"Somos tipos criados a bar, café y billar"

El año pasado cumplieron 25 años de ponerle blues a una ciudad y sus suburbios que, si se lo piensa bien, ya tenía bastante blues en cada hombre de bar, laburante de estación o ama de casa barrial que afronta el día a día con más estoicidad que resentimiento. “Creo que el blues tiene una energía que se conecta con la verdad que descubrís cuando sos una persona mayor.

Una verdad que tiene que ver con el sufrimiento y la alegría. Y que está basada en la experiencia”, dice Ricardo Tapia a Tiempo Argentino, voz líder de La Mississippi (la banda en cuestión), que curiosamente –lo demuestran sus canciones–, no necesitó envejecer para entender el significado profundo del blues, su fundamento.

“Es una música con su propia cultura detrás que podés adaptar a tu mundo, lo que te rodea. Por eso, en nuestras letras, nunca usamos estereotipos del rock como ‘oye nena’ o ‘súbete a mi coche’. No: preferimos hablar en criollo”, dice. Y reflexiona con tranquilidad sobre el gran logro de la banda, sólo compartido con Memphis La Blusera: la creación de una música negra argentina (o música argentina negra) que supo tener una gran resonancia social durante el boom del blues a mediados de los noventa. Y que se mantuvo firme en el aprecio popular desde entonces.

Temas como “San Telmo”, “Café Madrid”, “Blues del Equipaje”, “El Fierro” o “Mala transa” o el súper coreado “Un trago para ver mejor” hace rato perviven en la memoria del rock nacional a secas y más allá de cualquier ghetto. No por nada el próximo jueves La Mississippi vuelve a La Trastienda con la idea de repasar en clave blusera clásicos de Manal, Pescado y otros (ver recuadro). Y Tapia lo entiende así: “El aniversario te obliga a sentarte y mirar para atrás. El famoso ‘qué lo parió’. Y lo que veo es que nunca hicimos lo mismo y eso tuvo sus riesgos. Porque cuando explotó el blues en los ’90 todos querían tocarlo pero nosotros nunca lo hicimos de manera dogmática. Exploramos el blues latino y hasta el candombe. Lo cual, por suerte, siempre fue apoyado por la gente. Nunca tuvimos un rechazo rotundo.”

–¿Por qué?
–Creo que siempre fuimos reconocidos como exploradores musicales. Nunca nos atoramos en una forma específica para quedarnos en eso. En ese sentido no concuerdo con mis pares cuando les exigen a las nuevas generaciones que les guste sí o sí lo que hacen. Eso de: ¿cómo no te va a gustar la ropa de papá? Y no. A veces depende de uno ser un poco más previsor sobre el futuro. Siempre fui de la idea de que cuando uno envejece hay cosas que tiene que hacer mejor: vestirse, por ejemplo. Con la música pasa lo mismo: uno tiene que tratar de ser más simplificado, modernizarse en lo posible, entender dónde estás parado y cuáles son los sonidos que te rodean para no volverte anacrónico.

–Más allá de los muy buenos discos, la buena crítica y la buena respuesta del público, ¿qué es lo que lo que los ha hecho mantenerse juntos hasta hoy?
–Creo que la combinación de personalidades. También que no haya drogas dentro de la banda. Cuando un grupo no es esclavo de ciertas cosas funciona siempre. Nosotros somos tipos criados a bar. Criados en la cultura del café, del billar. Y hemos compartido muchas lecturas. Todos leímos mucho a Roberto Arlt. Y, en un momento, teníamos un código interno que era hacerle un test a todo aquel que ingresara al círculo de la banda sobre cine argentino de los ’50. Le preguntábamos sobre Rosaura a las diez, sobre Hugo del Carril. Y si no sabía la respuesta, no cobraba. Pienso que todas estas cosas nos han mantenido unidos, además del humor, el no tomarnos tan en serio. Sin humor no hay banda. Eso de los guitarristas compitiendo por el solo que a veces ves que pasa es un bodrio. Nos gusta respetar los tiempos del otro. Y, por momento, tratarnos de usted (sonríe).

–En ese sentido, y más allá de que no pretendan sonar retro o vestirse a la antigua, ¿hay una cierta reivindicación de modos y costumbres que parecen en desuso?
–Sí. Esos mismos códigos. A mí me pasa sentir, cuando vamos a hacer un show, que toda la gente a la que le estoy cantando podría ser mi amiga. Gente con la que me llevaría bien. Soy de la idea de que cada uno le canta a quien tiene empatía. En nuestro caso, tenemos un público que bebe, se divierte, salta, hace pogo, pero siempre sin romper ni una silla. Gente de 20 a 60 años que creció escuchando rock y blues, desde Manal a Eric Clapton, que disfruta mucho de un rhythm blues a la argentina.

–¿Cómo te conquistó el blues?
–Lo primero que escuché de blues fue un disco de BB. King cantando. Fue en la casa de mis padres. Mi viejo era muy melómano, tenía discos de Ella Fitzgerald, Joan Baez, Los Fronterizos, Di Sarli. El era trabajador ferroviario, y después portero y maestro mayor de obras. Hacía las dos cosas a la vez. A través de él trabajé en varias obras. Ahí aprendí a aguantármela hasta que terminara la jornada. Luego, en los ochenta, terminé laburando en el reciclado de casas en San Telmo. Todo eso me ayudó a tener mucho contacto con la calle, la gente laburadora. Y en esa misma época empecé a elegir al blues como una de mis músicas favoritas a través de Charly, un disquero de la galería Tauro en Corrientes y Libertad que me grababa casettes de BB. King, Albert King, Muddy Waters y todo el blues eléctrico. Esa música me conquistó.

–¿Por qué?
–Porque tenían la energía que ya conocía de los Rolling Stones, pero tocada de una forma diferente. Escuchar a Johnny Winter era una explosión de energía. Y acá todo ese blues eléctrico pegó muy fuerte, sobre todo a través de un programa de Roberto Parreño en Radio Universidad de La Plata, Concierto de Música Pop, que escuchaba toda mi generación.

–¿Y cuándo sentiste que tu vida iba a tener que ver con blues?
–(Piensa) Cuando volví del servicio militar, en el tren de regreso, y un amigo, al que nunca más volví a ubicar, me regaló Was here, un disco en vivo de Eric Clapton que me partió la cabeza, me pareció increíble. Yo ya había escuchado blues, pero ese disco me convenció de querer tocar blues, dedicarme a eso.

–¿Qué te cautivó de ese disco en particular?
–Los silencios que tiene, la forma de tocar. Una sensualidad musical casi inexplicable que le genera a la mujer un deseo y una atracción que por ahí otras músicas no tienen. Y te digo que lo he comprado. Es una música que tiene notas que te toca fibras específicas relacionadas con lo sensual, lo emocional, lo intuitivo. Fijate Joan Baez: es cristalina, canta como un pájaro. Es hermosa. Pero es lo contrario del blues, no te genera una sensualidad.

–¿En qué fue afectando el blues tu forma de ser? ¿Te dio pautas de cómo manejarte o qué caminos tomar?
–A la manera de Antonio Carrizo yo creo en la autoeducación. O sea, en leer de todo, aprender idiomas, abrirse al mundo. Pero si me preguntás lo que tomé del blues para mí vida yo te digo que el fundamento. Todas esas leyendas del blues de las que hablamos tenían mucho fundamento. Y, respecto al mundo de hoy, aportan un código acerca de donde agarrarse y poder transitar.

–¿Viviste alguna situación o encrucijada donde el ser blusero te haya ayudado a tomar el camino correcto?
–Sí, cuando murió mi madre. Fue un shock donde entendí el envejecimiento. Y donde empecé a entender mejor las cosas que se escribían sobre eso. Porque hay canciones que dicen cosas que cuando vos las cantás problablemente no te pasaron. En aquel momento, yo cargué el cuerpo de mi madre, con mis propias manos. Sentí su peso. Fue muy fuerte eso. Y el blues, seguramente, me aportó una ética para poder soportarlo y no ponerme a echar culpas a todo el mundo por lo que me pasaba.

–¿Se puede, entonces, desarrollar una ética a partir del blues?
–Sí: hay músicas que te hacen desarrollar una ética. Y te lo ilustro con una historia que me pasó hoy. Cuando fui al AADI (Asociación Argentina de Intérpretes) a hacer un trámite, delante nuestro se nos puso un cantante muy famoso de pop actual. Esa es la ética del pop: pasar delante de todos. Entonces lo agarré del hombrito y le dije: “Nene, andá a la cola.” Y fue todo coloradito a hacerla (risas).

Voz, carácter y la importancia de escucharse

–La voz es un elemento clave en el blues. ¿Cómo la adquiriste?
–Empecé a cantar de chico, cantaba folklore y era afinado. Con respecto a la música, tengo la creencia de que realmente uno cumple etapas espirituales. Yo he visto gente que ya de chica tenía un conocimiento que no era posible para su edad. Ya venía innato. Por eso creo que no tiene sentido intentar ser afinado. Para mí, tiene que ver con cómo te escuchás cuando hablás. La gente que no se escucha generalmente no canta bien.

–Y en cuanto al carácter, ¿quién fue tu referente?
–Joe Cocker. La primera vez que escuché el disco Perros rabiosos me dije: quiero cantar así. ¡Qué maravilla! Si bien tenía la garganta reventada, irradiaba una energía que traspasaba todo. Eso sí, después escuchabas a Muddy Waters y decías “Ah, bueno, es Gardel.”

Homenaje al rock local

Los Inoxidables del rock nacional es el show que La Mississippi viene presentando a lo largo de este año. La propuesta consiste en versiones propias, bluseras o no tanto, de clásicos del bandas y solistas emblemáticos del rock nacional. Asi se escucharán temas de Pescado Rabioso (“Cementerio Club”), Sumo (“Mejor no hablar de ciertas cosas”), Moris (“Pato trabaja en la carnicería”), León Gieco (“Todos los caballos blancos”), Almendra (“Ana no duerme”), Pappo’s Blues (“Gato de la calle negra” y “Blues de Santa Fe”) y Riff (“No obstante lo cual”) entre otros grandes clásicos del rock local. Para el recital del próximo jueves en La Trastienda, en particular, la banda promete nuevos covers y la participación de importantes leyendas en calidad de invitados. ¿Quiénes? Es sorpresa.

En vivo
La Mississippi son Claudio Cannavo (bajo y coros), Gastón Picazo (piano y teclados), Gustavo Ginoi (guitarra eléctrica y coros), Juan Carlos Tordó (batería, percusión y coros) y Ricardo Tapia (voz, guitarras y armónica). Tocan el jueves 7 a las 21 en La Trastienda, Balcarce 460.

Un personaje arltiano

Ambos, cada uno con su estilo y al frente de sus respectivas bandas, explotaron comercialmente en los ’90 y se convirtieron en las dos grandes voces del blues local. Uno, Ricardo Tapia, lleva adelante La Mississippi desde fines de los ochenta. El otro, Adrián Otero, era la cara visible de Memphis La Blusera y perdió la vida en 2012, en un accidente de auto.

– ¿Cómo lo recordás?
– Con mucho cariño porque si bien no éramos íntimos teníamos una relación de charlar cosas personales. Teníamos nuestras diferencias, incluso ideológicas (el más peronista clásico, yo más socialista). Para mí era como el Alberto Castillo del blues. Un entertainer. Uno de esos tipos de carnaval que habla antes del baile y te dice los números de la rifa. No conocí a nadie que fuera tan querido en los primeros cinco minutos que hablaba con otro. Si entraba a un lugar y había un linyera, un abogado y un policía al poco tiempo terminaba siendo abrazado por los tres. Si hubo alguien que fuera un personaje arltiano fue él. Y nos divertíamos mucho. Nos reíamos de las cosas que nos pasaban o pensábamos.

– ¿Cómo fue tu último encuentro con él?
– Habíamos hablado tres días antes de que tuviera el accidente porque había grabado una versión de “Café Madrid” que le había salido medio orquestada, medio Sinatra, y tenía algunas dudas. Yo por supuesto le dije que estaba muy linda y que me gustaba. Él estaba en una etapa de haber vuelto a creer en cosas que había dejado de creer: estaba enamorado, tenía el proyecto de vivir en un lugar… Por eso me pareció una muerte muy triste. Le quedaban cosas por hacer.

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