perfiles de siete personas (cuatro mujeres y tres hombres entremezclados) con sus miradas enfrentadas, entre trazos dorados, negros, rojos y violetas.
“En realidad lo que está puesto aquí es una sola persona que se enfrenta a sí misma”, sostiene Minujín, quien afirma que en este mundo multidireccional en el que vivimos “uno es muchas personas en una sola, porque depende de la mirada de quien tiene enfrente”. Y remata: “Esa mirada y la imagen que cada uno proyecta no es siempre la misma”.
Según recuerda, esto de pintar rostros fragmentados surgió en 1986 cuando trabajaba en un mural dentro del aeropuerto de Ezeiza:“Yo estaba en el andamio y se me acercó Carlos Monzón, pidiéndome un autógrafo. Como no teníamos ningún papel a mano, pinté algo sobre un plato y desde ese momento hice muchos de esos platos y hasta los vendí”.
Aunque sorprenda, el truque de arte por servicios tampoco es nuevo: consiguió que un centro de belleza le permitiera usar su cama solar a cambio de una obra suya pintada sobre un espejo. Fue en 1994 y el trabajo todavía se exhibe en ese local de la calle Arenales, a metros de Montevideo.