El objetivo: devolver parte del buen trato que recibió cuando lo estaba pasando mal. Un deseo que lo quiere canalizar hacia los niños, aquellos que más lo merecen y los que más lo necesitan. Desde su visión, por detrás de la barra del bar que regenta, Laura Villa comprueba la solidaridad de sus clientes, más aún durante los días previos a la Navidad. Para ello, ha puesto en marcha una iniciativa en colaboración con el Banco de Alimentos de Valladolid.

Todos aportan su granito de arena, desde alimentos no perecederos hasta pañales. Incluso unos ‘barquitos’, conocido dulce que emula a un puro cubano de chocolate, o diferentes dulces.

Son casos puntuales de particulares. En este caso la hostelería, por la que pasa mucha gente a diario. Un buen motivo para que la gente se sume a un pequeño detalle de solidaridad. El Banco de Alimentos señala que son varios los bares vallisoletanos que apoyan iniciativas de este tipo. En algunos casos, con campañas específicas, como la desarrollada en los establecimientos del sector de la plaza de San Miguel o la idea ‘Sonrisas solidarias’ que organizaron tres bares de Arroyo de la Encomienda. Todo se agradece.

Por ello, Laura Villa cree que ahora se puede retornar todo el cariño que ella recibió cuando lo necesitó, pues además el bar ‘El abuelo Juan’, abierto desde septiembre junto a su pareja, David Fernández, ha mejorado las cosas en casa. Tras media vida en España, esta colombiana de 36 años ha pasado por situaciones y escenarios variopintos que le han torpedeado la búsqueda de la felicidad.

Llegó a España para trabajar en el servicio del hogar, pero admite que “el racismo aún es presente” y, por ello, no guarda buen recuerdo de alguna ciudad de Castilla y León en la que ejerció sus primeros empleos.

Pero más tarde todo cambió. Prácticamente ya estaba deportada a su país en un vuelo directo Valladolid-Barcelona, que la trasladó directamente a un avión con destino Bogotá desde la Ciudad Condal. En ese momento, un reflejo de luz se apiadó de ella. Pudo contactar con algunas de las personas para las que trabajada en la capital palentina, que corroboró que contaba con un contrato de trabajo.

“Me dieron una patada en el culo, casi cuando ya estaba en el avión, y me dijeron que me quedaba en España, ¡pero estaba en Barcelona! Y sin documentación, dinero ni pasaporte ni nada”, exclama. Por ello, como nadie la llevó de nuevo a Palencia, donde había pasado una noche en el calabozo, la permitieron hacer una llamada y avisó a su pareja de aquel momento, que la fue a buscar en coche.

Giro en la vida

A partir de ahí, su vida mejoró y se asentó en Valladolid. La obligación y la presión por encontrar un empleo para poder vivir la llevó un día hasta un bar de Laguna de Duero, donde requerían una camarera a través de anuncios en la prensa. Un trabajo del que Laura no había ejercido nunca antes. “Era marzo. Y hacía un día espléndido, buena temperatura, por lo que tuvieron que colocar una inmensa terraza y aquello se llenó de gente. Me dieron la oportunidad de probar y les gusté. Me contrataron y además aprendía un oficio”, recuerda.

Junto a su hijo, todo fue mejor a partir de ese momento. Ahora, “que no es que las cosas vayan muy bien del todo y sobren”, se ha planteado la posibilidad de ayudar a los demás para intentar devolver lo que algunos hicieron por ella. En cajas ubicadas en la entrada del bar, prestadas por el Banco de Alimentos, pide comida no perecedera, aunque ahora en Navidad menos, y sobre todo pañales, un elemento básico para niños pero con un precio algo elevado para las familias que no disponen de ingresos fijos.

A ello se suma la recaudación íntegra del sorteo de dos cestas que también se destinará a esta organización que distribuye los alimentos y otros productos de primera necesidad entre los que más lo necesitan.