Elegir un bar o un restaurante para tomar algo con los amigos o disfrutar de una cena romántica siempre encarna una pizca de riesgo. Sobre todo en vacaciones, que a menudo, nos encontramos en una ciudad desconocida. Solemos escuchar las recomendaciones de los que ya han pasado por esas tierras; y cada vez confiamos más en los comentarios en Internet. Pero si decidimos obviar las críticas y los sabios consejos de los amigos, también podemos identificar un restaurante aceptable guiándonos exclusivamente por el instinto. Los cinco sentidos deben ponerse en marcha.
Vista. Es la primera impresión que recibimos del local. Antes de entrar, fijémonos en la fachada, el cartel y el nombre con el que fue bautizada la criatura. Todavía en la calle, deberíamos ojear cuántas mesas tiene a la vista y si hay clientes ya sentados. Muchos restaurantes tienen a bien colocar la carta en la calle para dar a conocer sus platos y sus precios. En este caso, hay dos trucos fáciles que nos ayudarán a decidirnos. Cuando el menú está en varios idiomas, se trata de un sitio turístico cuyos precios suelen ser más elevados. Si en la carta aparecen fotos de los platos, demos un paso atrás. Y si en las fotos, los platos no tienen buena pinta, demos media vuelta.
Olfato. Acostumbrados a entrar rápido a los restaurantes, pensando en tomar algo fresco y comer, es posible que no nos percatemos del olor del establecimiento. En algunos, el aroma se puede describir sencillamente como espeso. Húmedo de aceite. Es otra pista de lo que hay en el menú y de cómo haremos la digestión más tarde.
Oído. Pongamos que vamos de tapas con los amigos, quizá el ruido no nos importe mucho. Porque más haremos nosotros. Pero si el plan está pensado para dos, con velas y manos cogidas, busquemos un espacio más amplio, con mesas pequeñas y sin ofertas de barra libre. Porque normalmente el nivel de alcohol en sangre es directamente proporcional a los decibelios.
Tacto. Probablemente sea un sentido extraño para identificar un restaurante. Pero si ya nos hemos decidido a sentarnos, atrevámonos a coger una copa o a apoyar las manos sobre la mesa. Cuando un escalofrío nos recorre la espalda, todavía estamos a tiempo de levantarnos.
Gusto. Una vez hemos pedido, ya está todo el pescado vendido. Si los otros sentidos han sido agradables, estaremos más cerca del éxito. Y solo nos quedará disfrutar de lo escogido.