Nueva fórmula para conquistadores

Hace poco, Patrick, un viejo amigo que se unió al clan de los divorciados hace ya un par de años, me describió con gran elocuencia la precariedad de su vida amorosa mientras ambos sorbíamos nuestros ‘drinks’ en la barra deportiva -o Sports Bar, para los lectores con guille de angloparlantes- que frecuentamos con cierta asiduidad.
“Si yo fuera un bateador”, me dijo, “podría decirse que llevo toda una temporada yéndome en blanco”.

De ahí pasó a explicarme que después de divorciarse de Angela, la media naranja que se le había convertida en una piña bastante agria en la etapa final de su matrimonio de cerca de 15 años, él esperó lo que consideraba un tiempo razonable antes de volver a enfilar los cañones hacia el sexo contrario.
Es decir, a los 15 minutos de salir de la sala de la jueza que los declaró ex marido y ex mujer, ya él estaba examinando en internet la lista de barras para solteros del área metropolitana y esa misma noche se lanzó en busca de recuperar el tiempo perdido.

Pero sin mucha suerte: aunque se consideraba todavía un cuarentón bastante atractivo a pesar de que ya estaba canoso, un poco arrugado y a veces se babeaba cuando se dormía al volante, las chicas a las que abordaba le decían que estaban esperando a alguien o, de lo contrario, solo le hacían caso por un tiempo limitado, aceptándole un solo trago antes de despedirse de él y mudarse al extremo opuesto de la barra.
“Era como si las mujeres que me hacían caso solo lo hicieran por lástima o por cortesía”, me dijo, todo apesadumbrado.

No tardó en darse cuenta de lo que estaba ocurriéndole: llevaba tanto tiempo fuera de circulación en el ámbito de los solteros y sin compromiso, que había perdido la práctica. El don. Por consiguiente, todo en él denotaba falta de confianza.
Y como todos sabemos -o por lo menos todos los que de vez en cuando hojeamos un ejemplar de Cosmopolitan-, no hay nada que atraiga menos a las mujeres que un hombre que no confíe en sí mismo.

……………..
Luego de esa conversación, Patrick se pasó un tiempo sin darse la vueltecita por el Sports Bar y admito que llegué a preocuparme, temiendo que tal vez hubiese cometido la peor de las locuras. Es decir, volver con su ex.
Sin embargo, mi amigo reapareció la semana pasada y, desde que lo vi entrar al local, me di cuenta de que se había transformado en otra persona: risueño, con el pelo teñido de negro y hasta con un juguetón arete colgándole de la oreja derecha, todo en él destilaba esa confianza varonil que, según se dice, enloquece a algunas mujeres.

“Vaya, Patrick”, lo saludé, “ya veo que tu suerte ha cambiado, ¿no?”
Me dijo que sí.
“He descubierto la fórmula perfecta”, me soltó.
“Bueno, dímela, para copiar la receta”.
Me dijo que prefería demostrármelo.

Acto seguido se desplazó hasta el otro extremo de la barra, donde una rubia muy atractiva ni siquiera le sonrió cuando él la saludó al sentársele al lado y pedir un trago.
Al poco rato Patrick comenzó a darse golpes por el pecho y el pantalón, como si se le hubiera perdido algo, hasta que finalmente le dirigió la palabra a la chica: “Perdóneme, señorita, pero ¿puedo pedirle un favor? Es que no encuentro mi celular. ¿Puede usted llamar a mi número para ver si suena y está por aquí?”

La muchacha lo contempló por unos segundos y luego, cuando al parecer no halló una buena excusa para negarle su pedido, accedió a llamarlo.
Luego nada sonó, pero Patrick se quedó un rato conversando con ella en lo que terminaba su trago y hasta consiguió que la muchacha le dedicara una media sonrisa cuando él le hizo varias anécdotas acerca de sus despistes con los celulares.
“Ya está”, me dijo al regresar junto a mí.
“¿Ya? ¿Esa fue la gran conquista?”

“Claro”, me explicó. “Ahora dejo que pasen unos días y entonces la llamo a su número, el cual tengo grabado en mi celular puesto que lo tenía solo para ‘vibrar’. Cuando me conteste, le doy cualquier nombre y le digo que ella misma me dio su número hace unos días y que la estoy llamando para invitarla a cenar”.
Y Patrick apuesta a que la muchacha, siendo tan linda, muy probablemente le habrá dado su número a algún desconocido en los últimos días, en especial si lo encontraba simpático y atractivo. Y acepte su invitación.
“¿Y qué va a pasar cuando te vea llegar?”

“Hasta ahora”, me dijo Patrick, “dos me han insultado, una salió corriendo y la tercera por suerte no tuvo buena puntería al lanzarme a lanzarme a la cabeza el adorno del centro mesa cuando ya estábamos en el restaurante”.
“Es decir”, le comenté, “que ninguna ha estado lo suficientemente hambrienta como para soportar tu presencia”.
“El sistema tiene todavía algunos defectos”, admitió mi amigo, “pero me parece que cada vez estoy más cerca de lograr el éxito total. ¿Tú no crees?”

romeomareo2@gmail.com

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