En un momento en el que abrir un negocio es un riesgo, distinguirse entre la masa es un plus añadido y hacerlo con arte es algo que los clientes valoran. Algunos locales abiertos en el último año en el centro de Alicante se han sumado a otros veteranos de la noche –Clan Cabaret, Ocho y Medio, El Ring o Söda Bar, o no tan nocturnos, como El Taller Tumbao– que apuestan por combinar un café, una tarta de calabaza o un gin-tonic con dosis de cultura fuera de las instituciones dedicadas a ello. Con el fin de «ser diferentes» y «dar algo más» al comer o al tomar una copa, aparece un circuito cultural alternativo entre locales como Pequeña Luisa, Freaks Arts Bar, Cultural Café Uno y Q Gallery.
Una oferta variada brinda al público el Freaks Arts Bar, a punto de cumplir un año en la calle del Carmen, con programación todos los días salvo el lunes, que cierra. Sus actividades abarcan desde clubs de lectura, recitales de haikus, intercambio de idiomas, microteatro o proyección de películas, que fue el inicio del Freaks, con un ciclo de cine de Darío Argento de ciencia ficción de los 70. «Se llama Freaks porque freak combina el terror y la ciencia ficción, dos géneros que nos gustan y que cultivamos aquí, además del arte», explica Maxi Velloso, encargado de la gestión del bar junto a Natalia Molinos.
«Los dos venimos de mundos culturales –ella es crítica y doctora en Historia del Arte y él, cineasta y miembro de la productora Tercer Tiempo Audiovisual– y la idea de montar un bar cultural nos pareció perfecto, un bar solo nunca fue de nuestro interés, y la cultura nos llevó aquí», apunta Molinos, que añade que «al final es una prolongación de tu casa y muchos clientes son ya amigos».
En poco tiempo han cosechado un público fiel «que viene a casi todo», aunque luego cada oferta tiene su demanda y «aún no nos conoce todo el mundo, pero va funcionando el boca a boca», a lo que Velloso asegura que «si este bar estuviese en Madrid sería una locura» y a veces lamenta que a algunos actos de calidad –como el estreno de El cosmonauta– «apenas viniera gente». Si el cine es marca de la casa, las exposiciones, programadas ya hasta final de año –incluida su participación en Photo ALC–, atraen a un nutrido grupo de artistas, algunos de los cuales se reúnen a dibujar los viernes con modelo al natural, unas horas antes de que el espacio polivalente lo ocupe el grupo de Couchsurfing para el intercambio de idiomas.
«Lo suyo es hacer cosas que no cubran otros. No vamos a hacer monólogos, que ya hay, pero también podríamos intercambiar artistas con otras salas», añade Natalia, quien considera que «no hay tantos sitios en el Barrio donde charlar tranquilamente con propuestas culturales».
En el Barrio también se encuentra Q Gallery, regentado desde el pasado mes de octubre por Fátima Segura y Sarah Sainz, de la asociación El Gato de Schrödinger, creada en torno al arte, la música y la ciencia –de hecho, el nombre está tomado de la paradoja de un científico de física cuántica.
Desde entonces han promocionado en el local exposiciones, monólogos, concursos de cortos, talleres de psicología o jornadas de cultura urbana, además de ciclos de conciertos acústicos con artistas noveles y dj diversos.
«Nuestro público suele tener más de treinta años y de ahí al infinito, aunque los viernes hay gente más joven. Las inauguraciones de exposiciones se llenan, lo audiovisual tiene mucha afluencia, los dj también, así que de momento no podemos quejarnos», destaca Sarah, aunque de momento el local abre de miércoles a sábados. «Con la crisis a la gente le cuesta moverse, pero hay que tener continuidad e ir poco a poco ampliando actividades –afirma Sarah–. Para beber y tomar una copa ya hay muchos bares y hay que salir de lo mismo. Pretendemos ofrecer cosas de un nivel cultural bastante aceptable», apunta Sarah.
La música es el eje sobre el que gravita la sala Cultural Café Uno, que tiene en el casco antiguo un lugar de encuentro para los aficionados al ukelele, «muy de moda en Europa, que gusta mucho al ser un instrumento pequeño y fácil de aprender», indica Endre Kavai, socio del propietario del edificio donde se asienta el pub, el británico Tony Wilson, que presta su colección de 30 ukeleles para los talleres.
«Al principio se hizo un grupito de diez personas, pero se corrió la voz y ahora hemos tenido que formar más grupos porque el local es pequeño y no cabíamos», indica el profesor y músico Carlos Izquierdo. El local cuenta con otros talleres de guitarra y percusión, expone obras de artistas y otros días se dedican a conciertos de músicos locales y de fuera. «Es todo gratuito, no cobramos entrada; a cambio, la gente consume», señala Kavai, que apunta que «hay sitios con música en Alicante, pero este es diferente. La idea es hacer un poco más que el resto y dar más ambiente».
Pequeña Luisa, un café-restaurante denominado «pícnic urbano» con un árbol en el centro del local, sí que difiere del resto. Su propietaria, Sómnica Bernabeu, empresaria y artista argumenta que «quería retomar mi parte creativa y abrir en Alicante un sitio cosmopolita, donde encontrarse y hablar, y hacer cosas que te gusten». Su primera idea fue un centro cultural, a la que acompañó de una oferta culinaria «saludable y con productos de la tierra», proyecto que gestó durante años, «en el que he metido mis ahorros y los futuros», apunta, y que abrió sus puertas días antes de Navidad.
El cliente de Pequeña Luisa puede asomarse a un escaparate «customizado» cada semana por temáticas (desde Tintín al amor o a Alicia en el país de las maravillas), desayunar leyendo un libro y contrastar las dos exposiciones de arte que conviven cada quince días mientras se toma un menú de diez euros. Los sábados se aprovechan para realizar talleres de pintura, fotografía o cakepops para niños mientras los lunes proyectan óperas y estudian introducir recitales acústicos.
«La respuesta está siendo muy buena. La gente desea cosas así y hacen falta espacios culturales alternativos», asegura la dueña de Pequeña Luisa, cuyo público es «súper ecléctico», indica, convencida de que la mezcla de extranjeros, jóvenes, mayores o ejecutivos forma parte del encanto del local.