Los despachos de bebidas y bares se constituyeron históricamente como espacios de sociabilidad mayoritariamente masculina. Una breve reseña del lugar que ocuparon las mujeres en los cafés porteños nos dará un panorama aproximado de la heterogénea composición hasta llegar a nuestros días, teniendo en mente los bares y cafés como cajas de resonancia de una época y lugar determinado.
Principios del siglo XX
El café fue el lugar elegido por los hombres para recrearse y practicar el ocio lejos de sus esposas y de las ocupaciones laborales. Salvo contadas excepciones – desocupadas, lavanderas, amas de llaves y planchadoras – el espacio del café fue colonizado por hombres.
Los cafés y despachos de bebidas del 1900 fueron generalmente negocios de familias inmigrantes con pocos empleados. Según explica Sandra Gayol “en general el número de dependientes no excedía la media de tres, eran mayoritariamente extranjeros (81,9%) y varones (69%). El 30% restante correspondería a las mujeres que contribuirían con su trabajo a la distracción de los hombres”. Las mujeres tenían una presencia minoritaria como empleadas en los negocios familiares donde eran esposas, viudas o hijas de los correspondientes dueños.
Adicionalmente, ellas fueron un objeto muy deseado y muy presente en las conversaciones masculinas de cafetín. Se hablaba de ellas a pesar de su ausencia o escasa presencia: se las disputaba como objeto de honor y orgullo masculino, explica Gayol.
Otros cafés combinaron el despacho de bebidas con números musicales a cargo de mujeres. Una nueva señal de que eran/son tomadas como objeto de deseo, pasivo, que trabajaban entreteniendo o sirviendo a la concurrencia masculina.
Las leyes de la época obligaban a la colocación de vidrios opacos donde trabajaban mujeres. Por esos años se asociaba trabajo femenino al ejercicio de la prostitución aunque no todo trabajo femenino era prostibulario, sin embargo la prostitución llegó a ser una actividad muy difundida en el Rio de la Plata, puerto reconocido internacionalmente por ser un denso foco de lo que entonces se llamaba “trata de blancas” europeas.
A continuación, tres ejemplo que ilustran la magra participación femenina en los cafés y que refuerza la idea de los cafés como territorio de dominio, disfrute y consumo masculino.
Las mujeres empezaron a fines del 1800 a practicar tango en los bares porteños después de décadas de ser un baile masculino de compadritos. El papel de la mujer fue débil, de acompañante en una danza donde el hombre marca la secuencia de baile. En el mundillo del tango, la mujer era evocada negativamente en sus letras como víctima de un mal amor o como victimaria de un alma masculina en pena.
En este sentido un hito de la época se dio con la aparición de la primera bandeonionista: Paquita Bernando apodada “La Flor de Villa Crespo” por itinerar en los bares de ese barrio con su orquesta y su música. Una excepción brillante.
El cupo femenino en reuniones literarias de cafetín del grupo de Florida fue cubierto por una sola mujer. También conocido como Martín Fierro, allí participaban jóvenes escritores destacados de la literatura argentina (Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal y Oliverio Girondo) donde sobresale la figura de Norah Lange, única mujer y “dama de la vanguardia de los 20”. En esas reuniones recitaba sus poemas arriba de la mesa del café y al lado del piano. También Alfonsina Storni en los primeros años de 1930 sería una figura femenina llamativa del Café Tortoni.
Mitad de siglo XX
“La mujer que, como el varón, rinde sus energías físicas al pie de la máquina, en el buffet de las oficinas, ante los aparatos de un laboratorio, no es ya la esclava blanca, propiedad privada y absoluta de su señor: Hoy es un ente libre, emancipado por el progreso. Concurre al bar, saborea un coctel, alterna con sus amistades por las mismas razones y con los mismos derechos que el hombre”, cuenta la nota “La mujer en el bar” de la revista El Barman de 1951
La incorporación de la mujer al trabajo remunerado y la legalización del voto femenino (1947) fueron puntos álgidos en la aparición femenina en la espera pública de cafés, bares y confiterías de la Ciudad. En principio irían a la cafetería durante el día y luego por la noche a los bailes acompañada de sus hermanas mayores o madres. Rescoldos de la sociedad patriarcal y tradicional se empiezan a mezclar con una presencia algo notoria de mujeres haciendo lo mismo que los hombres y en el mismo lugar: tomar café, un trago o una cerveza en un café o bar.
La artista Marta Minujin se la pasaría tomando dry Martini en smoking con sus compañeros del Instituto Di Tella en los años 60 en el Florida Garden y Liliana Heker y un grupo de afamados escritores se reunirían en el Tortoni también en la misma década, entre muchos otros ejemplos. Las fotos de estos años consignan una presencia femenina que está muy lejos del panorama de principio de siglo. Ancianas que van a tomar té y masas a la Confitería Las Violetas, grupo de mujeres adultas que toman cocktails sentadas en las barras de bares palermitanos y grupos de ambos sexos que ni se cuestionan o disputan esos espacios de ocio y entrenamiento mientras disfrutan de un esperado after office.
Aunque sobrevive una rémora de machismo en algunos bares antiguos, de barrio y bien varoniles entre generaciones más veteranas, hoy los bares y cafés más modernos exhiben una convivencia entre ambos sexos muy natural e igualitaria.
El cambio de siglo muestra un avance irreversible de apropiación y una conquista exitosa de la mujer en la esfera pública de bares y cafés de la Ciudad de Buenos Aires. Ellas también van de la casa al trabajo y del trabajo al bar.
Florencia Migliorisi – @flormigliorisi